28 de abril de 2012

Saulo, Pablo, San Pablo







Había nacido en Tarso aquel que, mientras apedreaban al protomártir Esteban veía como dejaban los vestidos de los verdugos a sus pies. Se le marcaba, quizá un destino de perseguidor. Llamado Saulo y más conocido como Pablo (su nombre romano) recordamos lo que significó entonces y significa ahora para la vida de la Iglesia este hombre tan particularmente importante.

Pablo cumplía todos los requisitos para ser considerado un judío fiel: era Fariseo e hijo de Fariseos, como dice los Hechos de los apóstoles (23,6 “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y ahora me están juzgando a causa de nuestra esperanza en la resurrección de los muertos” ) y fue circuncidado al octavo día como se recoge en la Epístola a los Filipenses (3, 5-6: “circuncidado al octavo día; de la raza de Israel y de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, un fariseo; por el ardor de mi celo, perseguidor de la Iglesia; y en lo que se refiere a la justicia que procede de la Ley, de una conducta irreprochable” )

Muchas veces se dice que cuando alguien se convierte al cristianismo es que ha visto la luz. Esto se entiende como el descubrimiento de una nueva forma de vida, como el saber que se ha quedado iluminado por Cristo (eso les pasó, por ejemplo, a Manuel García Morente, seguramente a André Frossard y a tantas otras personas que, alejadas de Dios, se acercaron a Él acercándose a Cristo que es Dios mismo hecho hombre).

Sin embargo, Pablo sí que puede decirse de él que, efectivamente, le deslumbró la luz. Camino de Damasco la voz de Cristo, el caballo ( “En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Le respondí: “¿Quién eres, Señor?” , y la voz me dijo: ‘Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues’, que recoge los Hechos de los Apóstoles en 22, 6-8).

Son estos episodios y circunstancias más que conocidas pero nos muestran, sin embargo, cómo se puede reaccionar ante la llamada de Dios. El Padre no obliga a nadie a seguirle porque a su semejanza dio la libertad, para que, por ejemplo, Pablo hiciera lo que hizo.

Por eso, siendo Saulo optó, sin dudarlo, por lo mejor: dejó de perseguir cristianos pues, efectivamente, a la voz que le preguntaba la causa última de la persecución no supo responder. En verdad se había convertido. Y fue Pablo.

Y esto, la conversión, es el primer acto que, desde la fe interior (dada por el mismo corazón) hemos de agradecer a Pablo y aprender la razón que le hizo que frente al mundo que le impelía a perseguir a los discípulos de Cristo para hacerles seguir el mismo destino que su Maestro, decidiera ser uno de los perseguidos. Se enfrentó, pues, a la comodidad en la que vivía para unirse al que era, ya, el pueblo elegido de Dios bajo la nueva Alianza firmada por medio de Cristo. Y no fue políticamente correcto ni se dejó dominar por ningún respeto humano.

Por lo tanto, nos corresponde a cada cual, hijos que nos consideramos de Dios y conscientes de ello, la conversión o, mejor la confesión de fe al estilo Paulino: las últimas consecuencias hemos de aceptar porque, en verdad, ha de ser ésta la voluntad de Dios.

Pero no sólo eso. Además Pablo nos presenta, con su actitud y su comportamiento, algo más.

1.- Por ejemplo, nos señala, exactamente, el camino de la misión que tenemos cada uno de nosotros: misión de transmitir la Palabra de Dios y misión de ser perseverantes en la misma sin dejarnos vencer por las tribulaciones.

2.-También, en el objetivo anterior, hemos de seguir, al igual que hiciera Pablo, el sueño que tuvo. A él se le pidió ayudar en Macedonia. Nosotros hemos de conocer quién nos necesita y, acto seguido, seguir adelante con nuestra misión.

3.-Pablo, también, en el devenir del mundo, nos enseñó a escuchar porque es necesario reconocer, entre el mundanal ruido, quien grita demandando una luz, al menos, como la que él siguió.

