Quien se siente hijo de Dios sabe que la forma de comportarse en el mundo es importante. No vale, por tanto, hacer como si no hubiese relación entre reconocer la filiación divina y lo que cada cual hace en su particular circunstancia.
A eso se le llama “unidad de vida” y supone, para quien la lleva a la práctica, una forma de afirmar su fe y, sobre todo, una forma de manifestar que es quien es porque Quien quiso así lo creó.
Ahora empezamos un nuevo año. El mismo ha de estar lleno de retos y, ante ellos, tenemos que poner nuestra fe por delante y hacer de ella un ariete con el que blandir nuestra creencia.
¿Cuáles son, pues, los retos, para un católico, en el nuevo año?
Por ejemplo, en el ámbito de la secularización a través de la cual el mundo pretende apartarse de Dios, quien se sabe hijo del Creador ha de afirmar su fe dando ejemplo de lo que supone la misma y no cejar en el intento de transmitir, a quien quiera o no quiera escuchar, que creer en Dios y tener fe no es nada malo ni negativo para la persona sino, al contrario, la base sobre la que construir una vida llena de gozo y de esperanza en el Señor.
Por ejemplo, en el ámbito del relativismo, a partir del cual se pretende hacer que todo es igual y, en realidad, tanto da una religión como otra, quien se sabe hijo de Dios ha de hacer ver que la fe que ilumina su vida no es una que lo sea idéntica a otra, como por quitarle importante, sino que supone el acicate sobre el que construir una existencia llena de luz.
Por ejemplo, en el ámbito del respeto a la vida y al aborto, con el que se pretende eliminar, desde la raíz misma la existencia del ser humano, quien se siente hijo de Dios ha de proclamar, antes de que lo hagan las piedras por haber callado quien debe hablar, que el hombre lo es desde el momento de la concepción y que, por tanto, no se puede terminar, de forma totalmente injusta, con una nueva vida sin, por ello, tener ningún cargo de conciencia.
Por ejemplo, en el ámbito de la libertad religiosa, cuando se pretende arrinconar la fe católica, quien se dice hijo de Dios no ha de cesar de defender la fe que tiene si es que no quiere verse retraído en una moderna catacumba que, si bien no será una celda perdida en un abismo olvidado sí será un abismo encontrado en la modernidad del silencio.
Y así podríamos seguir un largo rato porque el nuevo año, como todos los que son de nuestra vida, se abre con incógnitas que, a lo mejor no podemos resolver. Sin embargo, sí que podemos despejar una de ellas que no es otra que el comportamiento que cada uno de los que nos consideramos hijos de Dios tenemos que llevar a cabo.
No debe haber, por lo tanto, duda alguna sobre qué tenemos que hacer: cumplir con nuestra fe y con todo lo que la misma supone.
Hagamos, por lo tanto, rendir los talentos que Dios nos concedió y no seamos como aquel empleado que escondió lo que le dieron por miedo.
Todo esto se puede llevar a cabo. Sin embargo, una grave losa pesa sobre toda iniciativa católica que, en efecto, pueda hacerse efectiva.
Por ejemplo, existe una proyección escasa de determinadas realidades católicas que, así, se quedan en nada; existe una fragmentación de las organizaciones que defienden doctrinas y principios católicos teniendo, por eso mismo, un escaso efecto en las personas que pudieran, siendo incluso católicas, conocerlas; existe una notable desconfianza dentro del propio catolicismo cuando algunas organizaciones o movimientos tratan de hacerse ver en el mundo lo que provoca, en quien esto ve, una falta de seguimiento de los mismos; existe un notable desprecio a manifestar, políticamente, lo que se piensa por parte del católico en expresión de un respeto humano que sobra cuando se quiere hacer real lo que se cree; existe, en el claro ámbito laicista en el que se vive, una falta de creencia según la cual es posible hacer algo más que quedarse mirando a que nuestra fe sea arrinconada y, si eso es posible, preterida socialmente.
Vemos, pues, que no son pocas las tareas que tenemos, frente a nosotros mismos y como un gran reto, los católicos. Así, el nuevo año que empieza e, incluso, en cualquier otro momento del calendario del mundo, quedarnos de brazos cruzados no nos está permitido porque ya dejó escrito san Pablo “¡Ay de mí si no evangelizare!” y no es, tal evangelización, cosa propia de presbíteros o de personas especialmente preparadas (que también) sino a cada cual que se considere hijo de Dios.
Por eso, cuando Benedicto XVI recibió, en mayo de 2010, a los obispos de Bélgica, les dijo algo que no deberíamos olvidar:
"Todos los miembros de la comunidad católica, y más aún los fieles laicos, están llamados a testimoniar abiertamente su fe y a ser fermento de la sociedad, en el respeto de una sana laicidad de las instituciones públicas y de las otras confesiones religiosas. Tal testimonio no se puede limitar a un mero encuentro personal, sino asumir también las características de una proposición pública respetuosa pero legítima, de valores inspirados en el mensaje evangélico de Cristo".
Así, bien podemos decir que tenemos tarea por hacer. Ahora, que cada cual haga lo que Dios le dé a entender pero que no mire para otro lado porque el Creador sigue mirándolo.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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