29 de octubre de 2011

Tan vieja como el evangelio y como el Evangelio tan nueva







“El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había  elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre, ‘que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días’. Los que estaban reunidos le preguntaron: ‘Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?’ El les contestó: ‘A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad,  sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”.

Este texto de los Hechos de los Apóstoles, en concreto correspondiente a los versículos 1 al 8 de su capítulo primero es el inicio, digamos, de una etapa crucial del cristianismo. Jesús envía a sus discípulos y, en cuanto recibieran el Espíritu Santo (Pentecostés) serían los que, en el conocido mundo, dieran razón de su esperanza (1 Pe 3, 15) y los que, al fin y al cabo, evangelizaran.

Bien podemos decir, entonces, que la evangelización es tan vieja como el mismo Evangelio y, por lo tanto, tan nueva como la misma Buena Noticia. Queremos decir que vale tanto entonces, cuando empezó a propagarse la Palabra de Dios dada por Jesucristo, como ahora mismo que es, además, un tiempo que se ha dado en llamar de la “Nueva evangelización”.

En la Homilía de Benedicto XVI en la Misa celebrada en el encuentro de nuevos evangelizadores dijo el Santo Padre, al respecto de la evangelización, que “Cada misionero del Evangelio debe siempre tener presente esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y su Espíritu, llamando a las personas a la fe y a la comunión en la Iglesia”. Además, “La evangelización para ser eficaz, necesita la fuerza del Espíritu, que anime el anuncio e infunda en quien lo lleva esa ‘plena persuasión’ de la cual nos habla el Apóstol. Este término ‘persuasión’, ‘plena persuasión’ en el original griego, es pleroforìa: un vocablo que no expresa tanto el aspecto subjetivo, psicológico, sino más bien la plenitud, la fidelidad, lo completo, en este caso del anuncio de Cristo. Anuncio que, para ser completo y fiel, necesita estar acompañado de signos, de gestos, como la predicación de Jesús. Palabra, Espíritu y persuasión -así entendida- son entonces inseparables y concurren a hacer así que el mensaje evangélico se difunda con eficacia.”

Como debería resultar obvio no depende de nosotros nuestra propia elección para evangelizar. Es Dios el que toca los corazones de aquellos a los que se dirige la evangelización. Sin embargo, eso no ha de querer decir que tenemos que abandonar la misma por el hecho de que no seamos nosotros, simples instrumentos del Creador, los que lleguemos al interior de los evangelizados sino, muy al contrario, que llevados, además, por el Espíritu, será Dios quien, con su Amor y su Misericordia, se posesione de sus corazones.

Existe, pues, una nueva evangelización y existe porque, a pesar de tener la misma causa de la que se inició con la Ascensión de Nuestro Señor y con el apoyo del Espíritu Santo en Pentecostés, las circunstancias no son las mismas que eran entonces, hace 2000 años.

Por eso el Santo Padre, en un mensaje dirigido recientemente a los episcopados europeos les animó a “identificar con audacia misionera caminos nuevos de evangelización especialmente al servicio de las nuevas generaciones” porque, en efecto, nuevos son los caminos y también, claro, nuevas las generaciones (en todos los sentidos) a las que ha de ir dirigida la evangelización.

Toda esta necesidad de evangelización, nueva, y de esfuerzo por parte del pueblo católico, lo recoge más que bien la Carta Apostólica en forma de “Motu Propio” de título “Ubicumque et semper” con el que Benedicto XVI ha querido dar un decisivo impulso a la nueva evangelización y con el que ha creado, precisamente, el “Consejo para la promoción de la nueva evangelización”.
Pues bien, en un momento determinado, dice el Santo Padre que “En nuestro tiempo, uno de sus rasgos singulares ha sido afrontar el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha ido manifestando progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio. Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en las últimas décadas tienen causas complejas, que hunden sus raíces en tiempos lejanos, y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, en la ampliación de las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en campo económico, en el proceso de mezcla de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia entre los pueblos. Todo esto ha tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y si, por un lado, la humanidad ha conocido beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural”.

Todo nuevo pero, a la vez, todo preparado para recibir a Dios, a su Palabra y su Hijo Jesucristo. Por eso la evangelización es vieja como la necesidad del hombre de salvarse. Y eso, ciertamente, nunca pasa de moda.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Humildad

Sábado XXX del tiempo ordinario





Lc 14,1.7-11





“Un sábado, sucedió que, habiendo ido Jesús a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: ‘Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado’”.





