7 de enero de 2012

Seguir hablando de Dios







“No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal” 

Estas palabras, recogidas por San Lucas, en sus Hechos (18, 9-10), dicen mucho de la situación por la que hoy día pasa la transmisión de la Palabra de Dios. Pero a lo que más nos incita es a proceder sin preocupación al qué dirán y, al fin y al cabo, a no callar.

Entonces, miedo no es una palabra que en la transmisión de la fe podamos tener en cuenta. Sin embargo, no siempre es así porque muchas veces nos dejamos dominar por el respeto humano y no somos capaces de llevar al mundo lo que nos dice nuestro corazón.

En un mensaje que, en el año 2009, dirigió Benedicto XVI a la asamblea plenaria relativa a la Evangelización de los Pueblos propuso lo siguiente: hoy día también existen nuevos areópagos, espacios nuevos donde hacer patente nuestra fe.

De la alocución del Santo Padre, tres momentos podemos destacar que nos convencen de que seguir hablando de Dios es, ciertamente, una obligación grave para cada hijo del Creador.

Objeto de la predicación

Así nos habla Benedicto XVI:

“De manera eficaz, el Siervo de Dios Pablo VI dijo que no se trata solo de predicar el Evangelio, sino de “alcanzar y casi sacudir con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Enseñanzas XIII, [1975], 1448). 

Por lo tanto, no podemos hacer como si fuera suficiente con decir esto o aquello de la Palabra de Dios y, en definitiva, de Su Reino. Tenemos que ir más allá:

-Donde los valores que gobiernan el mundo se han torcido.
-Donde la forma de pensar se ha malversado.
-Donde la constitución de un modelo de vida ha devenido contraria a la voluntad de Dios.
-Donde la humanidad se ha visto zarandeada por vientos de doctrina equívocos.

Seguir hablando de Dios, en tales circunstancias, no deja de ser necesario porque, de otra forma, los valores, el pensamiento, los modelos de vida y la misma humanidad continuarán cayendo por la pendiente por la que se ha visto desbocada.

En qué consiste la predicación

Sobre esto escribió Benedicto XVI:

“Como en otras épocas de cambios, la prioridad pastoral es mostrar el verdadero rostro de Cristo, Señor de la historia y único Redentor del hombre. Esto exige que cada comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto ofrezcan un testimonio de fidelidad a Cristo, construyendo pacientemente esa unidad querida por Él e invocada por todos sus discípulos. La unidad de los cristianos hará, de hecho, más fácil la evangelización y la confrontación con los desafíos culturales, sociales y religiosos de nuestro tiempo”. 

No se trata de que, por ejemplo, esté pasando la humanidad por una situación muy peculiar. Al contrario, es el sino de la misma que, de tanto en tanto, fuertes doctrinas ajenas a los valores cristianos, zahieran a los mismos y traten de imponerse.

¿Qué corresponde hacer ahora?

Bien claro lo dijo Benedicto XVI: “mostrar el verdadero rostro de Cristo”. Por lo tanto, no caben componendas con tal rostro porque es el mismo de Dios.

Así, tanto la unidad de los hijos de Dios dispersos en diferentes visiones religiosas de la misma realidad como el ser fieles a Cristo en lo que eso supone, ha de ser objeto principal de quienes quieren seguir hablando de Dios hoy día.

Y, por ejemplo, la unidad de los cristianos devendrá remedio poderoso contra el Mal que el mundo padece.

Frutos de la predicación

Según la Encíclica Caritas in veritate (n. 79):

Dice Benedicto XVI que es necesaria una “seria consideración de las experiencias de confianza en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divinas, de amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida del prójimo, de justicia y de paz... El anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como Padre Nuestro”. 

Plantea, como frutos de la predicación de la Palabra de Dios lo siguiente:

-Confianza en Dios, en la Providencia y en la Misericordias divinas.
-Fraternidad en Cristo.
-El amor.
-El perdón.
-Renunciar a sí mismo como fruto del servicio a los demás.
-Tener en cuenta al prójimo.
-La justicia.
-La paz.

No se puede decir que sean pocos los frutos de la justa predicación que, al ser recogida por los corazones de los discípulos de Cristo, dan un tanto por ciento elevado de corazón de carne frente al anterior corazón de piedra que no perdonaba, que no amaba, que no renunciaba a sí mismo, que no amaba la justicia ni buscaba y promovía la paz.

Por eso, hablar de Dios hoy día, en las circunstancias por las que pasa el siglo, ha devenido algo esencialmente de simple y pura supervivencia de la fe: ante un mundo relativista y hedonista, que los apóstoles modernos prediquen acerca de la voluntad de Dios ha de resultar básico para que la sociedad no caiga, definitivamente, en la fosa de la que tanto habló el salmista y que, llegado el tiempo del reino de Dios a nuestros días, se ha visto agrandada y profunda.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

2 comentarios:

  1. ¡Hola Eleu!
    Me gustó tu blog y me hice seguidora.
    Esta entrada me ha parecido fabulosa, muy prácticas las recomendaciosnes.
    Gracias, DTB!!

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  2. Muchas gracias. Bienvenida a esta particular casa espiritual.

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