25 de febrero de 2012

Estar sano o enfermo del alma




Sábado después de Ceniza



Lc 5, 27-32



“En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme’. El, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos, y de otros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: ‘¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?’. Les respondió Jesús: ‘No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores’".



COMENTARIO



Jesús buscó, para que fueran sus apóstoles, a hombres muy distintos. Pescadores o, como es el caso de Mateo, cobrador de impuestos y, por lo tanto, considerado un pecador por parte de sus hermanos de religión más dados, a lo mejor, a preocuparse por lo material.



Jesús no podía ignorar que, en efecto, Mateo podía ser un pecador pero no por cobrar impuestos sino, como todos, por el hecho de no estar siempre a la voluntad de Dios. Y sabía que necesitaba curación aquella enfermedad del alma. Y venía en su socorro al igual que hizo con tantas otras personas.



Para convertirse es necesario tener que convertirse o, lo que es lo mismo, hay que estar en situación espiritual de tal forma necesitada de auxilio que, en efecto, se necesite. Y Jesús sabe que sólo necesitan médico, espiritual en este caso y Él mismo, aquellas personas que tengan enfermedad, espiritual en este caso. Y así actúa: sanando.



JESÚS, curas a los que necesitan curación porque los que no son pecadores (¿?) difícilmente van a verse en la situación de ser sanados. Sin embargo, nosotros mismos que no se nos puede escapar que siempre estamos necesitados de sanación espiritual, miramos para otro lado y no te buscamos para que nos sanes. A lo mejor creemos que nos bastamos solos.





Eleuterio Fernández Guzmán





24 de febrero de 2012

Convertirse y creer

Eleuterio Fernández Guzmán







«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.’»

Este texto, correspondiente a los versículos 14 y 15 del capítulo 1 del Evangelio de San Marcos marca, con exactitud el sentido de un tiempo muy especial para el discípulo de Cristo y, entonces, para el hijo que se considera de Dios.

Dice San Josemaría, en «Es Cristo que pasa» (57), refiriéndose a la Cuaresma que es «Tiempo de penitencia, de purificación, de conversión. No es tarea fácil. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera –ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide– es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.»

Vemos, por lo tanto que, según el fundador del Opus Dei, convertirse no es fácil porque, además, «A la conversión se sube por la humildad, por caminos de abajarse» (Surco, 278) pues no resulta fácil venir a ser otro tipo de persona, digamos, más tierna y no de dura piel del corazón. Convertirse es, sobre todo, ser odre nuevo que contenga el vino nuevo.

Convertirse ha de suponer, antes que nada, alejar de nuestra vida todo lo que, a su vez, establezca entre Dios y nosotros una distancia exagerada. Por tanto, y antes que nada, hay que arrepentirse de lo que nos haya hecho pecar. En segundo lugar, el espacio que hemos dejado vacío del pecado hemos de llenarlo con el vino nuevo y la luz de Cristo. Así, como escribe San Juan en su Primera Epístola (1,5) «Dios es luz y no hay en Él tiniebla alguna» y recibir al Hijo de Dios en nuestro corazón nos libera de las ataduras del mundo que no nos permitían vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.

Nos convertimos para algo porque no es conversión vacía de contenido ni sin sentido para nosotros. Muy al contrario resulta el cambio espiritual porque cambiar nuestro corazón en el sentido aquí traído lo hacemos para creer.

Jesús no dijo creer y, luego, convertíos sino al contrario: convertíos y creer, en concreto, en la «Buena Nueva». Y no hace eso el Mesías porque quiera jugar con las palabras o por construir una expresión que sea dulce a nuestros oídos sino que tal forma de hablar tiene un claro sentido y un destino bien definido: en primer lugar tenemos que cambiar y, luego, creer.

Esto no vaya a querer entenderse como que creer es menos importante que convertirse porque no es tal como sucede en la realidad. Así, cuando se nos bautiza no se nos pide que tengamos fe porque sería absurdo hacer tal cosa con una persona de edad tan escasa (en el más ordinario de los casos). Lo que se hace con nosotros es infundirnos el Espíritu Santo, perdonarnos el pecado original y hacernos miembros de la Iglesia católica. Se nos ha, pues, convertido. Luego, cuando estemos en edad de tener uso de razón, ya llegará el momento de creer. Pero, en primer lugar, es la conversión y luego, la creencia que se confirma con la confesión de fe con la que, precisamente, practicamos una especie de conversión continua, en un círculo gozoso que bien podríamos llamar redil de los hijos de Dios.

