3 de noviembre de 2018

Acerca de la humildad



Lc 14, 1.7-11

“1 Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. 7 Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: 8 ‘Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, 9 y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. 10 Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba.’ Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. 11 Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”.

COMENTARIO

No era nada extraño que Jesús fuese invitado a casa de los poderosos para que compartiera con ellos una comida. Muchas veces lo hacían para ver qué decía y, así, poder atender; otras, simplemente, para cogerlo en algún renuncio espiritual.

Como era, entonces y ahora, lógico, en las invitaciones había quien quería ocupar los primeros puestos como para dárselos de importantes. Y es que querían estar siempre en los primeros lugares porque así creían eran mejor vistos por sus vecinos.

El Hijo de Dios, sin embargo, conoce bien el corazón de Dios y, perfectamente, sabe que las cosas no pueden ser así. Y es que humillarse, saber que no es nada ante el Todopoderoso y, tampoco, ante el resto de seres humanos, es una buena actuación de cara al corazón del Padre. Y eso es lo que recomienda el Hijo de Dios.


JESÚS, ayúdanos a saber ser humildes.

Eleuterio Fernández Guzmán

2 de noviembre de 2018

Cristo el Camino, la Verdad, la Vida

Jn 14, 1-6


No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;  si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo,  para que donde esté yo  estéis también vosotros.  Y adonde yo voy sabéis el camino.’ Le dice Tomás: ‘Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ Le dice Jesús: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.  Nadie va al Padre sino por mí’”.

COMENTARIO

Jesús está muy interesado en que sepamos qué es lo que nos conviene para nuestra vida eterna. Sabe que anhelamos alcanzar la misma y estar con Dios y, para eso, debemos creer en Él.

Jesús nos lo dice con toda claridad: está en el Cielo preparándonos estancias para que, cuando Dios quiera, las ocupemos. Y también nos habla de su Parusía, cuando vuelva para juzgar a vivos y muertos.

El camino para ir a Dios lo sabemos porque nos lo dice Jesús: es Él. Sólo, pues, creyendo en el Mesías, en su santa doctrina y en todo aquello que hizo en su primera venida al mundo, podremos comprender lo que supone que sea el Camino, la Verdad y la Vida.




JESÚS, ayúdanos a aceptarte como Verdad, como Camino, como Vida.

Eleuterio Fernández Guzmán

1 de noviembre de 2018

Los bienaventurados



Mt 5,1-12a

En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos’”.

COMENTARIO

Jesús tuvo que decir, en una ocasión, que no había venido a abolir la Ley de Dios sino a darle cumplimiento. Y eso es lo que hace cuando, subido en un promontorio, proclama las Bienaventuranzas, no dichas para sustituir a los Mandamientos sino para darles, en efecto, cumplimiento.

Cada uno de los “preceptos” que aquí indica Jesús lo son para que sepamos a qué atenernos acerca de lo que es verdaderamente para un discípulo de Cristo. Centran, por así decirlo, nuestra fe  y la hacen efectiva, con relación a Dios Padre Todopoderoso.

Jesús termina las mismas con una gran verdad que ha sido comprobada a lo largo de los siglos: debemos sentirnos bienaventurados si somos perseguidos por Él. Ahí está el centro de nuestra fe: ser perseguidos por Cristo.




JESÚS, ayúdanos a atender a las bienaventuranzas en nuestra vida ordinaria.

Eleuterio Fernández Guzmán


31 de octubre de 2018

Los que se salvan


Lc 13,22-30

“En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’. El les dijo: ‘Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos’”.


COMENTARIO

Querer salvarse no es nada extraño pues la vida eterna es anhelo de cualquiera que quiera ver a Dios. Por eso aquellos le preguntan si se salvarán muchos o pocos… para ver si están entre los elegidos del Creador. 

Jesús sabe cómo se entra en el definitivo Reino de Dios. Lo dice muchas veces a lo largo de su predicación. Y la cosa no parece fácil pues siempre hace referencia a la dificultad, al a puerta estrecha que es la del sacrificio y la entrega al prójimo.