COMENTARIO





Jesús, como era manso y humilde de corazón, tenía una actitud ante lo que pasaba en la que la mansedumbre y la humildad tenían una gran importancia. No ser soberbio era importante y eso tenía que ser conocido por sus discípulos.





Ser el último entre los nuestros no es nada que debemos tener como negativo para nuestra vida sino, muy al contrario, lo que ha de ser el comportamiento ordinario en un discípulo de Cristo e hijo que se considera de Dios.





Ensalzarse ante los demás es no reconocer lo poco que somos ante Dios. Por eso, por tal comportamiento de soberbia será humillado quien así actúe porque no ha acabado de comprender su verdadera situación con relación al Creador. Y, al contrario, ser humilde es manifestación de haber comprendido lo que somos.







JESÚS, predicabas lo que hacías y, por eso mismo, dices que la humildad es importante para nuestra vida ordinaria. Ser humilde no es, como podría pensarse, decir que no se es nada sino, en todo caso, comprender que se es lo que es ante Dios y, así, antes los hombres.










Eleuterio Fernández Guzmán





28 de octubre de 2011

Un libro sobre el P. Iraburu: José María Iraburu. Sacerdos Dei. Una introducción a su obra escrita

P. Iraburu



















Resulta curioso tener que escribir sobre uno mismo. No de lo que uno piensa sobre lo que pasa (que es lo que habitualmente hago) sino sobre lo que uno hace sobre lo que pasa que es, precisamente, el caso que hoy traigo al blog.


Otros compañeros de InfoCatólica (véase, por ejemplo, Daniel Iglesias o Bruno Moreno en caso de su “Carmina Catholica” o el mismo P. Guillermo Juan Morado sobre sus magníficos libros de los que hablo con conocimiento de causa) han hecho lo propio cuando han publicado un libro pero, por decirlo francamente, no sabía cómo enfrentar este momento que, por cierto, espero no sea el último.



En realidad, si lo medito con cierta serenidad resulta que la cosa es bastante fácil porque la causa de haber escrito tal libro responde por mí a todas mis dudas de cómo hacer esto. Resulta que el P. Iraburu ha sido tal causa y, por eso mismo, todo este trago es tan fácil de tragar. Si, además, he tenido la ayuda (para el Prólogo) de un buen amigo de José María Iraburu, el P. Pedro Pablo de María Silva, a la sazón fundador de Schola Veritatis, la verdad es que escribir esto ha de ser sumamente sencillo.







El P. Iraburu ha debido dedicar mucho de su tiempo al estudio de las realidades espirituales y, también, materiales, para escribir los libros aquí traídos.



Publicados por la Fundación Gratis Date que, según ella misma puntualiza, produce obras católicas, que vende en España a precios mínimos y que dona gratuitamente en Hispanoamérica, directamente o a través de sus distribuidores amigos… así se cumplen las palabras de Cristo: “gratis lo recibisteis, dadlo gratis“ (Mt 10,8) o “dad y se os dará” (Lc 6,38), es el vehículo a través del cual llegan, a todo el mundo, entre otras, las obras que José María Iraburu ha escrito y, de las cuales, casi una veintena, llevan el sello editorial de la FGD.



Si hay algo que bien se puede sacar como conclusión de lo leído y de lo gozado en los libros del P. Iraburu es que puede entreverse, claramente, que conoce la realidad espiritual del creyente católico y que se da cuenta de que mucho está perdido en relación a la que mantiene el mismo con la realidad que le circunda. Así o se es de Cristo o se es del mundo porque ambas cosas no pueden ser llevadas a cabo de una forma cabal e íntegra por parte del católico. Si se intenta tan extraña conjunción se hará a costa, seguramente, de la creencia, de Jesucristo y, así, de Dios.



No quiere decir esto que José María Iraburu manifieste una actitud negativa a lo largo de la obra aquí traída sino que de lo que conoce, analiza y disecciona lo que hay es lo que hay y no se puede esconder la realidad de las cosas llevando a cabo una actuación políticamente correcta, relativista o que convenga al mundo por cualquier tipo de circunstancia egoísta o muy particular.



