25 de mayo de 2012

También hoy es Pentecostés


 




Cuando los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo en aquel día de Pentecostés supieron, de inmediato, que tenían una misión que cumplir y que, desde aquel mismo momento, nada iba a ser igual que antes y que sus vidas no serían las mismas.

Recoge el evangelista San Lucas en sus Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) cuando escribe que “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía  expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: ‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?’ Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.”

Aquel fue un momento muy importante para la Iglesia católica naciente porque suponía el punto de partida desde el cual la Palabra de Dios y el ejemplo del proceder y del hacer de Cristo iban a difundirse por todo el mundo, a todas las gentes. Y lo fue porque, el primer Papa, a la pregunta de qué tenían que hacer para aceptar a Cristo, les dijo a los presentes (Hechos 2, 38-41) “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión  de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y  para  todos’  los que están lejos,  para cuantos llame el Señor  Dios nuestro. Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: ‘Salvaos de esta generación perversa.’ Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.”

Pero no se debería creer que el envío del Espíritu Santo fue cosa de aquellas personas que estuvieron en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Hoy mismo, Jesús nos envía el mismo Espíritu que llenó de espiritual vida a sus primeros discípulos. Y, sin embargo, con ser muy bueno esto no es menos buena la obligación que se nos impone a cada uno de los creyentes.

Por ejemplo, tenemos sobre nuestro corazón y, así, sobre nuestra vida, un compromiso firme de vivir nuestra fe de una forma completa y no alejada de la voluntad de Dios.

Por ejemplo, nos obliga (obligación gozosa) a mantener la esperanza que todo hijo de Dios nunca debe perder porque, de hacerlo, demostraría que ha dejado de creer en la Providencia del Creador y sería, tal, un pecado, precisamente, contra el Espíritu Santo que es, como sabemos, de los que no se perdona.

Pero también, por ejemplo, a ser fuertes en la adversidad y ante las asechanzas del Mal y del Príncipe de este mundo. El Espíritu lo es de fortaleza y, por lo tanto, la misma es un arma espiritual de la que no podemos ni debemos desprendernos nunca por nuestro propio bien.

Por eso hoy mismo, y mañana y pasado mañana, es, simbólicamente, Pentecostés. Y lo es porque cada uno de nosotros, fieles discípulos de Cristo, recibimos Su Espíritu que nos acompaña siempre y siempre nos auxilia.

En realidad, esto es así porque el Espíritu Santo nos lleva a los creyentes en Dios Todopoderoso y en su Hijo Jesucristo a un encuentro con Cristo, Salvador Nuestro que nos hace hermanos con todas sus consecuencias. Además también posibilita tener una relación profunda en el Emmanuel. Y esto es así porque Jesús, el Mesías enriqueció a la Iglesia católica y la sigue enriqueciendo con sus dones y carismas y los mismos se muestran en multitud de casos más que conocidos, siendo el primero de ellos, precisamente, el Espíritu Santo.

Pentecostés (el primero de ellos fue aquel día después de que hubieran pasado cincuenta días de la resurrección de Cristo) fue esencial para el cristianismo pero el que celebramos, espiritualmente, cada día (como envío y conversión) debería ser fundamental para cada uno de nosotros, herederos de aquellos primeros discípulos y no nos debería hacer olvidar ni quiénes somos ni a qué estamos destinados.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

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