7 de septiembre de 2013

Lo que, de verdad, es Ley de Dios




Sábado XXII del tiempo ordinario


Lc 6,1-5

Sucedió que Jesús cruzaba en sábado por unos sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las manos. Algunos de los fariseos dijeron: ‘¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?’. Y Jesús les respondió: ‘¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?’. Y les dijo: ‘El Hijo del hombre es señor del sábado’.”


COMENTARIO


Cumplir las muchas normas que el pueblo judío había establecido a partir de la Ley de Dios dada por el Creador a Moisés hacía muchos siglos, era bastante difícil. Lo era, además, porque muchas de ellas nada tenían que ver con la original norma divina sino con puros intereses humanos.

El sábado era un día muy importante para el pueblo judío. Nada se podía hacer que no fuese adoración a Dios. Incluso la misericordia y la caridad por el necesitado no se tenía en cuenta. Por eso molestó tanto a algunos que los que seguían a Jesús se atraviesen, incluso teniendo hambre, a recoger algunas espigas del campo para saciarla.

Jesús sabía que nada estaba hecho para que fuese contra la voluntad del Creador. La misma no puede querer que sus hijos mueran de hambre o, siquiera, la pasen si pueden remediarlo fácilmente. Y eso está por encima del día que el hombre le dedica muy especialmente. Tal es su Amor y su Misericordia. Pero eso, algunos, no lo entendían.



JESÚS, la caridad para quien la necesita es fundamental en la Ley de Dios. Ayúdanos a no poner nunca, por encima de ellas, nuestras circunstancias personales.





Eleuterio Fernández Guzmán


6 de septiembre de 2013

Lo que vale la pena de nuestra fe


ELEUTERIO




Muchos creyentes han escrito acerca de las razones que le llevaron a ser católicos. Es cierto que, casi siempre, lo somos porque se nos bautizó cuando no podíamos decidir nada y eso está más que bien porque es un derecho que ningún padre católico puede negar a sus hijos y el Bautismo es un Sacramento tan importante que con él se nos considera hijos de la Iglesia que Cristo fundó y que luego vino a darse en llamar católica. 

Pero es cuando tenemos, como se dice, “uso de razón” o más tarde sin con ella no somos capaces de entender ciertas realidades espirituales, cuando nos podemos plantear qué es lo que vale la pena de nuestra fe o, en realidad, las razones por las cuales, ahora sí conscientemente, somos católicos.

Cada cual, claro, tiene las suyas y, si es capaz de no esconderlas bajo algún que otro celemín (podrían servir a muchos a convertirse o a ser más conscientes de lo que supone ser católico) podría decir, por ejemplo, esto que sigue.

En su libro “Paradoja y misterio de la iglesia”, H. De Lubac dice, entre otras cosas que “Incluso los que la (iglesia) desprecian, si todavía admiten a Jesús, ¿saben de quién lo reciben? … Jesús está vivo para nosotros. Pero ¿en medio de qué arenas movedizas se habría perdido, no ya su memoria y su nombre, sino su influencia viva, la acción de su evangelio y la fe en su persona divina, sin la continuidad visible de su iglesia?… ‘Sin la iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula’. ¿Y qué sería la humanidad privada de Cristo?”

La Iglesia católica, pues, nos da a Jesucristo y, por tanto, la presencia de Cristo en la humanidad no se puede encontrar contra la Iglesia católica.

Así, es una razón poderosa, fuerte y, a la vez, conmovedora sostenerse en el Hijo de Dios, hermano nuestro, para saberse miembro, piedra vida, de lo que Él mismo creó entregándole las llaves a Pedro (“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”-Mt 16, 19- le dijo Jesús a Pedro antes de que al primer Papa le entrara Satanás y quisiera negar que pudiera pasar lo que Jesús le decía acerca de su prendimiento y muerte, cuando, al contrario, todo estaba establecido en el Plan de Dios).

Es Cristo quien nos reúne, en una verdadera fraternidad de Amor a los que estamos de acuerdo en que a través del Hijo de Dios, en el seno de su Esposa, conformamos nuestra vida según un mensaje dejado por Aquel que entregó su vida, precisamente, para que nuestra salvación se consumara.