Poco a poco, cual semilla pequeña, va creciendo en nuestro corazón la certeza de que nuestra conversión fue, cuando fuera; es, por la confesión de fe y será, cada día, la forma a partir de la cual caminamos por el Reino presente de Dios hacia el que será definitivo. Y lo hacemos porque hemos creído y porque, antes, nos hemos convertido de la forma que sea: fulgurante como sucede en algunas ocasiones con personas descreídas o ateas o, poco a poco con el convencimiento de que hacíamos lo mejor para nuestra alma y, así, para nuestro cuerpo.
Convertirse y creer, dicho esto en un tiempo como el denominado de Cuaresma, puede resultar muy propio del mismo. Sin embargo, no podemos olvidar que estaría del todo mal circunscribir la misma y su segura continuación a un tiempo espiritual que, por muy «fuerte» que se denomine, no deja de ser un periodo de tiempo limitado. Muy al contrario tenemos que hacer con nuestra conversión, que ha de ser siempre y con nuestra creencia, que tenemos que tener anclada en nuestro corazón como la que nos permite vivir en el mundo mundano con espíritu de hijos de Dios que ya liberados de muchas ataduras miramos hacia la salvación con alegría y agradecimiento inmensos. Sólo Dios salva y, por eso mismo, sólo el Creador está en disposición de tendernos la mano para que, por ella, lleguemos hasta su mismo corazón.
Y para eso, para eso, ha de mediar el saberse pecador, el confesar lo hecho o lo dicho o no hecho y, antes que nada, estar más que seguros de que hacemos lo correcto, lo que Dios quiere que hagamos.
Y que luego todo sea un Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en ConoZe

En Cuaresma







Cuando llega el tiempo, llamado fuerte, de Cuaresma, nos preparamos, espiritualmente hablando, para traer a nuestro corazón y a nuestra vida, la semana por la que Jesús pasó y por la que, con su sufrimiento, nos ganó la salvación y la vida eterna.
Es tiempo, por lo tanto, de arrepentimiento y de creer en el Evangelio que es, como sabemos, la expresión que se nos dice cuando se nos impone la ceniza el miércoles así llamado y que da comienzo a estos cuarenta días de previa Pasión de Cristo.  
Sobre lo que supone tal tiempo y lo que ha de suponer para cada uno de nosotros, los discípulos del Mesías, Benedicto XVI ha escrito el Mensaje con el que, cada año, de dirige el Vicario de  Cristo a la grey de Dios.
Lo ha hecho, este año 2012, poniendo su acento en la santidad.
“Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”. En este corto texto de la Epístola a los Hebreos (10,24) ha centrado el Papa su Mensaje. Lo ha hecho, además, teniendo en cuenta lo que supone para nuestra relación con el prójimo reconocer, en nuestra vida, lo que tienen tal escasas pero importantes palabras. Y todo eso teniendo de fondo la verdad que supone la santidad.
El Santo Padre, debido a su especial sensibilidad hacia la caridad tiene muy en cuenta la misma a la hora de escribir un mensaje destinado a los fieles que, en Cuaresma, tenemos que hacer presente lo que supone este especial tiempo litúrgico y, así, espiritual.
Dice, por ejemplo, que “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.”
Esperamos la alegría de la Pascua y recordamos los muchos 40 días que, a lo largo de la historia de la salvación, los hijos de Dios han traído a sus vidas la voluntad de Dios. Así, si Jesús se retiró durante 40 días, Moisés aguardó 40 días antes de subir al Sinaí. Pero también Elías caminó durante 40 días hacia el Horeb sin olvidar, cambiando años por días, que la marcha de los judíos por el desierto duró 40 años. Por lo tanto, el número 40 es algo más que la unión de dos dígitos porque supone, para la descendencia de Dios, la confirmación del cumplimiento de una promesa por parte del Creador.
Y se nos pide arrepentimiento y se nos pide creencia: arrepentirse y creer en el Evangelio porque a de cada uno de nosotros se espera que comulguemos con lo que decimos que somos. Y la caridad, en el ámbito de la Cuaresma, nos sirve para cerciorarnos que tal forma de actuar, caritativa, fue la que condujo a Jesús por el camino recto hacia la salvación eterna, a morir, a descender a los infiernos y a resucitar al tercer día, día de gloria para el hombre pues se salvó de la negra cumbre del abismo.
Y también se nos pide ayuno y abstinencia. No se trata, aunque alguno pudiera pensarlo, de actitudes falsas o llenas de vacío. Muy al contrario es esto porque ayunar y abstenerse de ciertos alimentos en días muy señalados es más que una pose o, para ser más ciertos, no es una pose (por disimulación) sino la conciencia que, desde nuestro corazón, de muestra cercana al sufrimiento de Cristo por llegar y que ya adivinamos en el pasar del tiempo.
Cuaresma es tiempo, por lo tanto, de acercamiento muy especial a Dios. Nos miramos en el espejo de la actuación de su Hijo y, así, nos vemos inmersos en un tiempo de profundización de nuestra fe y de nuestro vernos en el camino hacia el definitivo Reino de Dios con la seguridad de poder limpiar nuestras faltas en la sangre del cordero.
Y cambiamos, o hemos de cambiar, el corazón porque se nos pide la esperanza de saber que mudando nuestra dura forma de ser, doblando la dura cerviz de nuestro comportamiento poco amoroso y caritativo, podremos gozar de los divinos sabores que Dios nos proporciona y que encontramos en el prójimo al que, tantas veces, preterimos de nuestro corazón.
Es tiempo de Cuaresma. Otra gozosa vez recordamos lo bueno y mejor que Dios nos ha regalado.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

