7 de enero de 2012

Sobre el bautismo







"Y proclamaba: ‘Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa  de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.’ Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’ ".
El Evangelio de San Marcos (1, 7-11) recoge el episodio del Bautismo de Jesús a manos de su primo Juan, el Bautista. Aunque aquel que bautizada con agua lo hacía con intención de perdonar los pecados a los que a él acudían, bien sabía que no era quien, ni siquiera, para hacer algo tan humilde como era desatarle la correa de las sandalias a Jesús.
Pero el Bautismo, el de fuego y Espíritu Santo, hace algo más que perdonar los pecados porque incorpora, a quien lo recibe, a la comunidad de los hijos llamados de Dios.
Recoge, a este respecto, el número 1213 del Catecismo de la Iglesia católica  que el Bautismo “es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a los otros Sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su misión“.
Por lo tanto, el Bautismo procura muchas ventajas espirituales a quien lo recibe. Así, por ejemplo, nos abre de par en par la vida que es espiritual a la recepción del resto de Sacramentos y nos introduce, de pleno, en la vida de la Iglesia católica como facilitándonos el camino hacia el definitivo Reino de Dios.
Así, cuando Jesús entró en el Jordán para ser bautizado por Juan (aquel que predicaba la conversión y el enderezar caminos espirituales) procuró, para sus futuros discípulos (aquellos otros nosotros y nosotros mismos) que, recibiendo lo que sería Sacramento de su Iglesia, nos viéramos inmersos en el caudal de los hijos de Dios que han tomado conciencia de que lo son.
El Bautismo nos libera del pecado y supone, para nosotros, un nuevo nacimiento. Con él nos hacemos hijos de Dios de forma conscientemente espiritual (no es que antes no lo fuéramos sino que, a modo de perfeccionamiento, el Bautismo, procura tal efecto).
Pero es que, además, el Bautismo nos convierte en hermanos de Jesucristo y nos convierte en aquello que dejó escrito San Pablo en su Primera Epístola a los de Corinto (3, 16-17) cuando dijo “¿No sabéis que sois Templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? Al que destruya el Templo de Dios, Dios lo destruirá. El Templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros”, con lo cual sirve, nuestro Bautizo, para recordarnos lo que, en realidad, somos.
También, el Bautismo imprime en el alma un carácter tal que haría decir a San Agustín que “Es el sello del Señor con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la redención”, y a San Ireneo que es el ”sello de la vida eterna”.
Y todo eso lo procuró Jesucristo cuanto entró en el Jordán buscando perdón para los pecados que no tenía pero para dar ejemplo, a los que podían verlo y a los que podía llegar a sus oídos lo que había hecho, de cómo actúa un hijo de Dios que quiere cambiar su corazón y venir a ser un hijo que en verdad lo es.
Por eso, en la celebración del Bautismo de Nuestro Señor de 2009 el Santo Padre Benedicto XVI dijo que “Con el Bautismo, no nos sumergimos entonces sencillamente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro empeño de conversión, sino que se infunde en nosotros la sangre redentora de cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que Él se ha complacido, el que nos devuelve la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente ‘hijos’ de Dios.”
Y es que se bautizados supone ser lo que Dios quiere que seamos y nunca menos de lo que el Creador ha procurado para nosotros, descendencia y semejanza suya que no es otra cosa que comunicarnos la vida de la Gracia.
Y aún hay padres católicos que dudan acerca de la necesidad del bautismo de sus hijos y no lo procuran hasta, a lo mejor, muchos meses después de haber nacido e, incluso años, haciendo que sus hijos pierdan un derecho espiritual que merecen por ser hijos de Dios porque el Creador se manifestó complacido con el bautismo de Jesús, Enviado suyo y Él mismo hecho hombre.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en  Análisis Digital

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