4.-Pero, por último ante lo que se nos pueda presentar como cristianos, Pablo también se aplica, se aplicó en su vida, y eso ya nos sirve, a dar respuesta de forma rápida y, además, cercana. Por ejemplo, en el caso de ser reclamado para acudir a Macedonia ( “Durante la noche, Pablo tuvo una visión. Vio a un macedonio de pie, que le rogaba: ‘Ven hasta Macedonia y ayúdanos”, recogen los Hechos de los Apóstoles en 16, 9) no esperó sino que, al contrario, se aplicó, con intrépida rapidez, a acudir donde se le necesitaba. Al igual nos corresponde a nosotros que, de olvidar las necesidades y dejarlas para otro mejor momento por intereses particulares alejados del bien de la comunidad cristiana, podemos olvidar con facilidad lo que, ciertamente, nos está obligado.

Vemos, por lo tanto, que el recuerdo de Pablo nos acompaña siempre y que, siguiéndole, seguimos el camino correcto que Dios nos marca y nos indica con personas, por ejemplo, como él. Dejó escrito, en la Epístola a los Gálatas (2, 20): “No soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí” , para acabar de decirnos la verdad de todas las verdades: “la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” .

Y que así sea siempre.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Quedarnos con Cristo





Sábado III de Pascua


Jn 6, 60-69

“En aquel tiempo, muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’. Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ‘¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?. El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen’. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: ‘Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre’.

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’. Le respondió Simón Pedro: ‘Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’.


COMENTARIO

Los discípulos más allegados de Jesús conocían lo que, directamente, les decía el Maestro. Era lo más importante porque quería instruirlos en el conocimiento de la Verdad. Y era, también, lo que todos deberíamos tener en cuenta en nuestra vida.

Dice Jesús que lo que importa es el espíritu. La carne, cuando morimos, se pudre y es el espíritu el que, tras el juicio particular al que somos sometidos, en el alma ingresa en el purgatorio, en el infierno o si, es pura, en el definitivo Reino de Dios.
Pedro sabe que Jesús es el Cristo y también sabe que a través de Él se alcanza la vida eterna. No pueden, por lo tanto, abandonarlo… por ahora porque, como sabemos, en el tiempo de su Pasión sí lo hicieron. Sin embargo, entonces comprendieron que valía la pena seguir a su lado.



JESÚS,  que tienes palabras de vida eterna también lo entendió Pedro. Por eso no se fue como hicieron otros al escuchar tus palabras que exigían mucho pero que, también, prometían mucho y con seguridad de cumplimiento. Extraña, entonces, que nosotros muchas veces no queramos seguirte hasta donde quieres que te sigamos.




Eleuterio Fernández Guzmán


27 de abril de 2012

Tiempo de evangelización







Es bien cierto que se puede pensar que todo está hecho y que, en realidad, es cosa del Espíritu Santo aquello referido a la evangelización de las naciones porque sopla donde quiere y no vamos a decirle qué tiene que hacer.

Sin embargo, no corren tiempos muy buenos ni para la lírica, como decía la canción, ni para la transmisión de la Palabra de Dios. Son tiempos descreídos en los cuales se pretende apartar al Creador de la vida ordinaria y hacer como si no hubiera creado todo lo que existe y, además, como si no mantuviese su creación.

Pero los discípulos de Cristo sabemos lo que está escrito y es lo que sigue:
“Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio”.

En la Segunda Epístola a Timoteo, concretamente entre los versículos dos y cinco del capítulo cuatro, el apóstol de los gentiles dijo entonces, y dice ahora, que existe algo sobre lo que no podemos hacer dejación, preterir o hacer como si no nos correspondiese: evangelizar.

Es éste, pues, un tiempo de evangelización. Es más, se ha dado en llamar de nueva evangelización.

