19 de febrero de 2012

Verdad y mitología; fe y superstición







Verdad y mitología; fe y superstición son realidades que no son, precisamente, ejemplo de sintonía sino de todo lo contrario.

Seguramente la verdad y la mitología son dos extremos que nunca deberían tocarse porque, cuando esto sucede, la primera pierde lo que la hace cierta y la segunda gana lo que nunca debería formar parte de su misma existencia.

Así, mientras que la mitología abunda en creencias sobre posibles actuaciones exteriores del ser humano (por ejemplo, los “dioses” romanos o griegos dirigiendo la vida de los hombres) en los que, en realidad, la semejanza de Dios viene a ser como un rehén de la voluntad celestial, la verdad, como expresión de la existencia de Dios, la reconocemos en nosotros mismos pues al ser templos del Espíritu Santo (como dice San Pablo en 1 Cor 3:16) nada de lo que de espiritual hay en nuestra vida sucede desde fuera sino que, al contrario, es en nuestro corazón mismo donde podemos encontrar a Dios y de donde, en realidad, salen las obras (de la “bondad del corazón habla la boca” se recoge Lc 6:45)

Por tanto, la mitología manifiesta una conciencia de verse dirigida desde una existencia extraterrestre y, por eso, nada puede hacer el ser humano que pueda afectar a su proceder. Al contrario, la verdad, por ser expresión de Dios y poder disfrutar de ella nos permite tomar nuestras propias ediciones llevados por el don de la libertad entregada por Dios a cada uno de nosotros y de la cual podemos hacer uso incluso par abandonar al Creador.

Al respecto de lo dicho hasta ahora, en determinadas ocasiones la mitología viene a afectar al núcleo de la verdad. Así como los mitos, es un decir esto, dirigen la vida del ser humano, se puede llegar a hacer una utilización egoísta de Dios desplazando la verdad y haciendo ocupar su sitio por la mitología.

¿Cómo hacemos esto?

Por ejemplo, cuando echamos a Dios la culpa de lo que nos pasa como si fuera un Creador que de forma a como lo haría Zeus con los romanos, dirigiera y manipulara la realidad de nuestros aconteceres no sin causa de la intervención de Dios (que ya dijera en el Génesis “llenad la tierra” (en Gen 1:28) dejándonos libres) sino de nuestra propia actuación o, como mucho, de la actuación del otro.

Y es aquí donde mito y verdad se tocan peligrosamente.

Por otra parte, creer sin haber visto (Fe) y creer que, en determinadas cosas u objetos (cartas, amuletos, etc.) hay encerradas soluciones a problemas (superstición) son, básicamente, campos distintos del proceder espiritual del ser humano creyente.

En realidad fe y la superstición son realidades diametralmente opuestas porque tienen origen distinto y obedecen a procederes eminentemente diferenciados.

Así, la fe se origina en la creencia, voluntariamente aceptada, de la existencia de Dios, de su divino proceder y de su Providencia, las cuales (uno y otra) no están al alcance del ser humano sino, como mucho, a disposición de quien quiera aceptar tales realidades espirituales. Sin embargo, la superstición se origina en un estadio espiritual de desconocimiento de Dios porque el creerse sometido a las fuerzas de la naturaleza o del azar posibilita dejarse caer en manos de “posibles” actuaciones o consecuencias que hacemos recaer en cosas o objetos (citados arriba) a los que otorgamos una especie de poder de carácter sobrenatural sobre nuestra vida que, en realidad, no tienen.

¿Cuántas veces nos dejamos caer en manos de la superstición?

Esta pregunta tiene, más que nada, una respuesta bastante vergonzosa por parte de muchos cristianos que, alejándose de la fe, se entregan al resultado de una quiromancia, de una magia o de un proceder extraño a la fe y muy alejado de lo que es ésta.

Por eso, deberíamos (quien así lo haga) no desconocer lo que es superstición para no caer en ella porque nos alejaremos, si tal cosa hacemos, del sentido que ha de tener, para nosotros, la creencia en Dios, Padre Nuestro, en su Providencia y en lo que, al fin y al cabo, es la fe que no es otra cosa que abandonarnos a la voluntad de Dios y no en las manos paganas de la superstición por atrayente que parezca ésta.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

No hay comentarios:

Publicar un comentario