7 de julio de 2012

Odres nuevos




Sábado XIII del tiempo ordinario

Mt 9,14-17

“En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: ‘¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?’. Jesús les dijo: ‘Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan’".

COMENTARIO

Los que no querían bien a Jesús buscaban cualquiera ocasión para entregarlo en manos de la justicia que, por aquellos tiempos, estaba muy mediatizada por el sentimiento religioso. Ir contra lo que se denominaba Ley de Dios era, seguramente, someterse a un juicio muy peligroso.

Jesús habla proféticamente. Se refiere, en el tema del novio y de la boda, a Él mismo y a lo que sucederá cuando ya no esté físicamente entre aquellos otros nosotros. Entonces se tendrá que ayunar porque ahora, en aquel momento, era mejor la misericordia que los sacrificios.

El corazón tenía que venir a ser nuevo para albergar la verdadera Ley de Dios. Así, y sólo así, se producía la conversión y era posible llamarse, con propiedad, hijo de Dios y habitante de Su Reino. El odre viejo no podía servir para la savia nueva de la Palabra de Dios.

JESÚS,  los que te perseguían entendían poco de la Palabra de Dios y de lo que supone una verdadera conversión. Es una pena que, en muchas ocasiones, no queramos ser odres nuevos.



Eleuterio Fernández Guzmán


6 de julio de 2012

Salvar a quien necesita ser salvado





Viernes XIII del tiempo ordinario

Mt 9, 9-13

“En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ‘¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?’. Mas Él, al oírlo, dijo: ‘No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’".


COMENTARIO

Jesús buscó a quienes quiso para que le siguieran. Como dijera que decir que los que necesitaban médico son los enfermos, hace lo propio con aquel recaudador de impuestos al que tantos odiaban.

Muchos preguntaban acerca de la actitud de Jesús y de sus discípulos. Les parecía extraño que hicieran determinadas cosas o que actos como el mismo de comer en comunidad (muy importante en el mundo judío) no fueran presididos por lo que entendían era lo lógico y que no era otra cosa que no comer con pecadores.

Jesús salva y, por eso mismo necesita acercarse a los que pueden necesitarlo aún sin saber que lo necesitan. Seguramente Mateo estaba contento con la vida que llevaba. Sin embargo, siguió al Mesías porque vio en el Hijo de Dios a Quien le podía ofrecer algo más importante que lo material.

JESÚS,  aquellos que necesitan la salvación saben que es importante que te acerques a ellos. Muchas veces, sin embargo, no atendemos  a lo que nos conviene sino, al contrario, lo que es muy contrario a la voluntad de Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán


5 de julio de 2012

Estar con Dios y en el mundo


 






Los cristianos, aquí católicos, sabemos que no somos de este mundo. Pero también sabemos que vivimos en el mundo y que, por eso mismo, no podemos hacer como si, en realidad, aquí no estuviéramos para nada. Estamos y hay que demostrar que estamos. 

Estamos en el mundo porque Dios está en nosotros. Así se deduce de lo escrito por San Pablo en el capítulo 12 de su Segunda Epístola a los Corintios. Dice allí (8-10) que

Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto  seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte”.

Por lo tanto, al igual que le pasaba a San Pablo, nos basta la gracia de Dios y, con ella, caminamos por este mundo teniendo como destino la vida eterna y, así, somos hijos del Creador que se glorían de serlo. Y sabemos que lo somos.

A este respecto, en la Audiencia que el Santo Padre ha tenido el 13 de junio  del presente 2012 dijo algo que es importante y que nos debería ayudar a vivir en el mundo aún no siendo del mundo. Dijo, por ejemplo, que

En un mundo donde hay el riesgo de confiar únicamente en la eficiencia y el poder de los medios humanos, en este mundo estamos llamados a redescubrir y dar testimonio del poder de Dios que se comunica en la oración, con la que crecemos cada día en configurar nuestra vida a la de Cristo, el cual –como él mismo dice-, ‘fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios sobre ustedes’ (2 Cor. 13,4).

