13 de septiembre de 2011

Amar al necesitado



Martes XXIV del tiempo ordinario





Lc 7,11-17

“En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ‘No llores’. Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: ‘Joven, a ti te digo: levántate’. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.


COMENTARIO


Vuelve Jesús a tener en cuenta la situación en la que pueden quedar las personas que no tienen quien las defiendan. Socorre a los más necesitados porque son los pobres que tanto ama. Y lo hace porque, de otra forma, sabe que nadie lo hará salvo aquellos que, en lo sucesivo, aprendan de su gesto y obra.

Aquella señora viuda se quedaba sola en la vida. En aquella época la viudez suponía miseria porque no se tenía por costumbre ayudar a las personas que quedaban en tal estado. Era, por eso mismo, una situación de infusión muy grande que Jesús no puede pasar por alto.


Con gran verdad decían aquellos que Dios había visitado su pueblo. Devolver a la vida a un muerto era muestra más que suficiente de que el poder del Creador estaba con Él. Y Jesús no podía hacer otra cosa que lo que hizo.




JESÚS, la viuda de Naím quedaba sola en la vida, desamparada y alejada de la misma sociedad. Amparaste a quien te necesitaba y lo hiciste sin, siquiera, esperar que te lo pidiera. Era de justicia divina amar a quien estaba triste y necesitada.








Eleuterio Fernández Guzmán



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