Lo que vale la pena de nuestra fe católica es darse cuenta de que separarse de Cristo, de la Iglesia que fundó es, en una manera cierta y exacta, abandonar la vid de donde nace la vida que es necesaria al sarmiento y quedar, entonces, apartado para ser quemado (Jn 15, 6: ”Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden”).

También vale la pena reconocer que cuando Jesús, en la Última Cena, instituyó la Santa Misa no dijo, esto es “como” mi cuerpo o “como” mi sangre” sino, exactamente (Mc 14, 22-24): “Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo.’ Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’”. Por eso no se trata de una presencia que está pero no está sino que, tras la transubstanciación, las especies pan y vienen a ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Su Cuerpo y Su Sangre. Y tal realidad es fundamental para darnos cuenta de que Cristo está, siempre, con nosotros.

Por eso, además, para que no hubiera duda al respecto de lo que diría después, estando en la sinagoga de Cafarnaúm dijo “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 55-58) y ha de valer la pena comer tal pan a sabiendas de que es alimento para la eternidad porque de la eternidad viene, antes de todos los tiempos fue hecho, antes de todo.

También vale la pena de nuestra fe católica entender que, junto a la insustituible importancia de las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio nos ayudan a comprender, lo mejor posible, nuestra fe y lo que la misma significa para los que nos consideramos herederos, en cuanto creencia, del Mesías y porque tanto una como otro son herramientas espirituales que no podemos desdeñar ni dejar de lado, por ejemplo, aplicando la llamada Sola Scriptura. Sería suficiente, a tal respecto, considerar lo dicho por San Pablo en la segunda Epístola a los Tesalonicenses cuando dejó escrito “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta”.

Pero esto sería, seguramente, materia de otro momento… Baste, ahora, con apuntar que dejar de lado todo lo que no sea Sagrada Escritura es hacer muy de menos a Quien iluminó la misma y como si el Creador no permitiese que su semejanza pudiera argumentar sobre el sentido, para cada tiempo, que podía tener aquello que se escribió sin, por eso, desvirtuar nada de lo que se fijó por escrito. Por eso, también vale la pena nuestra fe católica.

Y, en resumidas cuentas, lo que vale la pena de nuestra fe católica es saber que es la verdadera, la que Dios quiso y quiere para el mundo. Y eso es más que suficiente.

Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital

Odres viejos y nuevos




Viernes XXII del tiempo ordinario

Lc 5,33-39

En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben’. Jesús les dijo: ‘¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días.

Les dijo también una parábola: ‘Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’’”.

COMENTARIO

Era de esperar que muchos de los que escuchaban a Jesús no entendiesen qué es lo que hacía y qué es lo que decía. Por eso se extrañaban que sus discípulos actuasen, muchas veces, contra lo que estaba prescrito en la ley.

Jesús, en aquel momento, les dice una parábola que es muy clara y contundente porque pone, sobre la mesa, la verdad de lo que debe hacer quién cree en Dios y en Su Hijo.

Lo nuevo, la Ley de Dios verdadera (era nuevo para muchos, al parecer) sólo puede ser recibida en un corazón nuevo, que ha dejado de ser de piedra y es, ahora, de carne. Por eso Jesús predica la conversión del corazón pues, de otra forma, difícilmente se puede ser discípulo suyo.


JESÚS, los que te siguen como discípulos han de cambiar muchas cosas en su vida. Ayúdanos a ser de los que queremos ser como Tú quieres que seamos.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de septiembre de 2013

Confiar, siempre, en Dios






Jueves XXII del tiempo ordinario

Lc 5,1-11

En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes’. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: ‘No temas. Desde ahora serás pescador de hombres’. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.”

COMENTARIO

Muchos se acercaban a Jesús porque gustaban escuchar lo que decía aquel Maestro que hablaba de forma muy distinta al resto de maestro del pueblo de Israel. Allí donde iba se agolpaban para ver qué decía aquel día. Esperaban aprender algo nuevo.

Aquel día Jesús iba a probar la confianza de unos cuantos. Ellos no habían pescado nada y les dice que lo vuelvan a hacer donde les dice. Pedro, como sabe lo que puede hacer Jesús se siente obligado, aunque a lo mejor no imposible, a pescar donde le dice. Dudó, seguramente, en un principio, porque llevaban toda la noche pescando y nada había caído en sus redes.