Por lo tanto, estamos, además, en el mundo, para darnos cuenta de que, precisamente, Dios no puso en él. Tal forma de ver las cosas que nos pasan colaborarán, en efecto, en darnos cuenta de que las tribulaciones por las que pasemos o las asechanzas que el Maligno utilice contra nuestra fe y nuestra relación con Dios.

Pero es que, además,

La mística no lo ha alejado de la realidad, por el contrario, le dio la fuerza para vivir cada día para Cristo y para construir la Iglesia hasta el fin del mundo en ese momento. La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza para permanecer de tal modo, que se pueda hacer lo que se debe hacer en el mundo. Incluso en nuestra vida de oración podemos, por lo tanto, tener momentos de especial intensidad, en los cuales quizás, sintamos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad en la relación con Dios, especialmente en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios. Sólo si estamos aferrados al amor de Cristo, estaremos en grado hacer frente a cualquier adversidad como Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos fortalece (cf. Flp. 4,13). Así que, en la medida de que damos espacio a la oración, más veremos que nuestra vida cambiará y será animada por la fuerza concreta del amor de Dios.

Esto que dice Benedicto XVI tiene relación más que directa con nuestra existencia como ciudadanos del mundo pero, también, como destinados especialmente a la vida eterna. Así, estar con Dios (la mística de la que habla el Santo Padre) no hizo que San Pablo se sintiese de tal forma urgido a abandonar este mundo que viviese como si no viviese en Él. Muy al contrario le sucedió porque le hizo sentirse con obligación exacta y muy personal de evangelizar y transmitir que, si bien, esta vida es importante es mejor la que tiene que venir tras dejar este valle de lágrimas.

En efecto, si todo lo hacemos teniendo en cuenta a Dios que, como dice la Epístola a los Filipenses (4, 13) nos conforta, lo más lógico es esperar de nosotros, los que nos consideramos hijos de Dios (¡y lo somos! como dice San Juan en 1 Jn 3, 1) que traslademos al mundo la necesidad de tener en cuenta nuestro ahora pero poniendo el corazón en nuestro mañana, postrimerías mediante.

Estamos, pues, aquí, para ser y, también para reconocer que nos importa este muy y todas las criaturas que en él puso Dios con su sabiduría y su misericordia. Pero también para dar a entender con aquello que hacemos o decimos, que Dios, nuestro Padre, Padre Nuestro, está por encima de todas las realidades mundanas que se nos puedan ofrecer para distraernos de nuestro propio destino al que, por cierto, estamos urgidos a mirar.

No somos, pues, de este mundo (porque Dios nos creó desde la eternidad y a ella estamos destinados) pero mientras en él estemos diremos con la fuerza necesaria como para que se nos pueda oír, que aquí estamos en espera de ser llamados a la Casa del Padre. Con eso nos basta y nos sobra y lo demás es, como diría Santa Teresa (en sus Moradas Primeras, capítulo primero, de “Las moradas del castillo interior”) aquello que “se nos va en la grosería del engaste u cerca de este castillo, que son estos cuerpos”.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Ciertas formas de morir

 




La muerte, no lo podemos negar, tiene su aquel por lo que supone para los mortales y como consecuencia, precisamente, de vivir es el final que tenemos reservado pero, también, el principio de mucho más.

Como el resto de personas, las que nos consideramos cristianas y profesamos la fe en Dios, nos interpelamos, también, por el qué de la muerte, por cómo se ha de afrontar y, sobre todo, sobre todo, sobre el por qué de ese paso al otro lado del Reino. Eso, a muchas personas les puede producir angustia no exenta de razón. Eso, a los cristianos, nos debe producir algo muy distinto. Y me explico.

