Cualquier persona medianamente informada sabe y reconoce que la situación por la que está pasando la fe católica en occidente no deja de ser preocupante.
Existen numerosas asechanzas del Mal que, ora por un tema ora por otro, no cejan de cercenar los principios que, por cierto, dieron forma a la civilización occidental y, en el caso concreto de Europa, además, la constituyeron como entidad importante dentro del concierto universal.
Sin embargo, una involución se está llevando a cabo que, desde el punto de vista de un creyente no puede dejar de preocupar.
Es bien cierto que nadie ha dicho nunca (y si lo ha hecho ha mentido) que ser cristiano, aquí católico, sea fácil. Es más, más bien es al contrario porque el símbolo que, sobre todos, define a los discípulos de Cristo es, precisamente, la cruz. Y una cruz es, suele ser, difícil de llevar y, a veces, incluso de soportar como tal.
Dicho rápidamente, por apuntar algunas de las circunstancias por las que está pasando nuestra fe, lo que sigue es, más o menos, a lo que se enfrenta:
1.-El desarrollo de ideologías, digamos, no cristianas.
2.-El nihilismo.
3.-El relativismo.
4.-El respeto humano.
Así, las ideologías materialistas, por ejemplo el marxismo, en cuanto se cruzan en el camino de la religión, sólo persiguen su defenestración.
A este respecto, aunque quede un tanto lejano en el tiempo, vale la pena traer a colación una parte de la carta pastoral del entonces (1976) obispo de Tenerife, don Luis Franco:
“La verdadera moralidad, la verdadera virtud, honradez, fidelidad, libertad… consisten en el servicio al marxismo. El pecado, la maldad, el deshonor, la infidelidad, la esclavitud, es todo lo que se opone a su doctrina a su concepción del mundo, del hombre y de las cosas.”
Donde pone “marxismo” pongan socialismo o, simplemente, progresismo, y les saldrá, de forma inmediata, la situación por la que, por ejemplo, pasa España: la falta de virtud, una honradez poco común, por extraña, una fidelidad limitada a tal ideología y una libertad que se pretende limitar a base de leyes y reglamentos.
En cuanto al nihilismo y al relativismo… bastante daño está haciendo en el común de los creyentes con sus posiciones alejadas de la fe católica. Muy fácilmente se puede pasar del “todo vale”, muy propio del relativismo, a tener como no puesta en nuestra vidas
Pero, seguramente, hay algo que es peor que todo lo dicho hasta ahora porque supone la participación directa del corazón del creyente: el denominado “respeto humano”.
Así, el “qué dirán si me manifiesto católico” o el “qué pensarán de mí si digo, sobre el aborto, lo que pienso como creyente” hace más daño a quien así se manifiesta que los otros aspectos aquí citados. Y eso es así porque retraerse en la fe es, simplemente, mentir a la misma y, así, a Dios.
Y ante todo esto nos queda (que no es poco) la responsabilidad de ser católicos y el dar testimonio, así, de la fe a la que decimos aferrarnos.
¿Cómo se ha de manifestar tal responsabilidad?
Por ejemplo, como ya se ha dicho aquí, dando un testimonio de nuestra vida como católicos.
Por ejemplo, siendo coherentes con nuestra fe y llevando una adecuada “unidad de vida” (hacer según se piensa sin aplicar el famoso cumplimiento en el sentido de cumplo y miento”)
O por ejemplo, olvidando para siempre el miedo a la libertad religiosa a la que tenemos derecho; a ponerla en práctica.
No es la situación aquí planteada nada nuevo para la vida de la Iglesia de Cristo. Cuando el 7 de diciembre de 1965 Pablo VI hiciera pública la Declaración “Dignitatis Humanae” decía en su conclusión algo que, ahora mismo, nos suena, no nos viene de nuevas: “No faltan regímenes en los que si bien su Constitución reconoce la libertad de culto religiosa, sin embargo, las mismas autoridades públicas se empeñan en apartar a los ciudadanos de profesar la religión y en hacer extremadamente difícil e insegura la vida de las comunidades religiosa”.
Y es que, por eso, bien podemos decir que ahora mismo, entre nosotros y entre otros nosotros, hermanos creyentes, ha llegado el momento de hacer efectiva la responsabilidad de ser católico. Y no sólo en el ámbito privado sino, sobre todo, en el público, donde se nos ve, del que, al fin y al cabo, formamos parte.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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