El Novio está presente



Viernes después de Ceniza





Mt 9, 14-15





“En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: ‘¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?’. Jesús les dijo: ‘Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán’”.





COMENTARIO





Juan el Bautista tenía discípulos que seguían las enseñanzas del que clamaba en el desierto. Ayunaban como una práctica espiritual y lo debían hacer en bastantes ocasiones porque entendían que era lo correcto de cara a Dios. Se extrañaban que los discípulos de Jesús no hicieran lo mismo.





Jesús, como Dios hecho hombre, entendía las cosas del espíritu de una forma distinta a como las habían entendidos los miembros del pueblo elegido por el Creador para transmitir su Palabra. Siempre ponía por encima de lo que pudiera considerarse material, lo espiritual.





El ayuno que prescribe Jesús lo es para después de su muerte, y muerte de cruz. Entonces, como recuerdo a quien tanto les había enseñado y a quien había dado su vida por ellos, llevarían a la práctica el ayuno. Mientras tanto no debían ayunar sino sentirse invitados a una boda en la que el Mesías era el novio.






JESÚS, mientras permanecías en vida terrena entre tus discípulos no entendiste que se tuviera que hacer ningún tipo de ayuno. Habías llegado Tú, Dios hecho hombre y, por eso mismo, no era necesaria tal práctica. Muchos no entendieron, todavía, que era por eso por lo que debían esperar para ayunar. Muchos, incluso, no lo entienden ahora mismo.







Eleuterio Fernández Guzmán


23 de febrero de 2012

Negarse, tomar la cruz y seguir a Cristo




Jueves después de Ceniza

Lc 9,22-25

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día’. Decía a todos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?’”.


COMENTARIO

Negarse a sí mismo

Jesús sabe que para seguirlo hay que dejar lo que somos para ser otras personas de corazón tierno y no de piedra. Sabe que de otra forma no se acepta a Dios y que hay que dejar de estar para ser.

Tomar la cruz

Jesús sabe la muerte que le espera y que la misma será el símbolo de su discipulado. Decir que hay que tomar la cruz supone saber que lo malo de cada uno de nosotros tiene que venir con nosotros y que sólo confiando en Cristo podemos ser lo que debemos ser.

Seguir a Cristo

Ir tras Jesús, el Hijo de Dios y hermano nuestro ha de querer decir confiar en su doctrina y llevarla a nuestros corazones y a nuestra vida de una forma efectiva. No decir ¡Señor, señor! con el corazón encogido y alicaído nuestro proceder. Seguir a Jesús es ser, en verdad, discípulo suyo.


JESÚS, sabías que sólo renunciando a ciertos comportamientos y a ciertas formas de ser se te podía seguir. No era, ni es, un seguimiento de escaparate o para que de vean sino, muy al contrario, para centrar nuestra vida en lo bueno y mejor que  Dios envió al mundo. Y lo hizo para redimirnos.




Eleuterio Fernández Guzmán


22 de febrero de 2012

Dios ve en lo secreto del corazón





Mt 6,1-6.16-18




“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.




‘Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’”.






COMENTARIO




Quizá había mucha costumbre, entre los contemporáneos de Jesús, de hacer ver lo que sentían espiritualmente hablando. Hacer limosna y orar, para algunas personas, debía de hacerse demostración de tal tipo de actuaciones.

Jesús sabe que aquí no importa tanto el qué sino el cómo. Hace falta mucha humildad y mucha mansedumbre para hacer lo que se tenía que hacer pero sin demostrar que se hacía como para que los demás lo tuvieran en cuenta.