Por eso resulta muy conveniente que el creyente católico tenga un conocimiento lo más acertado posible de la teología de. P. José María Iraburu que, a fuerza de seguir a Cristo y a la Esposa de Cristo, ilumina el camino de aquellos que caminamos hacia el definitivo Reino de Dios y que no queremos vernos atrapados por un mundo que trata de robarle, con sus promesas vacías, hijos al Padre.



Para que sirva de pequeña guía sobre el libro, el texto de la contraportada (parte del Prólogo del P. Pedro Pablo) dice que



“Al leer a nuestro querido Padre, queda claro que, en la actual apostasía del Occidente post cristiano, lo primero que se debe procurar es llegar a un diagnóstico real de los problemas existentes. Hoy día es común dentro de la Iglesia un falso optimismo, el silencio o el tabú frente a determinados temas. Mientras no se tenga la lucidez y la fortaleza para llegar a este diagnóstico, es imposible poner los remedios proporcionados para sanar una enfermedad devastadora. Enfermedad cual no la ha habido en otras épocas de la Iglesia en cuanto presupone la infiltración “del humo de Satanás” en la misma Esposa de Cristo —como bien lo dice San Pío X en la Pascendi y Pablo VI en su famosa audiencia del 29 de junio de 1972.



Por tanto, quiero animar al lector a leer este libro a modo introductorio para luego ir directamente a las fuentes. Y hacerlo sin temor. Debe recordar que cuando al ciego de nacimiento lo excomulgaron de la Sinagoga, Cristo estuvo a su lado. Hoy estamos frente a ese dilema: o la reforma de la Iglesia o la apostasía. Para llevar adelante este movimiento, hay que conocer el precio: el martirio. Y también el premio: una alegría, una paz y una libertad de espíritu que no es de este mundo.”



Quien esté interesado en adquirir el libro relativo al P. Iraburu y sus publicaciones en la Fundación Gratis Date que se dirija  aquí mismo donde, además, pueden verse las 10 primeras páginas. Sobre la opción de envío desde el lugar de producción les tengo que decir que, en todas las ocasiones en las que he pedido algún libro a Lulu (y son varias, de libros míos) me ha llegado sin problema (sin doblar ni nada por el estilo) haciendo uso de la opción más económica. Sólo hay que tener un poco de paciencia y confianza en el sistema… pero poco más. Eso no obsta para que cualquiera use la que tenga a bien utilizar.



En fin, he hecho lo que he podido porque todo el mérito se debe, sin duda alguna, al P. Iraburu. Y, aquí, las gracias que el que esto escribe pueda ofrecerle y darle siempre serán pocas.



Eleuterio Fernández Guzmán































Apóstoles


 

28 de Octubre: San Simón y san Judas, apóstoles



Lc 6,12-19



“En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.



Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos!





COMENTARIO



Jesús tenía que hacer todo lo posible, en primer lugar para su mensaje se conociera y, en segundo lugar para que cuando le llegara el momento de subir a la Casa del Padre permaneciera para siempre. Y escoge a sus apóstoles entre los que creyó harían bien su labor.



Aquellos hombres tenían que cumplir una misión para la que, entonces, aún no estaban preparados y les esperaba un tiempo de aprendizaje junto al Mesías propio de aquellos que aprenden al lado del Maestro.



Mucha gente ya conocía a Jesús y tanto discípulos suyos como personas que no lo eran le salían a los caminos para verlo y, si eso era posible, verse curados de sus enfermedades. Tenían confianza en la persona de Jesús y, por eso mismo quedaban sanados y los espíritus inmundos salían de sus cuerpos.





JESÚS, escogiste a los que creíste harían bien su trabajo. Ellos eran personas, seguramente, sin conocimientos o, por decirlo así, no eran de los sabios de tu tiempo. Sin embargo, harían todo lo posible para no defraudarte aunque, a veces, como sabemos, eso no fue así. Y eso es lo que, muchas veces, nos pasa a nosotros.







Eleuterio Fernández Guzmán













































27 de octubre de 2011

El poder de Dios




Jueves XXX del tiempo ordinario


Lc 13,31-35

“En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte’. Y Él les dijo: ‘Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

‘¡Oh Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’.


COMENTARIO


Jesús, con la respuesta que da a los enviados de Herodes, se pone frente al poder establecido y nos dice que, aunque haya persecuciones, no debemos echarnos para atrás en la defensa del Evangelio y de la Palabra de Dios.

