20 de septiembre de 2011

Laicidad positiva

Hace muchos siglos que un Maestro galileo, cuando le presentaron una moneda del emperador de turno para ver qué opinaba sobre los impuestos con que el romano sangraba al judío, dio una respuesta que no se esperaban aquellos que le preguntaron: dad al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios.

Desde entonces, quedó perfectamente claro que, para los discípulos de Jesucristo, había una separación entre la Iglesia y la organización llamada Estado.

Así, y tras el paso de los siglos desde que triunfara la ideología de la Revolución Francesa, se ha llegado a una situación según la cual la separación referida arriba puede ser llevada hasta un punto en el que se apodere del Estado una ideología que no entienda algo que es esencial: separación no es opresión ni, entonces, situar a la Iglesia y a su doctrina, a los pies de los caballos.

Entonces lo que abunda es, más bien, un laicismo lacerante y opresor.

Pero, ante esto, Benedicto XVI propuso algo que es, en sí mismo, una respuesta adecuada a tales extremas ansias de poder: la laicidad positiva, cuyo envés (cual si de una hoja habláramos) es el laicismo extremo. Así, muchas acciones políticas quieren dejar una huella en la vida de la nación en la que lo religioso sea preterido o, como poco, apartado de la vida ordinaria.

Tal es una actuación que no se aviene con un comportamiento que podamos considerar presentable pero que, sobre todo, olvida que la gran mayoría, caso de España, de las personas que constituimos nuestra nación tenemos unas creencias que no pueden olvidarse por muy democrática que sea la elección de representantes políticos.

Pues bien, ante tamaña barbaridad social, el Santo Padre entiende de un modo mejor la situación.

Muy importante es que, de cara a los problemas medioambientales que preocupan a la sociedad, “la comunidad de los creyentes puede y quiere participar en ello, pero para hacerlo es necesario que se reconozca su papel público”.

Es decir, que una cosa que es que no haya preocupación por los cristianos pero otra cosa, muy distinta, es que se pueda hacer escarnio de lo que podamos dar a entender de acuerdo con la doctrina de Cristo en el malentendido según el cual la separación entre Iglesia y Estado impide que la primera manifieste nada al respecto del segundo.

Y todo lo que acaece tiene un origen claro y diáfano: el relativismo se ha apropiado del pensamiento de ciertas ideologías. Por eso dice Benedicto XVI que “Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso”.

No vale, ni es entendible, por lo tanto, que lo religioso sea excluido del funcionamiento ordinario de una sociedad democrática. Es más, ni es entendible ni se puede aceptar como hipótesis. Por eso es laicista la sociedad en la que se va más allá de la correspondiente distancia que tiene que haber entre quien ostenta el poder político y quien, desde el respeto y la consideración, dirige la Iglesia católica.

Por eso el Santo Padre propone una realidad muy distinta y que no es otra que la ya citada laicidad positiva.

Es positiva la laicidad cuando, a pesar de la necesaria separación no se pierden las “referencias fundadas en la verdad del hombre” porque ellas constituyen la verdad misma de la convivencia.

Y es positiva la laicidad cuando no existe “hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana” porque cuando se incurre en tal desviación de poder se hace flaco favor a la realidad del pensamiento mayoritario de la sociedad; también cuando se reconoce el papel público de la “comunidad de creyentes” que no pueden entender cómo es posible que se haga otra cosa.

Por eso resulta necesario que exista una relación justa entre el Estado y la Iglesia católica. De otra forma, se da forma a una sociedad en la que falta la esencia misma de su constitución y donde se falsea el fondo que la llama a ser lo que es.


 


Eleuterio Fernández Guzmán




Publicado en Acción Digital

1 comentario:

  1. Los poderes públicos tienen que tener en cuenta el hecho religioso porque no se puede entender el mundo sin el mismo.

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