1 de abril de 2012

Ramos, Domingo







Cuando Jesús andaba por aquellos caminos de Israel predicando y anunciando que el Reino de Dios estaba cerca (tan cerca que estaba porque era Él mismo) sabía más que bien que todo iba a terminar pronto y que, también pronto, la salvación eterna llegaría a cada uno de los hijos de Dios.

Para que se cumpliese, palabra por palabra, lo que había sido escrito y que, por ejemplo, el profeta Isaías supo ver iluminado por Dios, tenía que entrar Jesús en Jerusalén de una forma tal que cualquiera supiese que había llegado en Mesías.

La entrada en la Ciudad Santa no se hizo de cualquiera manera. No se escondió Jesús para que no vieran aquellos que estaban urdiendo su muerte sino que, a vista de todos, entró sentado en un animal que mucho recordaba a todos lo que profetizara Zacarías (9, 9).

Aquel domingo, con los ramos tendidos en el suelo y las ramas de los árboles alfombrando el lugar por donde pasaba Jesús, es considerado, lógicamente, el primer Domingo de Ramos de la historia y, a partir del mismo, muchos comprendieron que nada podía seguir siendo igual.

Reconocerlo como rey supone, como muy bien dejó dicho Benedicto XVI en la celebración del Domingo de Ramos de 2007,“Aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad.” 

Por lo tanto, Jesús no entró de la forma que lo hizo en Jerusalén para que lo vitorearan y lo aclamaran sino para enseñarnos cuál es el camino tenemos que tomar y que no es otro que la entrega de nosotros mismos y, a pesar de las persecuciones que podamos tener (de todo tipo) no cejar en el intento de ser lo que debemos ser: hijos de Dios conscientes de que lo son.

Ramos es algo más que un día festivo en el que recordamos que Jesús entró triunfal en Jerusalén. Es más porque supone el principio de todo el episodio de salvación del ser humano. A través del tiempo, desde entonces, no podemos seguir siendo los mismos porque Quien podía haberse librado del daño que iba a sufrir se entregó de pies y manos como un cordero que va a ser llevado al matadero (cf Isaías, 53, 7).

“Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo” decimos en la celebración de la Santa Misa. Y con ellos es como si nos retrotrajésemos a un tiempo en el que era aclamado Aquel que había predicado por las tierras escogidas por Dios para formar un pueblo elegido al que entregarle la Verdad. Y quita el pecado del mundo porque su sangre nos sirve para limpiar nuestras culpas (Apocalipsis 7, 15) y con tal limpieza seremos libres del Mal que nos aqueje en este mundo.

Ramos, Domingo, es luz porque supone esperanza para los que caminamos atribulados por el mundo y sabemos que Cristo, poco después, moriría por nosotros y para que se salvasen todos los que en Él crean.

En aquel primer Domingo de Ramos muchos pusieron sus mantos en el suelo para que Jesús los pisara y muchos otros agitaron palmas y ramas de árboles en señal de bienvenida al Mesías. Que no se nos olvide nunca que aquellos otros nosotros supieron que Aquel era Dios hecho hombre.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

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