23 de abril de 2012

Estar con la Iglesia católica







Desde el lunes 23 al viernes 27 de abril tiene lugar en Madrid, en la Casa de la Iglesia, la XCIX reunión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, más conocida como CEE.

Es bien cierto que hay personas que no están de acuerdo con aquello que acuerda la jerarquía de la Iglesia católica en España y, es más, atacan a la misma por lo que hace o dice. También se suelen poner en solfa las decisiones que se toman en este tipo de reuniones en las que los obispos que forman la Asamblea Plenaria llevan a cabo una labor imprescindible.

Sin embargo, bien sabemos los católicos que no estamos de acuerdo con determinados comportamientos que en los tiempos que corren no podemos permitirnos el lujo de ir sembrando cizaña para ver si no es vista y, al crecer junto a la buena cosecha, la estropea un poco.

En realidad, muchas veces se trata de criticar a la misma existencia de las Conferencias Episcopales porque, por ejemplo, se dice que sirven para bien poco.

Antes que nada hay que decir que, aunque lo que puede entenderse como Conferencia Episcopal llevaba funcionando de forma informal desde hacía mucho tiempo (La primera Conferencia estable de Obispos católicos de un territorio fue la belga, constituida en 1830 siendo la Sagrada Congregación para los Obispos las que las denominó “Conferencias Episcopales” en una Instrucción de 1889), es el Concilio Vaticano el que, a través del Decreto Christus Dominus (38) fija, por decirlo así, la realidad misma de las Conferencias Episcopales y terminando tal proceso, en 1966, el Papa Pablo VI, quien con el Motu proprio Ecclesiae Sanctae, impuso la constitución de Conferencias Episcopales allí donde aún no existían.

Así, el canon 447 del Código de Derecho Canónico dice que “La Conferencia Episcopal, institución de carácter permanente, es la asamblea de los Obispos de una nación o territorio determinado, que ejercen unidos algunas funciones pastorales respecto de los fieles de su territorio, para promover conforme a la norma del derecho el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de tiempo y de lugar”.
No parece, en principio, que la existencia de las Conferencias Episcopales, aquí la española, tenga poco arraigo en el seno de la Esposa de Cristo. No es, digamos, una institución centenaria pero como tampoco lo son muchos de los movimientos católicos que dan vida a la Iglesia católica.

Cuando, por ejemplo, para esta semana se tienen temas en estudio como la elaboración del Plan Pastoral de la propia Conferencia Episcopal y que será la guía de otros muchos planes particulares o la elaboración de un Mensaje acerca de la Declaración del Doctorado de San Juan de Ávila, el estudio de documentos como “La verdad del amor humano” o las “Vocaciones sacerdotales para el Siglo XXI” o la aprobación de congresos como el de Pastoral Juvenil o la Pastoral Hospitalaria no se puede decir que sea de poca importancia lo que se tendrá que trabajar en esta última semana del mes de abril. Y no se puede decir que no haga falta ningún tipo de coordinación entre los obispados de España como para que no tenga importancia la labor de la Conferencia Episcopal.

Nosotros, los hijos de Dios que nos sentimos parte de la Iglesia católica en España necesitamos ser conducidos porque por eso formamos parte del rebaño del Creador. No nos sentimos, como muchos creen, borregos que no sabemos lo que hacemos sino que, al contrario, estamos más que seguros que nuestros pastores tomarán las decisiones adecuadas y correctas para el tiempo en el que nos ha tocado vivir. Y confiamos en ellos si bien es cierto que en determinadas ocasiones esperaríamos una reacción más contundente contra aquellos hermanos en la fe que se manifiestan demasiado díscolos con determinadas teologías.

El caso es que lo que, quizá, destaca en la naturaleza de las citadas Conferencias es la comunión  que no es, precisamente, lo que muchos piensan. Y lo es, o debería serlo, en un doble sentido: entre los obispos que conforman la Conferencia Episcopal digamos, de carácter nacional y, luego, entre la propia Conferencia Episcopal y Roma (no podemos olvidar que, como dice el número 9 de Motu Proprio ‘Apostolos suos’, del beato Juan Pablo II Magno, “El Romano Pontífice, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad”) Sin la misma, que es de fe y, por tanto, sobrenatural, se desvirtúa el sentido que, en su día, se quiso dar a tal figura jurídico-eclesiástica.

Y en eso estamos.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

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