Dios ve en lo secreto y conoce todo lo que nuestro corazón atesora. Las verdaderas intenciones de nuestros actos (dar limosna o hacer oración, por ejemplo) son conocidas por Aquel que nos creó y, por lo tanto, no deberíamos intentar esconderlas porque, simplemente, es imposible. Cabe, por lo tanto, actuar como Dios quiere que actuemos.






JESÚS, tu Padre conoce todo lo que pensamos y todo lo que, en el fondo de nuestro corazón, queremos llevar a cabo. Nos recomiendas, por tanto, hacer las cosas sin demostración externa de que las hacemos sino, sólo, para Dios.












Eleuterio Fernández Guzmán


























21 de febrero de 2012

Ser el último y servir



Martes VII del tiempo ordinario

Mc 9, 30-37

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: ‘El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará’. Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: ‘¿De qué discutíais por el camino?’. Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: ‘Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos’. Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: ‘El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado’.



COMENTARIO

Dice Jesús que quien quiera ser el primero “será el último de todos y el servidor de todos”. Es decir, que no dice que se puede ser el primero siendo el último o sirviendo a los demás sino que habrá de cumplir esas dos condiciones: deberá se el último y, además, y además, repito, deberá servir a los demás.

Servir ya sabemos lo que quiere decir: ¿Señor, qué quieres de mí, cómo puedo servir mejor a los demás?, podemos decir con la oración popular. Servir es darse, es olvidarse de lo que se pierde con servir, como propio quiero decir, y dejar en manos de Dios la retribución eterna.

Y hacerlo todo como lo hacen los niños: con entrega sin medida, confiando en quienes los cuidan; siendo francos y no diciendo lo que les conviene según las circunstancias.


JESÚS, el servicio era una de las realidades que debías poner en el corazón de tus discípulos. Servir hasta dar la vida por los demás, entregando hasta el último aliento. A veces, sin embargo, a nosotros no nos conviene actuar de tal forma y, en efecto, no la llevamos a cabo.




Eleuterio Fernández Guzmán


20 de febrero de 2012

Contra cierto tipo de pecados

Lunes VII del tiempo ordinario


Mc 9,14-29


“En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: ‘¿De qué discutís con ellos?’. Uno de entre la gente le respondió: ‘Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido’.

Él les responde: ‘¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!’. Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: ‘¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?’. Le dijo: ‘Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros’. Jesús le dijo: ‘¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!’. Al instante, gritó el padre del muchacho: ‘¡Creo, ayuda a mi poca fe!’.

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: ‘Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él’. Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: ‘¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?’. Les dijo: ‘Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración’.

COMENTARIO

Seguían a Jesús muchos que, en realidad, eran bastante incrédulos. Demostraban tal forma de pensar cuando le pedían a Jesús que hiciera lo que no podían hacer sus discípulos porque no había fe en los que pedían cierto tipo de cosas.

Había cierto tipo de posesiones que eran difíciles de erradicar. Ni siquiera los apóstoles podían hacer nada contra ellas porque se necesitaba algo más que la invocación en su contra. Jesús dice que se necesitaba oración.

La forma de dirigirse Jesús al poseído era de Quien puede hacer lo que quiera con el mismo. El poder de Dios se manifiesta cuando el Mesías expulsa al demonio de tal manera que queda libre el endemoniado. Todos se sorprenden porque ven como su incredulidad se viene abajo.


JESÚS, a muchos de los que te seguían les costaba entender Quién eras. Si lo hubieran entendido desde un principio no se habrían extrañado nada ni cuando cura a un paralítico ni cuando expulsa a un demonio del cuerpo de una persona. A nosotros nos pasa algo parecido.  



Eleuterio Fernández Guzmán


19 de febrero de 2012

Verdad y mitología; fe y superstición







Verdad y mitología; fe y superstición son realidades que no son, precisamente, ejemplo de sintonía sino de todo lo contrario.

Seguramente la verdad y la mitología son dos extremos que nunca deberían tocarse porque, cuando esto sucede, la primera pierde lo que la hace cierta y la segunda gana lo que nunca debería formar parte de su misma existencia.

Así, mientras que la mitología abunda en creencias sobre posibles actuaciones exteriores del ser humano (por ejemplo, los “dioses” romanos o griegos dirigiendo la vida de los hombres) en los que, en realidad, la semejanza de Dios viene a ser como un rehén de la voluntad celestial, la verdad, como expresión de la existencia de Dios, la reconocemos en nosotros mismos pues al ser templos del Espíritu Santo (como dice San Pablo en 1 Cor 3:16) nada de lo que de espiritual hay en nuestra vida sucede desde fuera sino que, al contrario, es en nuestro corazón mismo donde podemos encontrar a Dios y de donde, en realidad, salen las obras (de la “bondad del corazón habla la boca” se recoge Lc 6:45)

Por tanto, la mitología manifiesta una conciencia de verse dirigida desde una existencia extraterrestre y, por eso, nada puede hacer el ser humano que pueda afectar a su proceder. Al contrario, la verdad, por ser expresión de Dios y poder disfrutar de ella nos permite tomar nuestras propias ediciones llevados por el don de la libertad entregada por Dios a cada uno de nosotros y de la cual podemos hacer uso incluso par abandonar al Creador.