Quizá recordamos aquella significativa expresión que dice que el cristiano no vive para morir sino que muere para vivir. Por lo tanto, el hecho mismo de afrontar el fin de esta vida pasajera, nuestro paso por este valle que, gracias a la providencia, no es sólo uno de lágrimas sino más bien de gozo, ha de hacerse de una forma particular y muy nuestra, como nuestro es el espíritu que nos mora y que nos conforta ante la visión de tal momento.

Como he dicho antes, en realidad, morimos para vivir. Esto, a primera vista, puede parecer tan sólo una manifestación de voluntarismo, un querer que así sea, un desear que suceda eso. Sin embargo, si nos atenemos a la doctrina impartida y enseñada por nuestro hermano Jesucristo que nos dice que tiene muchas estancias preparadas en la casa de su Padre, eso nos debería de aliviar ante tamaño misterio.

Sin embargo, frente a la fe que nos muestra cuál es el camino que debemos seguir y cómo debemos afrontar ese momento crucial para nuestra vida espiritual, ante ese asidero que es el creer, se le enfrenta, porque se sitúa contra aquella, una visión del mundo triste, un  pensamiento débil y light, que enturbia la razón que encierra ese bienestar del espíritu que nos deja listo el corazón para ofrecerlo a Quien se lo merece.

Ese razonar, digamos, postmoderno, tiene su apoyo teórico y práctico en la denominada eutanasia, que, traducido del griego, viene a significar “buena muerte”. También se vende como un progreso de la humanidad, como un efecto benéfico de la técnica aunque, es evidente que no lo es sino, al contrario, expresión de lo que el Beato Juan Pablo II  dice en su Encíclica Evangelium Vitae, una “cultura de muerte” (EV, 12) En apoyo de lo dicho antes, también dice, en la misma Encíclica y en el mismo punto, que “esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia”. Creo que está bastante claro.

Muchos ejemplos tenemos hoy día, o ayer, de la aplicación de esto. En Holanda, por ejemplo, conocida es la permisividad con que la Ley acoge la posibilidad de, digamos,  pasar a la otra vida de forma rápida y segura sin alterar, en lo más mínimo, el funcionamiento del estado del bienestar ni la concepción moral o ética del mismo. Pero también, aquí, en España, parece que se van a llevar a cabo ideas similares porque, al parecer, la sociedad, dicen, está “madura” para según qué tipo de medidas ahorradoras disfrazadas de falsa bondad.

Sin embargo, como muy decía la Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española “La Eutanasia es inmoral y antisocial”, presentada el 19 de febrero de 1998, en su apartado I, d) “el aprecio por toda vida humana fue un verdadero progreso introducido por el cristianismo”. Y en eso estamos, al menos, quienes creemos en eso.

Sin embargo, ante estas asechanzas, cada vez más frecuentes, de esa forma de ver las cosas que facilita, ante el dolor y la enfermedad, digamos, “una muerte suave y llevadera” sin tener en cuenta la inmoralidad intrínsecamente perversa que conlleva esto, podemos oponer, con más facilidad de la que se piensa, la parte de espíritu que conforma nuestra persona. Dice la Declaración citada supra, en su apartado IV, b), que “el dolor, cuando es asumido con fe y esperanza no destruye al ser humano, sino que contribuye también a engrandecerlo”. Y esto es porque de la enfermedad, del dolor, los cristianos no valoramos esa enfermedad y ese dolor por lo que son pues, efectivamente, son un mal físico,  sino por el bien que se puede obtener de ellos, aunque esto sea, es verdad, difícil de entender y, mucho más, de seguir.

