19 de septiembre de 2011

Caritas in Veritate.- IV –El desarrollo como derecho y como deber


“En las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana”.

Estas escasas, pero importantes, palabras, las consigna Benedicto XVI en el Capítulo Cuarto de su última encíclica, Caritas in Veritate, concretamente en el punto 47 de la misma.

En tales palabras se encierra el sentido mismo del desarrollo: es un deber para el ser humano (“iniciativa”, dice) al tener que hacer uso de los talentos que Dios le ha dado; además, es un derecho para la persona humana que se siente necesitada del mismo para realizarse como tal pero, a lo mejor, no tiene los medios para hacerlo posible.

Por tanto, en el desarrollo, desde el punto de vista cristiano, tanta importancia tiene el deber de procurarlo como para quién se procura.

Así, en el “debe” de los egoísmos, hay que dar cabida a lo siguiente: “En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos” (Cv 43)

¿Qué pueden aportar al desarrollo económico y, en general, de la humanidad, las personas que así piensan?

Seguramente nada sino, sólo, sufrimiento a aquellos que las rodean.

Por eso, “La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes” (Ídem anterior) ya que el comportamiento que olvida que las necesidades de los otros son tan importantes como las suyas no es, al menos desde el punto de vista cristiano, nada adecuado ni recomendable.

Sin embargo, si algo hay muy importante y  que destaca Benedicto XVI es, como es lógico, el aspecto moral que debe afectar a todo comportamiento relacionado con el desarrollo.

No extraña, pues, que el “Responder a las exigencias morales más profundas de la persona” tenga “también importantes efectos beneficiosos en el plano económico” (Cv 45)

¿Por qué dice el Santo Padre tal cosa?

Pues, sencillamente, porque el conocer la naturaleza humana y, más aún, la que corresponde al mundo de la economía, le hace proclamar que “Conviene, sin embargo, elaborar un criterio de discernimiento válido, pues se nota un cierto abuso del adjetivo ‘ético’ que, usado de manera genérica, puede abarcar también contenidos completamente distintos, hasta el punto de hacer pasar por éticas decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre “ (Ídem anterior)

Y es que es muy posible que al hablar, muchas veces, de la necesidad de que el campo económico, bancario y empresarial, respete determinada ‘ética’ se quiera tergiversar el sentido de la misma para llevar el agua al molino de la parte que sale más beneficiada con el desarrollo.

Entonces, “Es necesario, pues, no recurrir, a la palabra ‘ética’ de una manera ideológicamente discriminatoria, dando a entender que no serían éticas las iniciativas no etiquetadas formalmente con esa cualificación” (Ídem anterior) pues es más que probable que encierre, tal comportamiento, malas artes perjudiciales para los sectores más empobrecidos de la sociedad.

Al fin y al cabo, juega aquí un papel muy importante la dignidad de la persona. El desarrollo no puede llevar aparejado un desprecio por aquella y ni siquiera una preterición de la misma con malsanas intenciones.

Recuerda Benedicto XVI que el hombre está hecho “a semejanza de Dios” (Gn 1, 27) y que, por eso, su dignidad no puede ser arrebatada en campo de la vida alguno. En el económico tampoco.

Por otra parte, se suele considerar, en más de una ocasión, que la naturaleza es algo que, por ejemplo, supera en mucho al mismo concepto de persona humana. Sin embargo, “Se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma” (Cv 48)

¿Qué pasa si tal cosa se produce? (realidad, por cierto, muy común hoy día por el uso que, de la misma, hacen ciertos desnortados ecologismos)

Pues, sencillamente, que se caería en “actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo”, pues “la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en el sentido puramente naturalista” (Ídem anterior)

Vemos, entonces, que el deber, en general, del ser humano, es procurar el desarrollo sin que, en tal intento, la dignidad de la persona pueda sufrir menoscabo (incluyendo, aquí, maltrato laboral, económico o social, por ejemplo) Tampoco el mismo puede ir contra la misma persona humana anteponiendo lo que es la naturaleza al ser (humano) para quien el Creador la creó y a quien se la entregó.

Entonces, ¿Qué pasa con las generaciones futuras a las que se les ha de entregar el testigo de la historia y del desarrollo?

“Debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola” (Cv 50)

Dice “deber muy grave” o, lo que es lo mismo, una obligación muy obligatoria, sin racanismos de entendimiento.

Y en esta labor, la “La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público” (Cv 51)

Es decir, dos cosas importantes:

-La Iglesia tiene algo que decir al respecto del desarrollo.

-La Iglesia no puede esconder la luz debajo del celemín y ha de proclamar, desde las terrazas, la doctrina, al respecto, entregad por Jesucristo.

No se puede decir que sea poca cosa, ésta, como misión para la Esposa de Cristo.

Y, claro, para nosotros, piedras vivas que le damos consistencia física y espiritual. 


Eleuterio Fernández Guzmán

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