Recordó Benedicto XVI que el Beato Juan Pablo II Magno, en su encíclica Centesimus annus, concretamente en su número 28, ya dejó escrito que “los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos”.
Por tanto, paz y pobreza van de la mano, en una relación inversa: a más pobreza menos paz.
Por eso el Beato Juan Pablo II Magno, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, entendió que “Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial”.
Decía, así, el que fuera Papa venido desde la otra parte del telón de acero, que lo que se ve afectado con la pobreza es la misma dignidad de la persona porque si hay algo que el ser humano no puede ver minusvalorada es, precisamente, su dignidad que, por el mismo hecho de ser persona, tiene y le corresponde.
De aquí que se dijera (no el Beato Juan Pablo II, claro), en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1969 que “La paz peligra cuando al hombre no se reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad”.
Por todo lo dicho hasta aquí, el nuevo año que comenzamos debería ser un tiempo en el que la paz, entendida como ausencia de pobreza, caminara con firmeza por la senda segura de la caridad.
Para conseguir que la lucha contra la pobreza sea efectiva recomendó Benedicto XVI lo que llamaba “solidaridad global” porque, efectivamente, la pobreza tiene un sentido esencialmente global. Y recogía sobre esto algo que el Beato Juan Pablo II Magno, en la encíclica citada arriba (Centesimus annus) dejó escrito: “Una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana”.
Y, en tal sentido, decía Benedicto XVI, “Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones” que tanto daño hacen al ser humano marginado del desarrollo económico global.
Por eso es importante lo que Pablo VI, en su Carta encíclica Populorum progressio denomina “El orden querido por Dios” no pueda sostenerse sobre desigualdades que hagan, al mismo, insostenible sino que, al contrario, cada cual ha de reconocer “la propia responsabilidad” para promover, en el sentido aquí referido, la paz. Por eso en la responsabilidad que a cada cual le toca hacer frente (paz y responsabilidad referidas en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1979) corresponde al interior de cada persona vivir, en su corazón, la realidad paz-pobreza porque, de tal manera, acabará alcanzando “a toda la comunidad política” (Catecismo de la Iglesia católica, 2317) y, así, a toda la humanidad.
Abunda en lo mismo Benedicto XVI en el Mensaje citado supra cuando dijo “De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas”.
Por otra parte, como no podía ser menos, el Santo Padre, se refirió a la globalización como un fenómeno que puede colaborar para fomentar la paz mundial pero de una forma que los partidarios de la primera quizá no entiendan. Decía que “La globalización pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables”.
Por eso, cuando el evangelista Lucas escribió (y así lo recogía Benedicto XVI) aquella expresión de Cristo “dadles vosotros de comer” (Lc 9:13) vino a decir, preferentemente, y tal es la labor de la Iglesia católica, sed sembradores de paz.
¡Feliz año a todos los lectores!
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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