Jesús ha de echar de menos el amor que le debía aquella tierra en la que había nacido. Ser Dios hecho hombre le obligada a reunir a todos sus hijos y cuando muchos de ellos lo rechazan se produce en su corazón una gran desazón.

Jesús se despide de Jerusalén hasta que vuelva en su Parusía. Entonces, seguramente, aquel pueblo que le odia (los que le odian) lo aclamará como el Rey del Cielo y de la Tierra y bendecirá a Quien, ahora, persigue.



JESÚS, aquellos que te perseguían no cejaban en el intento de matarte. Te avisan del peligro que estás corriendo pero sabes que eres Dios hecho hombre y tienes que cumplir una misión que llevas a cabo. Nosotros, que tenemos que esperar a que vuelvas, sólo podemos seguirte y cumplir tu doctrina.






Eleuterio Fernández Guzmán

26 de octubre de 2011

Una Fe firme







La Fe ha sostenido, a lo largo de la historia, a millones de seres humanos que han visto en ella un sostén para su existencia. En ella se han podido refugiar en momentos de duda; en ella han podido ir a beber como la cierva a la fuente y han podido, así, continuar su camino hacia el definitivo reino de Dios.

También ha servido para formar una comunidad de creyentes que, surgiendo de la desesperación y el desánimo, han dado un paso adelante.

Por eso la Fe nos ha de hacer cumplir con nuestra obligación de creyentes. Y esto en una serie de sentidos que no podemos dejar de lado:

Estar con la Iglesia católica

En estos momentos de tribulación es cuando más apoyo tenemos que prestar a la Iglesia católica porque es cuando más se necesita la manifestación, por parte de los creyentes, del amor que tenemos hacia quien nos acoge en su seno y nos abraza como madre que ama a sus hijos y para los que quiere lo mejor.

Estar con la Iglesia católica para un católico ha de ser, por eso, algo natural, necesario y, además, esperado.

Estar con el Papa

Al Santo Padre se le está atacando a costa del tema de la pederastia como si fuera culpable de lo sucedido. Por eso Benedicto XVI merece todo el apoyo por parte de la grey que pastorea porque, además, está llevando a cabo acciones, dentro de la legitimidad, en aras de dar solución a la difícil situación por la que pasa la Iglesia católica.

Estar con el Papa es, por eso mismo, una grave obligación que no podemos olvidar ni podemos dejar de llevar a cabo.

Estar con los obispos

No podemos dar la espalda a los pastores que, a su vez, pastorean también a los sacerdotes. Si su diligencia, en determinados casos ha podido no ser la más adecuada, no por ello podemos abandonarlos como para que resulten inculpados por unos casos que, en el peor de los casos, les ha tocado en desgracia lidiar.

Tener fe es, en este caso, prueba de fidelidad y filiación espiritual.


Estar con los sacerdotes

Son los sacerdotes, en cuanto católicos determinados y concretos, los que más están sufriendo los ataques de cierto tipo de personas desaprensivas. Injustamente vilipendiados por los casos de pederastia son, en este momento y ahora mismo, atacados venga a cuento o no venga a cuento por el hecho mismo de ser lo que son.

A este respecto, el 22 de mayo de 2010 se puso en marcha en la arquidiócesis de Monterrey la Red de Laicos Católicos en Defensa de sus Pastores.

Daniel Sanabria, coordinador de Profesionistas de Monterrey señaló que no se pueden ocultar los casos de pederastia. Sin embargo, no podemos olvidar que de los alrededor de 400.000 sacerdotes y 5.000 obispos que hay en el universo católico, la gran mayoría de ellos “viven fieles a su ministerio y vocación” .

Y es que, en efecto, no podemos hacer otra cosa y tenemos que aplicar, más que nunca aquello de Cor unum et anima una.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Ser últimos para ser los primeros




Miércoles XXX del tiempo ordinario

Lc 13,22-30

“En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’. El les dijo: ‘Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos’”.


COMENTARIO

Como es lógico en el pueblo judío había unas grandes ansias de salvación eterna. Saberse el que lo fue elegido por Dios en la persona de Abraham les daba cierta seguridad en alcanzar el definitivo Reino de Dios.

Jesús, sin embargo, sabe que no es tan fácil como pertenecer a determinado pueblo porque Dios si bien escoge a quien quiere ha de querer que el escogido asienta a su elección con una vida acorde a su voluntad y, en tal caso, ha de hacerse algo más que saberse escogido.

