4 de septiembre de 2013

Ir haciendo el bien





Miércoles XXII del tiempo ordinario


Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: ‘También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado’. E iba predicando por las sinagogas de Judea.

COMENTARIO

Dios no había enviado a su Hijo a pasar el rato entre sus hermanos los hombres. Muy al contrario es la verdad porque tenía que cumplir una misión bien clara: hacer cumplir la Ley de Dios y, precisamente, la primera norma de la misma es el amor, la caridad, el ayudar al prójimo.

Cuando Jesús cura a una persona que está endemoniada, a la suegra de Simón o a tantos enfermos como curó lo hizo porque era lo que tenía que hacer. Cumplía, así, la voluntad del Padre y no hacía más que lo que era importante hacer: salvar a quien necesita ser salvado.

Jesús anuncia la Buena Noticia que no era más, ni menos, que decir que el Reino de Dios había llegado al mundo y que Él era el enviado de Dios, el Mesías, Quien tenía que venir para salvar al mundo. Por eso dice que había salido para eso. “Había salido” porque, en efecto, venía del Padre y de parte del Padre.


JESÚS, ¡cuánto trabajo tuviste que hacer en bien de tus hermanos! Ayúdanos a llevar a cabo, siempre, la voluntad de Dios





Eleuterio Fernández Guzmán


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