Muchos, sin embargo, pareciera que no comprendan lo que quiere decir el Señor. Y es así porque no comprenden que importa la misericordia y el amor, la caridad… en suma. Para ellos habrá el rechinar de dientes… y el llanto.




JESÚS, ayúdanos a ser del grupo de los que entran en el definitivo Reino de Dios… por haberlo merecido. 

Eleuterio Fernández Guzmán

30 de octubre de 2018

Lo pequeño del Reino de Dios



Lc 13, 18-21


“18 Decía, pues: ‘¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? 19 Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas’. 20 Dijo también: ‘¿A qué compararé el Reino de Dios? 21 Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo”.


COMENTARIO

No podemos negar que los ejemplos que pone el Hijo de Dios para enseñar y predicar son aquellos que tienen que ver con la vida ordinaria de las personas de su tiempo. Y eso es lo que hace ahora mismo.

Hablar del grano de mostaza y de la levadura es hacerlo de cosas, digamos, muy pequeñas. Pero resulta que el Reino de Dios, según Jesucristo es así, pequeño, en principio, en el corazón del hombre pero luego se hace grande hasta ser una forma de vida y de existencia.

Lo que nos quiere decir el Mesías es que, aunque a nosotros nos parezca que el Reino de Dios ha de ser, que lo es, algo inmenso y grande, se hace pequeño por y para nosotros porque nuestro Creador sabe que es la única manera de que lo comprendamos.


JESÚS, ayúdanos a aceptar el Reino de Dios como es.

Eleuterio Fernández Guzmán


29 de octubre de 2018

Misericordia quiero

Lc, 13, 10-17

“10 Estaba un sábado enseñando en una sinagoga, 11 y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. 12 Al verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’. 13 Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. 14 Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». 15 Replicóle el Señor: ‘¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? 16 Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?’ 17 Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.”


COMENTARIO

No era extraño que aquellos que estaban enfermos necesitaran ayuda. También es cierto que no todos tenían una economía elevada como para hacer frente a los gastos que eso suponía. Y eran las personas que Cristo buscaba.

Aquella mujer suponemos que lo pasaba muy mal. Por eso, Cristo le echa una mano bien grande. No nos extraña nada de nada que alabara a Dios al verse liberada de aquella carga tan grande. Pero había a quien eso, que era curar en sábado, no les parecía nada bien.

Jesús les hacer ver algo que es muy importante pero que ellos no entendían: la misericordia era más importante que contemplar la aplicación a rajatabla de determinados preceptos. Aunque sabemos b bien que a ellos eso no les parecía nada bien.



JESÚS,  ayúdanos a mantener un corazón de carne.


Eleuterio Fernández Guzmán

28 de octubre de 2018

Tener fe como Bartimeo



Mc 10, 46-52

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’  Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’  Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle.’ Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama.’  Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.  Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’  Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado.’ Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.”


COMENTARIO

Resulta bastante curioso que el ser humano que, se supone, cree en Dios y en su Hijo Jesucristo, sea capaz de actuar de una forma que, digamos, no está acorde con lo que el Maestro quiere. Y es que había quien increpaba al ciego ¡porque quería ver!

Aquel hombre no lo debía pasar nada bien. Estaba fuera de Jericó por exclusión social o porque creía que en aquel lugar podía encontrar a muchos viajeros para que le dieran limosna. Pero él quiere otra clase de limosna que tiene que ver con el amor de Dios. Y le grita a Cristo “hijo de David”.

Como Jesucristo no era sordo, escucharía aquello de parte de Bartimeo. Sabía, por tanto, que confiaba en su persona y, por tanto, tenía fe en Él. Y eso, además de la buena voluntad, de por sí grande, de parte de Cristo, hace que sea curado allí mismo. Y es que la fe puede mucho en el corazón de Dios.


JESÚS, ayúdanos a tener fe como tenían Bartimeo.

Eleuterio Fernández Guzmán