El término mismo “nueva evangelización” es uno que viene siendo tratado desde hace algunos años por Benedicto XVI. Si bien ahora mismo es el que está determinando la actuación a este nivel de parte del Vicario de Cristo, allá por el año 2000, en una conferencia pronunciada en el Congreso de catequistas y profesores de religión el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo algo que, con el paso del tiempo, ha llegado a ser muy importante.

Así, por ejemplo, al respecto de la propia evangelización “Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia... todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona.”

Por eso resulta esencial, para un católico, llevar a cabo la labor evangelizadora donde se encuentre y con los medios que tenga a sus disposición y por eso decía Joseph Ratzinger que hacía falta una “nueva evangelización” porque, en efecto, era necesaria para poder llevar una vida acorde con la voluntad de Dios.

Pero, en realidad, ¿qué es la nueva evangelización?

Pues lo siguiente (continúa la citada conferencia): “Nueva evangelización significa no contentarse con el hecho de que del grano de mostaza haya crecido en el gran árbol de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus ramas pueden anidar aves de todo tipo, sino actuar de nuevo valientemente, con la humildad del granito, dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29).”

De nuevo… dijo entonces que no podíamos quedar mirando si lo sembrado fructificaba o no fructificaba. Actuar con valentía y con humildad son las bases de la nueva evangelización y de su método  porque “debemos usar de modo razonable los métodos modernos para lograr que se nos escuche; o, mejor, para hacer accesible y comprensible la voz del Señor. No buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones; lo que queremos es servir al bien de las personas y de la humanidad, dando espacio a Aquel que es la Vida.”

Por lo tanto, no es que la nueva evangelización consiste en hacer algo nuevo sobre la Palabra de Dios sino, en todo caso, en llevarla a buen puerto en el corazón de quien la necesita o, lo que es lo mismo, en el que lo es de todo ser humano que ha de conocer a Quien lo creó y ha de saber que es su Padre. Y, en eso, la evangelización es tan vieja como el Evangelio y como el Evangelio tan nueva.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Comer a Cristo y beber a Cristo



Jn 6, 52-59

“En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’. Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre’. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.”


COMENTARIO

Se refiere, Jesús, a su cuerpo, que lo va a entregar para la salvación de todos. Por eso dice el pan que yo le voy a dar; y ese pan, que será transubstanciado a partir, y en, la Eucaristía, es la causa necesaria de nuestra fe.

La vida, la verdadera, la que Él trae, requiere, para tenerla, para poder sentirla, requiere la aceptación de eso que dice Jesús, aún sin entenderlo (hay que reconocer que eso es difícil) y así, “si coméis”, o sea, si queréis creer en lo que digo, entonces, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre (entendamos esto como hay que entenderlo, claro)  pues entonces no es que vayamos, en un futuro, a tener la vida eterna, que también, sino que ya, ahora, desde este momento, ya la tenemos.

Vivir, pues, para siempre, requiere algo más que querer vivir para siempre. Es necesario aceptar a Cristo porque es Dios hecho hombre y, por eso mismo, tenerlo en cuenta en nuestra vida es esencial para conseguir lo que tanto anhela el ser humano: ascender al definitivo Reino de Dios.


JESÚS,  no podemos negar que era difícil aceptar que se debía comer tu carne y beber tu sangre. Hablabas en sentido figurado y querido hacer real la Santa Misa o Eucaristía. Ahora, sin embargo, que conocemos todo con perfección, en determinadas ocasiones no seguimos lo que tanto te costó demostrar con tu muerte.




Eleuterio Fernández Guzmán


26 de abril de 2012

Ir a Cristo




Jn 6, 44-51

“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’."


COMENTARIO

Para llegar a obtener la vida eterna tan anhelada se requiere, en primer lugar, escuchar; en segundo lugar, aprender; en tercer lugar, creer. Y esto no es muy fácil, menos aún en el mundo de hoy, donde el silencio, tan necesario para esto, no abunda, donde hay que buscarlo con denuedo y con insistencia.