Es más, si tenemos en cuenta que la eutanasia viene en aplicación a aquellas personas que son, al fin y al cabo, los débiles de la sociedad (por enfermedad, por así decirlo y su casi imposible defensa personal) bien podemos decir, totalmente de acuerdo con a Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española de 27 de abril de 2001 denominada “La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad” que “una sociedad que desprecia a los débiles y atenta contra sus vidas está bien lejos del verdadero humanismo”  (Capítulo 3, 107) y esto, por lo dicho antes, es la manifestación más palmaria de esa “cultura de muerte” antes citada y establecida, esta expresión, por el Beato Juan Pablo II. Ese materialismo, ese “tener” que prevalece sobre el “ser” es lo que facilita ese comportamiento donde, en primer lugar, se encuentra el individuo y su deseo hedonista por sobre todas las cosas y, en último, la consideración de la dignidad de su persona como bien a despreciar. Y esto, además de ser equivocado es torticero y terrible pues trae, como consecuencia, que llegue a considerarse como bueno, en este caso la eutanasia, lo que no es, sino, expresión de un proceder vacío de esperanza.

Ante esto, yo creo que una hermosa forma de morir es hacerlo reconociendo que cualquier sufrimiento que hayamos pasado, y este es, sin quizá, el más misterioso, se ilumina por la fuerza de la fe y nos permite, a los que sabemos que es así, ver, en este final, un mejor principio que, no hay que negarlo, esperamos con ansia.

 Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina







Esto hace Cristo por la fe


Jueves XIII del tiempo ordinario

Mt 9, 1-8

“En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ‘¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados’. Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: ‘Éste está blasfemando’. Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: ‘¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’’. Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.”

COMENTARIO

Jesús tenía mucho en cuenta la fe que mostraban aquellos que se acercaban a Él. Por eso en muchas ocasiones es la confianza que ponen en su persona lo que salva a quien se le dirige.

Aquellos amigos que le acercan al paralítico saben que Jesús va a curar a quien llevan ante Él. Saben que acercándolo saldrá muy beneficiado de ver al Maestro. Tiene fe y por eso lo bajan de aquella forma tan aparatosa. Jesús le perdona los pecados.

Perdonar los pecados, porque muchos creían que los mismos llevaban a la enfermedad, era como garantizar la curación. Ahora bien... sólo puede perdonar pecados Dios y Jesús había hecho lo mismo que Dios. Eso preocupa a los que quieren ponerle en un aprieto pero Jesús sabe la verdad y eso salva al paralítico.


JESÚS,  sabes que la fe es muy importante para el ser humano que se sabe y reconoce hijo de Dios. Nosotros, sin embargo, en demasiadas ocasiones lo olvidamos.



Eleuterio Fernández Guzmán


4 de julio de 2012

El poder de Dios es para el bien



Miércoles XIII del tiempo ordinario

Mt 8, 28-34

“En aquel tiempo, Jesús al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo’. Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: ‘Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos’. Él les dijo: ‘Id’. Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término."


COMENTARIO

El Mal ejerce su poder allí donde puede y ha de resultar dificultoso luchar contra todo lo que idea Satanás. Sin embargo, Jesucristo, Vida misma y Camino mismo, se enfrentó, en aquella ocasión con él sin que el mismo pudiera hacer nada para ser vencido.

Los demonios reconocen a Cristo como el Hijo de Dio. Esto confirma que lo era porque si hasta al Mal sabe Quién es Jesús, es más que cierto que es, Él mismo, el Bien en persona y en espíritu. Vence a los demonios y los envía, no van ellos sino que son enviados por el poder de Dios, a ocupar una piara de cerdos.

Muchos, sin embargo, no aceptan, siquiera, que curara de su mal a aquellas dos personas que tanto atemorizaban a los vecinos. Ellos preferían su bien mundano, el de sus cerdos, y lo ponían por sobre el bien del mismo ser humano.


JESÚS,  a pesar del bien que le hiciste a aquellas dos personas que estaban endemoniadas, sus vecinos no aceptaron tu forma de actuar. Muchas veces, nosotros mismos, tenemos como malo lo que, para nuestro bien, es bueno.



Eleuterio Fernández Guzmán

3 de julio de 2012

Esto es la Fe





Jn 20,24-29

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor’. Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré’.

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con vosotros’. Luego dice a Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente’. Tomás le contestó: ‘Señor mío y Dios mío’. Dícele Jesús: ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’".