Al respecto de lo dicho hasta ahora, en determinadas ocasiones la mitología viene a afectar al núcleo de la verdad. Así como los mitos, es un decir esto, dirigen la vida del ser humano, se puede llegar a hacer una utilización egoísta de Dios desplazando la verdad y haciendo ocupar su sitio por la mitología.

¿Cómo hacemos esto?

Por ejemplo, cuando echamos a Dios la culpa de lo que nos pasa como si fuera un Creador que de forma a como lo haría Zeus con los romanos, dirigiera y manipulara la realidad de nuestros aconteceres no sin causa de la intervención de Dios (que ya dijera en el Génesis “llenad la tierra” (en Gen 1:28) dejándonos libres) sino de nuestra propia actuación o, como mucho, de la actuación del otro.

Y es aquí donde mito y verdad se tocan peligrosamente.

Por otra parte, creer sin haber visto (Fe) y creer que, en determinadas cosas u objetos (cartas, amuletos, etc.) hay encerradas soluciones a problemas (superstición) son, básicamente, campos distintos del proceder espiritual del ser humano creyente.

En realidad fe y la superstición son realidades diametralmente opuestas porque tienen origen distinto y obedecen a procederes eminentemente diferenciados.

Así, la fe se origina en la creencia, voluntariamente aceptada, de la existencia de Dios, de su divino proceder y de su Providencia, las cuales (uno y otra) no están al alcance del ser humano sino, como mucho, a disposición de quien quiera aceptar tales realidades espirituales. Sin embargo, la superstición se origina en un estadio espiritual de desconocimiento de Dios porque el creerse sometido a las fuerzas de la naturaleza o del azar posibilita dejarse caer en manos de “posibles” actuaciones o consecuencias que hacemos recaer en cosas o objetos (citados arriba) a los que otorgamos una especie de poder de carácter sobrenatural sobre nuestra vida que, en realidad, no tienen.

¿Cuántas veces nos dejamos caer en manos de la superstición?

Esta pregunta tiene, más que nada, una respuesta bastante vergonzosa por parte de muchos cristianos que, alejándose de la fe, se entregan al resultado de una quiromancia, de una magia o de un proceder extraño a la fe y muy alejado de lo que es ésta.

Por eso, deberíamos (quien así lo haga) no desconocer lo que es superstición para no caer en ella porque nos alejaremos, si tal cosa hacemos, del sentido que ha de tener, para nosotros, la creencia en Dios, Padre Nuestro, en su Providencia y en lo que, al fin y al cabo, es la fe que no es otra cosa que abandonarnos a la voluntad de Dios y no en las manos paganas de la superstición por atrayente que parezca ésta.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Fe y confianza




Domingo VII (B) del tiempo ordinario

Mc 2,1-12

Entró de nuevo Jesús en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: ‘Hijo, tus pecados te son perdonados’. Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: ‘¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?’.

Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: ‘¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’. Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice al paralítico—: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Jamás vimos cosa parecida’.


COMENTARIO

Muchos seguían a Jesús pero entre aquellos había que lo hacían de una forma muy especial. Tenían fe y tenían confianza en aquel Maestro que enseñaba con más autoridad que ninguno de los otros. Y esperaban, por eso mismo, lo mejor de Jesús.

Aquellos amigos que llevan al que está paralítico han de tener una confianza muy alta en Jesús. Saben, están seguros, que será capaz de curar a quien está postrado en aquella camilla. Y hacen lo impensable para que esté ante Jesús.

Jesús sabe lo que piensan aquellos que lo hacen contra su persona. Sin embargo, sabe que es mejor hacer lo que le corresponde hacer y cura, además de perdonarle sus pecados, al paralítico. No extraña, por lo tanto, que digan muchos que nunca habían visto nada igual porque, en efecto, nunca lo habían visto.


JESÚS,  curas a quien necesita ayuda. Eso puede molestar a muchas personas que creen que debe estar la presunta ley sobre hacer el bien. La misericordia de Dios es eterna y nada vale más que eso.




Eleuterio Fernández Guzmán