Es tiempo, por lo tanto, de arrepentimiento y de creer en el Evangelio que es, como sabemos, la expresión que se nos dice cuando se nos impone la ceniza el miércoles así llamado y que da comienzo a estos cuarenta días de previa Pasión de Cristo.
Sobre lo que supone tal tiempo y lo que ha de suponer para cada uno de nosotros, los discípulos del Mesías, Benedicto XVI ha escrito el Mensaje con el que, cada año, de dirige el Vicario de Cristo a la grey de Dios.
Lo ha hecho, este año 2012, poniendo su acento en la santidad.
“Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”. En este corto texto de la Epístola a los Hebreos (10,24) ha centrado el Papa su Mensaje. Lo ha hecho, además, teniendo en cuenta lo que supone para nuestra relación con el prójimo reconocer, en nuestra vida, lo que tienen tal escasas pero importantes palabras. Y todo eso teniendo de fondo la verdad que supone la santidad.
El Santo Padre, debido a su especial sensibilidad hacia la caridad tiene muy en cuenta la misma a la hora de escribir un mensaje destinado a los fieles que, en Cuaresma, tenemos que hacer presente lo que supone este especial tiempo litúrgico y, así, espiritual.
Dice, por ejemplo, que “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.”
Esperamos la alegría de la Pascua y recordamos los muchos 40 días que, a lo largo de la historia de la salvación, los hijos de Dios han traído a sus vidas la voluntad de Dios. Así, si Jesús se retiró durante 40 días, Moisés aguardó 40 días antes de subir al Sinaí. Pero también Elías caminó durante 40 días hacia el Horeb sin olvidar, cambiando años por días, que la marcha de los judíos por el desierto duró 40 años. Por lo tanto, el número 40 es algo más que la unión de dos dígitos porque supone, para la descendencia de Dios, la confirmación del cumplimiento de una promesa por parte del Creador.
Y se nos pide arrepentimiento y se nos pide creencia: arrepentirse y creer en el Evangelio porque a de cada uno de nosotros se espera que comulguemos con lo que decimos que somos. Y la caridad, en el ámbito de la Cuaresma, nos sirve para cerciorarnos que tal forma de actuar, caritativa, fue la que condujo a Jesús por el camino recto hacia la salvación eterna, a morir, a descender a los infiernos y a resucitar al tercer día, día de gloria para el hombre pues se salvó de la negra cumbre del abismo.
Y también se nos pide ayuno y abstinencia. No se trata, aunque alguno pudiera pensarlo, de actitudes falsas o llenas de vacío. Muy al contrario es esto porque ayunar y abstenerse de ciertos alimentos en días muy señalados es más que una pose o, para ser más ciertos, no es una pose (por disimulación) sino la conciencia que, desde nuestro corazón, de muestra cercana al sufrimiento de Cristo por llegar y que ya adivinamos en el pasar del tiempo.
Cuaresma es tiempo, por lo tanto, de acercamiento muy especial a Dios. Nos miramos en el espejo de la actuación de su Hijo y, así, nos vemos inmersos en un tiempo de profundización de nuestra fe y de nuestro vernos en el camino hacia el definitivo Reino de Dios con la seguridad de poder limpiar nuestras faltas en la sangre del cordero.
Y cambiamos, o hemos de cambiar, el corazón porque se nos pide la esperanza de saber que mudando nuestra dura forma de ser, doblando la dura cerviz de nuestro comportamiento poco amoroso y caritativo, podremos gozar de los divinos sabores que Dios nos proporciona y que encontramos en el prójimo al que, tantas veces, preterimos de nuestro corazón.
Es tiempo de Cuaresma. Otra gozosa vez recordamos lo bueno y mejor que Dios nos ha regalado.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
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