Hay que entrar por la puerta estrecha en el Reino de Dios dice Jesús. No es, por lo tanto, fácil, ser discípulo suyo sino que, en todo caso, se facilita el camino sabiendo cuál ha de ser el mismo aunque sea difícil de seguir por espíritus mundanos y no dados a lo espiritual. Y ser el último significa ser humilde, se manso, estar al servicio del prójimo…


JESÚS, muchos estaban seguros de su salvación eterna. Sin embargo les dices, nos dices, que hay que hacer algo más que saberse salvados. Ser últimos es un buen camino. Pero ser últimos no quiere decir no hacer nada sino, al contrario, entregarse por entero, hacer rendir los talentos, ser fieles discípulos tuyos.





Eleuterio Fernández Guzmán

25 de octubre de 2011

Lo pequeño es grande





Martes XXX del tiempo Ordinario





Lc 13,18-21





“En aquel tiempo, Jesús decía: ‘¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas’. Dijo también: ‘¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo’.





COMENTARIO



Jesús ponía ejemplos sencillos para que su doctrina fuese comprendida y asimilada por aquellos que le escuchaban. En realidad, el mensaje de Dios era bastante fácil de comprender pero también difícil de llevar a cabo: amar al Creador y al prójimo.




Lo poco, a veces, puede llegar a ser mucho y lo ordinario que, en determinadas ocasiones, tenemos por poca cosa, es, en realidad, el germen de lo grande que podemos llegar a ser. Y Jesús pone dos ejemplos que son, en realidad, como si hablase de Dios: la levadura y el grano de mostaza que, siendo poca cosa, pueden llegar a mucho.




El amor a Dios y al prójimo puede anidar en nuestro corazón como algo que empieza siendo pequeño pero que debe llegar a ser grande: a Dios lo debemos amar con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra alma y al prójimo como a nosotros mismos. Y, como la levadura, debe dar forma a un corazón de carne y no de piedra.





JESÚS, sabes que, en determinadas ocasiones, nos debemos valer de l que, en principio, puede parecer poca cosa siendo, como es, que lo poco puede llegar a ser mucho. Nos conviene ser levadura y grano de mostaza porque con eso podemos engrandecer el Reino de Dios. Ahora bien, hace falta que queramos hacerlo






Eleuterio Fernández Guzmán





24 de octubre de 2011

Saber ser misericordioso





Lunes XXX del tiempo ordinario


Lc 13,10-17

“En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: ‘Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado’. Le replicó el Señor: ‘¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?’. Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.”

COMENTARIO

Seguramente hay algo con que Dios no puede estar de acuerdo: poner la ley por encima del bien que se puede hacer. Eso es lo que pasó aquel día en el que Jesús no tuvo más remedio que curar a una pobre mujer enferma.

Los que seguían a Jesús para perseguirle esperaban que hiciera cosas como la que acababa de hacer. No se podía hacer nada en sábado y, menos, curar a nadie porque contravenía la ley que el hombre se había hecho para sí y para sus conveniencias.

Jesús, sin embargo, les toca donde les puede doler con más profundidad: ¿Es importante ser bueno o no lo es? Ser bueno suponía, así, curar aunque fuese en sábado. Por eso dice San Mateo que mientras que el común de personas se alegraba por lo que hacía, otros, los poderosos y los sabios, les producía miedo y envidia.


JESÚS,  en verdad sabías que es más importante curar a una persona aunque sea sábado que respetar aquella absurda norma que consistía, si venía el caso, en dejar morir a una persona por no trabajar para curarla. Dios es misericordioso y Tú, como Dios hecho hombre, sólo podías hacer eso.


Eleuterio Fernández Guzmán


23 de octubre de 2011

DOMUND 2011








  
Las Obras Misionales Pontificias han escogido, para este año 2011, un lema que explica muy bien el sentido de lo que significa el Domingo que se tiene como Mundial a efectos de transmisión de la fe. Y ha sido “Así os envío yo”. Lo han tomado de un texto del Evangelio de San Juan (en concreto se refiere al versículo 21 de su capítulo 20) y se enmarca en el momento en el que Jesús se presenta ante los discípulos después de su Resurrección y, dándoles la paz, hace lo mismo que el Padre hizo con Él y que no fue otra cosa que enviarle al mundo a transmitir la Palabra de Dios y hacer cumplir la Ley del Creador.