COMENTARIO

A veces resulta difícil explicar qué es la Fe porque en el corazón del creyente le basta, eso debe creer, saber que la tiene o que, al menos, se adhiere a un sentir común.

A Tomás se le llama el incrédulo porque no quiso manifestar conformidad con el hecho de que Jesús se les había aparecido a sus compañeros apóstoles. Sin embargo, pronto iba a ver que, en efecto, todo había sido como ellos le dijeron.

Cuando Jesús se aparece por segunda vez a sus más allegados discípulos Tomas está con ellos. En aquel momento Jesús define a la perfección qué es la fe que no es otra realidad espiritual que creer sin ver o, simplemente, confiar en Dios y en su divina Providencia.


JESÚS,  aunque pueda resultar extraño a ciertos creyentes, es importante entender qué es la fe porque, de otra forma, podemos tergiversar el sentido de la misma y, así, no entender el verdadero significado de tan gran verdad.



Eleuterio Fernández Guzmán


2 de julio de 2012

Seguir a Cristo supone esto





Lunes XIII del tiempo ordinario

Mt 8,18-22

“En aquel tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: ‘Maestro, te seguiré adondequiera que vayas’. Dícele Jesús: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. Otro de los discípulos le dijo: ‘Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre’. Dícele Jesús: ‘Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos’”


COMENTARIO

Es cierto que muchos de los querían seguir a Jesús lo hacían porque no conocían, en realidad, la vida que llevaba y que no era, precisamente, llena de riquezas o de mundanidades. Lo seguían sin saber lo que les esperaba.

Cada cual tiene lo que las circunstancias de la vida le ponen ante su realidad. Así, las aves tienen lo que Dios les da y el ser humano lo que se procura. Pero el Hijo del Hombre no tenía, como dice Cristo, ni siquiera un lugar donde descansar porque toda su vida la daba al prójimo que lo necesitaba.

Seguir a Cristo suponía, y supone, no mirar hacia atrás o, lo que es lo mismo, olvidarse de la vida que se había llevado hasta entonces. Quien no quería cambiar su corazón y dejarlo de tener de piedra estaba, para el Reino de Dios, muerto y, por eso mismo, Jesús recomienda que, quien no se convierta es mejor que siga como quería seguir su vida.


JESÚS,  seguir supone hacer sacrificios mundanos porque el mundo y Dios no suelen ir de la mano. Sin embargo, en demasiadas ocasiones preferimos al mundo a Ti y, así, al Creador.



Eleuterio Fernández Guzmán


1 de julio de 2012

Tener fe






Domingo XIII del tiempo ordinario

Mc 5,21-43

“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: ‘Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva’. Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: ‘¿Quién me ha tocado los vestidos?’. Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’’. Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’.

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: ‘Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?’. Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: ‘No temas; solamente ten fe’. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: ‘¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: ‘Talitá kum’, que quiere decir: ‘Muchacha, a ti te digo, levántate’. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.


COMENTARIO

Ser discípulo de Jesús quiere decir tener confianza en su doctrina, en lo que dice que hay que hacer y, en fin, en ser fiel imagen del Maestro. Actuar así es comprender a la perfección la voluntad Dios.

Muchos de los que seguían a Jesús tenían, sin duda alguna, mucha fe en el Hijo de Dios. A tales personas las comprende a la perfección y les da aquello que piden pues tener fe y manifestarla es una forma de expresar lo que somos: hijos de Dios.

Tanto el padre de la niña de doce años que devuelve a la vida Cristo como aquella mujer que tenía hemorragias de sangre, tenían fe en Jesús. Eso les salva y, tanto la niña por la que pide el padre como la mujer, que pide por sí misma, son salvados.



JESÚS,  aquellos que tienen confianza en Ti tienen mucho ganado porque la fe salva y, en atención a ella tienes en cuenta lo que se pide. Nosotros, sin embargo, creemos demasiadas veces que somos capaces sin darnos cuenta que sin Cristo nada podemos hacer.



Eleuterio Fernández Guzmán