6 de mayo de 2012

Europa no puede olvidar



























Es bien cierto que en muchos ámbitos de nuestra Europa, la vieja Europa como solemos referirnos a ella, pretenden alejarse de Dios y, así, del cristianismo. Son demasiadas las pruebas que hay de ello y, por eso mismo, recordar lo que, por otra parte, es obvio pero que se olvida con demasiada facilidad.

Es bien cierto que en muchos ámbitos de nuestra Europa, la vieja Europa como solemos referirnos a ella, pretenden alejarse de Dios y, así, del cristianismo. Son demasiadas las pruebas que hay de ello y, por eso mismo, recordar lo que, por otra parte, es obvio pero que se olvida con demasiada facilidad.

Sin embargo, por más que se quiera hacer y escribir otra cosa, la herencia de Cristo no es que haya sido importante en la formación de lo que se denomina Europa sino que, más bien, ha sido lo que le ha dado forma. 

A este respecto, en el encuentro ecuménico celebrado por Benedicto XVI en su viaje a la República Checa, dejó dicho lo siguiente el 27 de septiembre de 2009 y en la Sala del Trono del Arzobispado de Praga:

"Cuando Europa escucha la historia del cristianismo, está escuchando su misma historia --aclaró--. Sus nociones de justicia, libertad y responsabilidad social, junto a las instituciones culturales y jurídicas establecidas para defender estas ideas y transmitirlas a las generaciones futuras, están plasmadas en su herencia cristiana. En realidad, la memoria del pasado anima sus aspiraciones futuras".

Por tanto, bien podemos deducir que, de la influencia del cristianismo, tanto la justicia como la libertad han sido influenciadas por el cristianismo y su doctrina. Pero no sólo eso sino, además, lo referido a la cultura y el mundo de lo jurídico también.

No se puede decir, entonces, que hayan sido pocos los campos en los que Cristo haya causado un bien espiritual e, incluso, material, importante. 

Pero si hay un documento que viene a expresar, con total certeza, lo que el cristianismo ha aportado a la formación de Europa, tal es la Exhortación Postsinodal Apostólica Ecclesia in Europa que el beato Juan Pablo II dio a conocer el 28 de junio de 2003.

En su punto 108 dice que “La historia del Continente europeo se caracteriza por el influjo vivificante del Evangelio. Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos “.

No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical (es decir, de raíz) y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como “un concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea.

La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos”. 


Por eso resulta, en el fondo, triste, que desde las instituciones europeas se tenga lo pasado como si no hubiera pasado y se pretenda hacer borrón y cuenta nueva. 

Sin embargo, para un cristiano, no todo está perdido porque teniendo a Dios como Padre la palabra pesimismo no ha de estar en su/nuestro vocabulario. 

Por eso, en la audiencia pública del miércoles 18 de febrero de 2009, Benedicto XVI nos planteó un, a modo, de remedio general a las cuitas que, sobre el tema, muchos cristianos tenemos:

"Recemos también hoy para que volvamos a encontrar nuestras raíces cristianas y podamos así construir una Europa cristiana y profundamente humana"

Que cada cual, en las medidas de sus posibilidades, haga lo que pueda. Seguro que Dios escucha las oraciones de unos hijos que ven como Europa marcha por caminos de relativismo y nihilismo y quieren que, si eso aún es posible, cambie de rumbo hacia el definitivo Reino de Dios. 

Eso, al menos, sí está en nuestras manos y en nuestro corazón. 




Eleuterio Fernández Guzmán




Publicado en Acción Digital

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