Pedro se arrepiente de haber dudado. Desde aquel momento Jesús no lo hará pescador de hombres. Para eso tendrá que ir mar adentro del mundo donde los peces-hombres han de caer, en el buen sentido, en al red de la Palabra de Dios y el Amor del Padre.


JESÚS, parece que hacen falta pruebas para creer en Ti y en lo que eres capaz de hacer. Ayúdanos a tenerte siempre en nuestro corazón y confiar en Ti siempre, siempre, siempre.





Eleuterio Fernández Guzmán


4 de septiembre de 2013

Ir haciendo el bien





Miércoles XXII del tiempo ordinario


Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: ‘También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado’. E iba predicando por las sinagogas de Judea.

COMENTARIO

Dios no había enviado a su Hijo a pasar el rato entre sus hermanos los hombres. Muy al contrario es la verdad porque tenía que cumplir una misión bien clara: hacer cumplir la Ley de Dios y, precisamente, la primera norma de la misma es el amor, la caridad, el ayudar al prójimo.

Cuando Jesús cura a una persona que está endemoniada, a la suegra de Simón o a tantos enfermos como curó lo hizo porque era lo que tenía que hacer. Cumplía, así, la voluntad del Padre y no hacía más que lo que era importante hacer: salvar a quien necesita ser salvado.

Jesús anuncia la Buena Noticia que no era más, ni menos, que decir que el Reino de Dios había llegado al mundo y que Él era el enviado de Dios, el Mesías, Quien tenía que venir para salvar al mundo. Por eso dice que había salido para eso. “Había salido” porque, en efecto, venía del Padre y de parte del Padre.


JESÚS, ¡cuánto trabajo tuviste que hacer en bien de tus hermanos! Ayúdanos a llevar a cabo, siempre, la voluntad de Dios





Eleuterio Fernández Guzmán


3 de septiembre de 2013

Con todo el poder de Dios





Martes XXII del tiempo ordinario
Mt 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ‘¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús entonces le conminó diciendo: ‘Cállate, y sal de él’. Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: ‘¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen’. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

COMENTARIO

Muchas de las personas que escuchaban a Jesús no tenían muy claro si era el Mesías o no lo era. De todas formas estaban interesadas en seguirlo por si acaso lo fuera y estar con Él en aquellos momentos tan importantes de la historia del pueblo judío.

Los demonios sí sabían que era el Hijo de Dios. Uno de ellos lo llama “Santo de Dios”. Sabían, por lo tanto, que dependía de lo que quisiera hacer con ellos y estaban más que seguros que les haría salir de todas las personas donde hubieran entrado.

Muchos se sorprende de que Jesús pueda mandar a los demonios que salgan de una persona y que…, en efecto, salgan de la misma. Dudaban, a lo mejor, de Quién era.


JESÚS, tuyo es todo el poder y toda la gloria. Que hagas eso con un demonio, o con muchos, no es extraño. Ayúdanos a tener siempre presente que eres, en efecto, el Hijo de Dios.





Eleuterio Fernández Guzmán


2 de septiembre de 2013

Estar siempre con Cristo



Lunes XXII del tiempo ordinario
Lc 4,16-30

"En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor'.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: 'Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír'. Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: '¿No es éste el hijo de José?'. Él les dijo: 'Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria'. Y añadió: 'En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio'."


COMENTARIO


Cuando Jesús hablaba en la sinagoga lo hacía sabiendo a la perfección quién era y lo que había venido a hacer al mundo. Seguramente muchos de lo que le escuchaban  no estaban de acuerdo con Él pero iba sembrando en sus corazones la Verdad y la Palabra de Dios.

Lo que Jesús anuncia es muy importante para la humanidad: había venido para salvar y para sanar: para sanar a los que estaban enfermos y para salvar a los que necesitaban ser salvados. 

Muchos no pueden creer que aquel hombre, que lo conocían, fuera el Mesías. Sin embargo, Jesús sabe que antes sus antepasados habían matado a los profetas que Dios había suscitado entre ellos. Por eso sabe que también va a pasar lo mismo con Él. Y, a pesar de eso, continúa con su labor santificadora. 


JESÚS, quieres que nos salvemos. Eso hace que digas la verdad y hables sobre la Verdad. Ayúdanos a estar siempre contigo y a tenerte por Dios. 



Eleuterio Fernández Guzmán