“No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros”.
Dice San Josemaría, en “Es Cristo que pasa” (106), lo que aquí se ha traído. Nos sirve, antes que nada, para apearnos del tren que nos lleva por la vida en el que pensamos que, a lo mejor, somos lo mejor y que nuestro pensamiento es, en fin, lo más aceptable.
Sobre esto, Benedicto XVI, en el Mensaje para la celebración de la XL Jornada Mundial de la Paz de 2007 dijo que “La Sagrada Escritura dice: ‘Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó’ (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: ‘Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros’. Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea."
Por otra parte, en el viaje que Benedicto XVI realizó a Croacia a principio del mes de junio pasado dijo, cuando se encontró con representantes de otras religiones (por ejemplo, ortodoxa, judía o musulmana) que, en realidad, “La religión pone al hombre en relación con Dios, Creador y Padre de todos, y, por tanto, debe ser un factor de paz”.
Y ya, para centrar el tema, dice san Juan (20, 19) que “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘la paz con vosotros’”.
Tenemos, por lo tanto, por un lado, la consideración de la humanidad como el conjunto de hijos de Dios y, por otro, la Paz de Dios que debe difundirse entre la misma. Por nuestra parte, los católicos, tenemos fuentes de formación más que suficientes como para saber qué es la paz y en qué consiste la verdadera paz. Por ejemplo, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dice, al respecto de la aportación de la Iglesia a la paz (n. 516) que “La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra. La Iglesia, en efecto, es, en Cristo ‘‘sacramento’, es decir signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo’. La promoción de la verdadera paz es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios nutre por cada ser humano. De la fe liberadora en el amor de Dios se desprenden una nueva visión del mundo y un nuevo modo de acercarse a los demás, tanto a una sola persona como a un pueblo entero: es una fe que cambia y renueva la vida, inspirada por la paz que Cristo ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 14,27). Movida únicamente por esta fe, la Iglesia promueve la unidad de los cristianos y una fecunda colaboración con los creyentes de otras religiones. Las diferencias religiosas no pueden y no deben constituir causa de conflicto: la búsqueda común de la paz por parte de todos los creyentes es un decisivo factor de unidad entre los pueblos. La Iglesia exhorta a personas, pueblos, Estados y Naciones a hacerse partícipes de su preocupación por el restablecimiento y la consolidación de la paz destacando, en particular, la importante función del derecho internacional”.
Religión y paz, pues, han de ser instrumentos de desarrollo del mundo que nos ha tocado vivir. Sin embargo, por desgracia, no siempre sucede tal cosa porque hay personas que entienden que lo religioso es origen de conflictos como, por ejemplo sucede con el historiador americano Samuel P. Huntington que en su libro The Clash of Civilizations plantea la hipótesis según la cual el choque de civilizaciones puede traer como consecuencia guerras de religiones porque, al fin y al cabo, entiende que las civilizaciones que dice existen lo son por haber tenido el origen en una tradición religiosa.
Pero, a pesar de las tergiversaciones que algunos pensadores se empeñan en introducir en el debate mundial acerca de la religión y, así, de lo religioso, nos quedamos con lo dicho por el Santo Padre en el viaje citado arriba refiriéndose a la religión de la que dijo que “que constantemente evoca la dimensión vertical, la escucha de Dios como condición para la búsqueda del bien común, de la justicia y de la reconciliación en la verdad”.
Tal dimensión, que nos une con Dios como Padre y Creador no va contra la que es horizontal y que nos relaciona con nuestros semejantes, hijos también de Dios y, a lo mejor, de creencias distintas a la nuestra. Pero tal dimensión, por eso mismo de lo aquí dicho, no puede ser origen de conflictos porque, en todo caso, la paz es entendida como buena por las religiones y, aunque siempre haya exaltados que manipulen las creencias, en el fondo del corazón de quienes forman a las mismas, anida el buen espíritu pacificador que todo ser humano busca para llevar una vida de la que pueda predicarse, precisamente, la humanidad.
Paz, la Paz, no es una palabra que demuestre más de lo que la intención de la semejanza de Dios de ser, bajo su voluntad, un solo pueblo.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario