Por mucho que se quiera decir en contra, la doctrina cristiana tiene un concepto del desarrollo económico y de la sociedad civil propio del contenido de la misma.
Benedicto XVI demuestra, en el Capítulo Tercero de su encíclica Caritas in Veritate que lo conoce bien.
Prueba de esto es que diga que “La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad” (Cv 34)
Por eso, en el mismo punto, afirma que “Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos del pecado”
Y esto lo que, en general, ha de querer decir es que el mal comportamiento que, en muchos aspectos, se producen dentro de la economía pueden explicarse por efectos del mismo pecado con el que nacemos todos los seres humanos. Todos.
Sin embargo, el relativismo que impera en la actualidad y la separación pretendida entre Dios, la doctrina cristiana y, en general, el ser humano, trae malas consecuencias para el mismo ser semejanza del Padre. Así, “la exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a ‘injerencias’ de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva” (Cv 34)
Por eso el presente capítulo de la última encíclica de Benedicto XVI incide en muchas ocasiones en lo que supone que el ser humano haga como si Dios no existiera y, a nivel económico, se desmande con facilidad y haga de su labor diaria, un desafío a principios éticos y morales sin los cuales el resultado del devenir es, simplemente, nefasto.
Por ejemplo, sobre lo económico, podemos decir que lo que mueve al mercado es la llamada “justicia conmutativa” o, lo que es lo mismo, la aplicación del principio do ut des (doy para que des) porque se regulan, así, las relaciones económicas entre las personas.
Pero la Iglesia católica y, en ésta, su doctrina social “no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la ‘justicia distributiva’ y de la ‘justicia social’ para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve” (Cv 35)
Otro aspecto que, a nivel cristiano, no se entiende es el desarrollo económico como algo que puede considerarse contrario al desarrollo social. Es decir, que una nación avance económicamente no puede ir, nunca, contra una parte de las personas que componen tal sociedad.
Así, “El mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. La sociedad no debe protegerse del mercado, pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones auténticamente humanas” (Cv 36)
Y esto, sin duda, tiene una razón que explica, además de esto, otros muchos comportamientos que se producen en la economía: “Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no del medio en cuanto tal”.
Por eso, no puede considerarse que la economía, que determinado modelo económico, sea, en sí, malo o negativo sino que son las personas (que, al fin y al cabo, hacen y desarrollan el modelo) las que lo pueden hacer malo o negativo porque “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente” (Cv 36)
Al respecto, por otra parte, algo hay muy importante en la economía de hoy día: la globalización.
El Santo Padre no podía dejar pasar por alto tan trascendental tema muchas veces equivocadamente tratado.
Por eso, “cuando se entiende la globalización de manera determinista, se pierden los criterios para valorarla y orientarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diversas corrientes culturales que han de ser sometidas a un discernimiento” (Cv 42)
No podemos, por lo tanto, equivocar nuestro pensamiento sobre esta realidad tan importante hoy día.
De aquí que Benedicto XVI diga que “oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece”.
Y, para esto, ofrece, el Santo Padre, una trilogía de realidades que ayudan a comprender el proceso de globalización que no deberíamos olvidar:
“Relacionalidad, comunión y participación” (Cv 42)
A través de tales realidades podemos aplicar unos principios cristianos que conduzcan, el proceso inexorable de globalización, por caminos verdaderamente puedan llamarse de desarrollo, de verdadero desarrollo.
Eleuterio Fernández Guzmán
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