Jesús se presenta como el pan de vida. No es como un alimento que perece o que deja de alimentar una vez el cuerpo lo ha asimilado sino que es del que dura para siempre y nunca perece. Él es el que se ofrece como tal.

Jesús ofrece la posibilidad a quien quiera aceptarlo como tal pan bajado del cielo. No obliga sino que, valiéndose de la libertad de Dios, se deja a la decisión de cada cual aceptarlo o no aceptarlo. De tal decisión se deriva, por eso mismo, un resultado bueno o no tan bueno para quien así actúe.  


JESÚS, te ofreces como el alimento que nunca perece o muere. Por eso quien se acerca a Ti y aprende de Ti es capaz de comprender la Palabra de Dios y hacer su voluntad. Por eso, precisamente por eso muchas veces te mantenemos lejos de nuestra vida.




Eleuterio Fernández Guzmán


25 de abril de 2012

Enviados por Cristo




Mc 16, 15-20

“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien’.

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban."


COMENTARIO

Para que su trabajo no pudiera resultar vano sino que se apoyara en la gracia de Dios, les entrega una serie de signos, indicándoles que, a los que crean, no podrá afectarles el veneno de la serpiente (pensemos en el sentido de esto, en la picadura del mal, del pecado, que se verían libres, en cuanto creyentes), etc. Con esto lo que hacía era apoyar su designio en la forma en que la sociedad de su tiempo entendía la realidad: señales (que muchas veces le pidieron para que demostrara, así, que era quien decía que era) sobre las que apoyar sus creencias, en vista de que con la sola predicación del Enviado parece que no había sido suficiente para convertir a muchos.

Y lanza un mensaje que encierra el objetivo a desarrollar. El proceso es el siguiente: creer, bautizarse, salvarse. No es esto nada baladí ni carente de importancia. En primer lugar se hacía, y hace, necesario, en personas adultas o ya con suficiente uso de razón, el creer, a los que están alejados de Dios por la causa que sea. Luego, confirma esa aceptación de su voluntad con el bautismo para conseguir salvarse en tanto en cuanto se practique la voluntad de quien envió a Jesús. La salvación, pues, es trasunto de un hacer y no gratuidad sólo. A la gratuidad, que sólo tiene Dios, cabe añadir un comportarse, un hacer, un ser.

Dado este último mensaje, a Jesús sólo le quedaba subir al Padre, ascender para confirmar todo lo dicho enviando al Defensor, al segundo Defensor, al Espíritu Santo. Así quedaría, claramente, demostrado que quien decía ser que era lo era y que ya no cabía duda alguna. “Conviene que yo me vaya”, “os conviene” diría. Sólo así el cumplimiento será total.



JESÚS, a los que te siguen y esperan tu mensaje los envías a predicar al mundo que el Reino de Dios ha llegado y que hay que salvarse de acuerdo al mismo. Nosotros, sin embargo, solemos rechazar tal verdad.




Eleuterio Fernández Guzmán


24 de abril de 2012

Buscar, con Agustín, a Dios







"Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti".

La frase citada arriba pertenece al santo que tanto se resistió a Cristo pero marca, exactamente, el camino que hemos de seguir si es que queremos, de verdad, descansar, alguna vez, en Dios. San Agustín, lleno de mundo, lo cambió por el que nunca pasa.

La satisfacción del ser humano se resume, muchas veces, en la materia: tener sobre el ser es muchas veces la voluntad que guía nuestros pasos porque, en verdad, olvidamos la relación vertical que nos une con Dios, Creador nuestro. Este olvido, por tanto, nos hace estar alejados del Padre y demasiado pegados a la mundanidad del mundo.