Y eso es lo que hace Jesús, siempre, con cada uno de nosotros y, en especial, en un día como es el que se celebra un acontecimiento tan importante como es el del envío al mundo de los discípulos de Cristo. Domingo Mundial porque Cristo es universal y porque el Domingo es el día del Señor donde recordamos lo que hizo por nosotros y por toda la humanidad.

Es bien cierto que, actualmente, hay una necesidad de redención que la humanidad reclama o que, al menos, espera aunque, por algún tipo de sentido políticamente correcto, no quiera reconocer tal hecho.

Entonces, ¿Hay esperanza para el futuro o, mejor, hay un futuro para la humanidad? es algo que podemos preguntar y, quizá, responder ante el momento en el que se encuentra el mundo que debería estar anhelante de conocer a Dios.

Es, entonces, ante la situación por la que el mundo pasa cuando la Palabra de Dios, la Evangelización, cobra la importancia que, en realidad, tiene. Por eso, san Pablo entendió que la misión de “anunciar la promesa de la vida en Cristo Jesús“(2Tm 1,1) era lo que, para él mismo, entendía que debía hacer (”!Ay de mí si no predicara el Evangelio¡” (1Cor 9,16) dejó escrito el apóstol de Tarso) y, ahora, es lo que nos toca a cada uno de nosotros llevar a cabo porque la propagación de la fe no es cosa de personas especiales, aunque también, sino de cada cual que se siente hijo de Dios y no puede comprender que haya personas que no conozcan al Padre y a su Hijo Jesucristo.

 “Duc in altum”, entonces, podemos decir, rememos mar adentro para llevar a todos la Palabra de Dios. Y para eso se nos recuerda, en el Domingo Mundial de Propagación de la Fe desde que en 1926 Pío XI estableciera el penúltimo domingo de octubre como momento especial y conveniente de celebración de un “Domingo Mundial de las Misiones” porque misioneros son todos aquellos que dedican su vida a la misión y misioneros somos, también, cada uno de nosotros si cumplimos la que Dios nos ofreció cumplir.

Por eso, el Santo Padre, en el Mensaje para el DOMUND de 2011 ha dejado escrito que “La misión universal implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Y este don-compromiso está confiado no sólo a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «linaje elegido, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 P 2, 9), para que proclame sus grandes maravillas.

No olvidemos, entonces, con facilidad, qué es lo que nos corresponde hacer porque no sólo en lejanas tierras necesitan conocer a Dios y a su Hijo Jesucristo sino que, entre nosotros, muchos han olvidado al Creador y no quieren saber nada ni de Él ni de su Enviado y Ungido Mesías.

Así os envío yo”. Eso lo dijo Jesucristo. Ahora debemos recibir la misión y llevarla a cabo. Seguro que cualquiera sabe dónde realizar tal labor. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Mandamientos de la Ley de Dios





Domingo XXX (A) del tiempo ordinario

Mt 22,34-40

“En aquel tiempo, cuando oyeron los fariseos que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’. Él le dijo: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’.

COMENTARIO

Aquellos que preguntaban a Jesús querían que se equivocara o que dijera algo que no estuviera de acuerdo con el pensamiento general. Sin embargo, Jesús, que es Dios hecho hombre, siempre tenía la respuesta adecuada para cada una de sus trampas.

El pueblo judío, elegido por Dios, había conformado una serie de normas que recaían en muchos aspectos de la vida de los que allí habitaban. Sin embargo, Jesús resume toda la Ley en dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo.

Aquello que Jesús les decía no era poca cosa porque amar a Dios sobre todas las cosas significaba ser misericordioso con el prójimo, perdonar y ser servicial con el mismo prójimo. Esto era contrario a lo que muchos de aquellos “sabios” de la Ley decían y enseñaban y por eso mismo se pusieron tan en contra el Mesías.


JESÚS, bastaba con cumplir el amor a Dios y el amor al prójimo. Era suficiente como para decirse, con justicia, hijo de Dios y descendiente del Creador. Sin embargo, muchos de tus contemporáneos no estaban de acuerdo con ser sensibles al daño ajeno y con querer, incluso, a sus enemigos.


Eleuterio Fernández Guzmán