4 de abril de 2012

Esta Semana







Estamos en una semana muy especial. Para los católicos es decisiva para nuestra fe y, también, para nuestra salvación.

Desde tiempos inmemoriales, el pueblo elegido por Dios, el judío, había estado esperando la salvación de Israel. Oraban y oraban con la intención de hacer ver a Dios que querían ser salvados para toda la eternidad.

Por su infidelidad, muchas veces probada en los caminos que el Creador les hizo recorrer, tuvo Dios que enviar a su Hijo Único al mundo, nacer de una virgen de nombre María y, tras una vida en la que se formó como creyente judío, empezar a predicar tras su bautismo en el Jordán.

Cristo nació para morir como murió. Sabía perfectamente que el final de su vida sería como fue y, por eso mismo, muchas veces se lo dijo a sus discípulos más allegados que eran, precisamente, sus apóstoles. Ellos, con toda seguridad, nada entendieron hasta que se produjo la resurrección del Señor. Entonces, fueron capaces de atar todos los cabos y de comprender que lo que tantas veces les había dicho era cierto.

Pero aquella semana, la última semana de la vida de Jesús en el mundo como hombre mortal, fue muy especial. Predicó donde tantas veces antes lo había hecho pero cada palabra que decía, cada gesto que hacía y cada comportamiento suyo era un eslabón de la cadena que lo llevaría preso de un mandatario al otro para acabar crucificado en el Gólgota.

Ya esta escrito.
Dejarse vencer para salvarnos.
Quedó dicho.
Abandonarse en manos de Dios, Padre.
Itinerario Gólgota.
Subamos, con nuestra cruz,
hacia donde Él espera,
donde el corazón reside;
allí ,
donde la Palabra
es Alfa y Omega.

Esta semana, Santa, para el creyente es vital para su creencia porque en ella se fundamenta la salvación eterna que tanto esperaran aquellos que anduvieron por el desierto con Abrahám y por la que tanto se dirigieron a Dios implorándola. Nosotros, sin embargo, sólo tenemos que aceptar a Cristo y tenerlo como Dios hecho hombre. Así la salvación se nos da porque es gracia y don del Creador.

Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, Calvario, muerte, cruz. Así, luego, el sábado de esperanza y el domingo cuando María se encuentra con Jesús, su amado y querido Hijo, para decirle que ella sabía que resucitaría, que siempre lo había sabido y que siempre, siempre, siempre, había creído en su Palabra, la de Dios. Y Madre e Hijo se fundirán en un abrazo, que es eterno y que llega, desde entonces, hasta los rincones más apartados del orbe para que, quien quiera, acepte su mano y bese sus pies ensangrentados sabiendo que con aquella sangre había salvado, para siempre, su vida.

Esta semana es nuestra Semana, Santa por más señas y, por eso mismo, no podemos hacerla de manos ni tenerla poco en cuenta. De ella dependió nuestra vida eterna.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

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