Pero Agustín sabía, por así decirlo, algo más; tenía conciencia de la importancia que Dios tiene en nuestras vidas y, por eso, exclamó el “descanse en ti” . Sabía, por eso, que descansar en Dios es lo único que, en verdad, valía (y vale) la pena y por eso lo buscó tanto.

Nuestro corazón necesita, para tener una verdadera existencia (para que sea completa) acercarse, darse, a Dios y hacer, con tal espiritual acción, un gesto de amor hacia Quien, en definitiva, nos infunde el Espíritu Santo, Su Espíritu.

¿Dónde, entonces, podemos buscar y encontrar a Dios?

Dice en su “Libro de las confesiones” que “Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste”. 

Dos instrumentos nos proporciona Agustín para encontrar a Dios: penetrar en nuestro interior y dejarnos atraer por el socorro de Dios, siempre a nuestro lado, siempre deseando que manifestemos el ansia que hemos de tener por buscarlo.

En cuanto a la posibilidad de “penetrar” en nuestro interior, la oración nos ha de facilitar tal meta porque nos ayuda a separar lo que es bueno para nuestra vida de lo que es corrupción del alma. Por eso orar, rezar, con perseverancia al Padre, nos ayuda, por la fuerza misma que tiene tal contacto de quien quiere manifestar, así, su filiación divina, a encontrar, cerca, a Dios.

En cuanto al socorro de Dios tenemos la experiencia clara de su siempre actual ser en nuestra vida. Por eso, aunque ser creados por Dios y tener libertad para conducir nuestra existencia es todo uno, depende de nuestra voluntad (por tanto) demandar el auxilio del Padre que es nuestro y, así, nuestro auxilio seguro en tiempos de tribulación o, simplemente, de dar gracias.

Algo nos manifiesta Agustín, en el Sermón 103, de lo que, en realidad, nos ha de preocupar: “En medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término”. 
Si Agustín entendió que, en su tiempo, había muchas ocupaciones que podían distraer de la que, en verdad, es importante, ¿Qué diremos de un tiempo que, como el nuestro, nos hace estar siempre tan atareados para llegar a pocas partes que valgan la pena?
A pesar, por tanto, de las ocupaciones de entonces y de ahora, hay que tener en cuenta que no ha cambiado lo que, al menos, no debería cambiar: ir hacia “la patria definitiva” o, lo que es lo mismo, encontrar a Dios.

No carece, esto, de esfuerzo y de lucha (ya sabemos con qué contamos en el mundo de hoy y qué está en contra de tal esfuerzo y de tal lucha) Tender hacia el definitivo Reino de Dios tratando de encontrar al Padre en la parte del Reino, en este lado del Reino, del que ya disfrutamos si somos capaces de obviar las distracciones que el Maligno siembra a ambos lados del camino por el que vamos (pues toda vida es una camino a seguir que tiene su origen en la creación por parte de Dios y su final en el retorno al Padre de donde salimos), no es fácil.

Algo así, por lo tanto, como volver al polvo de donde nació el primer hombre, Adán.

Pero, a pesar de todos los inconvenientes (humanos) con los que podamos encontrarnos en la búsqueda de Dios, bien nos dice Agustín algo que nos ha de servir en tal intento perseverante y que no está alejado, sino al contrario, de nuestro comportamiento como cristianos:

“Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos –dice el mismo Juan–, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (Tratado 35, 8-9) 

Por otra parte, también Benedicto XVI toma la figura de San Agustín como muy importante dentro de la historia de la Iglesia católica. Así,
“Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de que sea un hombre muerto hace más o menos mil seiscientos años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe fresca y actual” (Audiencia General del 16 de enero de 2008)
Y tal realidad espiritual es la que nos debe iluminar a nosotros que, a tanta distancia de tiempo estamos, exactamente, en la misma situación de búsqueda de Dios que en la que se encontraba nuestro hermano Agustín, hijo de Dios, santo, doctor. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Cristo es pan de vida





Martes III de Pascua

Jn 6, 30-35

“En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’.

COMENTARIO

Muchos de los que seguían a Jesús tenían un apego excesivo a los signos o, lo que es lo mismo, no creían si no veían algo que demostrara que lo que se decía tenía un apoyo tangible.

Aún teniendo conocimiento de su historia espiritual no habían llegado a comprender la verdadera razón de la misma ni el sentido que tenía para Dios porque no fue, en efecto, quien proporcionó aquel alimento que salvó a su pueblo sino el Creador. Y no ven lo que, en verdad, importa.

Jesús se presenta como quien es: el pan de vida. Es un alimento esencial para la vida del hombre. Sin embargo, no se trata de nada material sino de algo que llena, en verdad, el corazón del ser humano y que es la Palabra de  Dios. Por eso acercarse a Cristo es no pasar hambre pero otra clase de hambre.

JESÚS, los que te siguen necesitan saber que eres el alimento que les puede salvar eternamente. Por eso acercarse a Ti es tan importante y por eso no podemos alejarnos de tu persona por conveniencia o cobardía.




Eleuterio Fernández Guzmán

23 de abril de 2012

Estar con la Iglesia católica







Desde el lunes 23 al viernes 27 de abril tiene lugar en Madrid, en la Casa de la Iglesia, la XCIX reunión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, más conocida como CEE.

Es bien cierto que hay personas que no están de acuerdo con aquello que acuerda la jerarquía de la Iglesia católica en España y, es más, atacan a la misma por lo que hace o dice. También se suelen poner en solfa las decisiones que se toman en este tipo de reuniones en las que los obispos que forman la Asamblea Plenaria llevan a cabo una labor imprescindible.

Sin embargo, bien sabemos los católicos que no estamos de acuerdo con determinados comportamientos que en los tiempos que corren no podemos permitirnos el lujo de ir sembrando cizaña para ver si no es vista y, al crecer junto a la buena cosecha, la estropea un poco.

En realidad, muchas veces se trata de criticar a la misma existencia de las Conferencias Episcopales porque, por ejemplo, se dice que sirven para bien poco.

Antes que nada hay que decir que, aunque lo que puede entenderse como Conferencia Episcopal llevaba funcionando de forma informal desde hacía mucho tiempo (La primera Conferencia estable de Obispos católicos de un territorio fue la belga, constituida en 1830 siendo la Sagrada Congregación para los Obispos las que las denominó “Conferencias Episcopales” en una Instrucción de 1889), es el Concilio Vaticano el que, a través del Decreto Christus Dominus (38) fija, por decirlo así, la realidad misma de las Conferencias Episcopales y terminando tal proceso, en 1966, el Papa Pablo VI, quien con el Motu proprio Ecclesiae Sanctae, impuso la constitución de Conferencias Episcopales allí donde aún no existían.

Así, el canon 447 del Código de Derecho Canónico dice que “La Conferencia Episcopal, institución de carácter permanente, es la asamblea de los Obispos de una nación o territorio determinado, que ejercen unidos algunas funciones pastorales respecto de los fieles de su territorio, para promover conforme a la norma del derecho el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de tiempo y de lugar”.
No parece, en principio, que la existencia de las Conferencias Episcopales, aquí la española, tenga poco arraigo en el seno de la Esposa de Cristo. No es, digamos, una institución centenaria pero como tampoco lo son muchos de los movimientos católicos que dan vida a la Iglesia católica.

Cuando, por ejemplo, para esta semana se tienen temas en estudio como la elaboración del Plan Pastoral de la propia Conferencia Episcopal y que será la guía de otros muchos planes particulares o la elaboración de un Mensaje acerca de la Declaración del Doctorado de San Juan de Ávila, el estudio de documentos como “La verdad del amor humano” o las “Vocaciones sacerdotales para el Siglo XXI” o la aprobación de congresos como el de Pastoral Juvenil o la Pastoral Hospitalaria no se puede decir que sea de poca importancia lo que se tendrá que trabajar en esta última semana del mes de abril. Y no se puede decir que no haga falta ningún tipo de coordinación entre los obispados de España como para que no tenga importancia la labor de la Conferencia Episcopal.

Nosotros, los hijos de Dios que nos sentimos parte de la Iglesia católica en España necesitamos ser conducidos porque por eso formamos parte del rebaño del Creador. No nos sentimos, como muchos creen, borregos que no sabemos lo que hacemos sino que, al contrario, estamos más que seguros que nuestros pastores tomarán las decisiones adecuadas y correctas para el tiempo en el que nos ha tocado vivir. Y confiamos en ellos si bien es cierto que en determinadas ocasiones esperaríamos una reacción más contundente contra aquellos hermanos en la fe que se manifiestan demasiado díscolos con determinadas teologías.

El caso es que lo que, quizá, destaca en la naturaleza de las citadas Conferencias es la comunión  que no es, precisamente, lo que muchos piensan. Y lo es, o debería serlo, en un doble sentido: entre los obispos que conforman la Conferencia Episcopal digamos, de carácter nacional y, luego, entre la propia Conferencia Episcopal y Roma (no podemos olvidar que, como dice el número 9 de Motu Proprio ‘Apostolos suos’, del beato Juan Pablo II Magno, “El Romano Pontífice, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad”) Sin la misma, que es de fe y, por tanto, sobrenatural, se desvirtúa el sentido que, en su día, se quiso dar a tal figura jurídico-eclesiástica.

Y en eso estamos.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Creer en Cristo



Jn 6, 22-29

“Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: ‘Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello. Ellos le dijeron: ‘¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado’”.

COMENTARIO

Muchos de los que seguían a Jesús lo hacían porque le habían visto hacer hechos extraordinarios. Eso los atraía y se acercaban a Él no con fe sino, simplemente, con curiosidad.

Jesús sabe, porque conoce el corazón del hombre, qué perseguían muchos de los que lo buscaban. Por eso les dice que no son las señales lo que buscan sino lo más material que no es, precisamente, lo que quiere Dios que busquen ni que, al fin, encuentren.

Los que seguían a Jesús, después de haberle oído decir tales verdades, quieren ser como Él quiere que sean pero no saben cómo. Y bastaba, para eso, con creer y tener fe en Él. Era la única forma de alcanzar, además, la vida eterna.


JESÚS,  aquellos que te seguían querían conocer qué hacer para hacerlo de forma correcta. Sólo necesitaban una cosa que es lo que, muchas veces, no hacemos: creer en É.



Eleuterio Fernández Guzmán



22 de abril de 2012

Lo que estaba escrito, se cumplió





Domingo III (B) de Pascua


Lc 24,35-48

“En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros’. Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: ‘¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo’. Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: ‘¿Tenéis aquí algo de comer?’. Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: ‘Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’’. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas’.


COMENTARIO

Los discípulos de Emaús estaban con los apóstoles cuando se presentó Jesús. Tenía que continuar con su labor de enseñanza y para, además, convencerles de que todo lo que les había dicho era cierto.

Aquellos que lo ven dudan. Todavía no creen la resurrección o no saben lo que significa. Prefieren pruebas que Jesús les da. No es un fantasma y, por lo tanto, deben convencerse de la verdad de todo lo dicho.

En lo sucesivo tenían que predicar acerca del Reino de Dios y de Jesucristo. Pero, además, debían predicar acerca de la conversión necesaria para el perdón de los pecados. Sólo así podrían salvarse.

JESÚS,  aquellos que te escuchaban tenían miedo. Era un miedo humano pero que quedaría borrado cuando te presentaste ante ellos y les demostraste que eras real y no una visión. Nosotros, sin embargo, ni así estamos muchas veces contigo.




Eleuterio Fernández Guzmán