8 de octubre de 2011

Sobre el Santo Rosario






El rezo del Santo Rosario surgió en los monasterios, alrededor del año 800 a modo de Salterio de los laicos.
Desde aquel entonces han sido millones de creyentes los que han dedicado un gozoso tiempo a recordar la vida de Jesucristo y de su madre María porque el Santo Rosario es una oración sumamente importante para quien cree en Dios.
A este respecto, Benedicto XVI, el 19 de octubre de 2008 dejó dicho que “para que nadie dude sobre lo aquí dicho, nada mejor que sea el Santo Padre quien diga lo que, al respecto, entiende sobre el Santo Rosario que “En realidad, esta cadenciosa repetición del ‘Ave María’ no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. De la misma forma que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a ellas habla al corazón. Así, recitando las Ave María es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa ligera” (1 Re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, como hoy, por grandes asambleas y como hacéis cada día en este Santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior”.
A esto añadió, en otra ocasión, que  ”el santo rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el rosario está experimentado una nueva primavera”; que  ”El rosario es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María”; que “En el mundo actual tan dispersivo, esta oración -el rosario- ayuda a poner a Cristo en el centro como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que El hacía y decía”.
También entiende el Santo Padre que “cuando se reza el rosario, se reviven los momentos más importantes y significativos de la historia de la salvación; se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo”; que “Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria”; que “Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que procede de los misterios del rosario para que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad, a partir de las relaciones diarias, y purificarla de las numerosas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios”.
Pero, para que no haya dudas al respecto de lo que se puede alcanzar con el rezo del Santo Rosario dice que  ”cuando se reza el rosario de modo auténtico, no mecánico o superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre Santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada Avemaría” y que “El rosario, cuando no es mecánica repetición de formas tradicionales, es una meditación bíblica que nos hace recorrer los acontecimientos de la vida de la Señor en compañía de la Santísima Virgen María, conservándolos, como Ella, en nuestro corazón”.
Hay, sin embargo, un  documento en el que se expresa la importancia del Santo Rosario y de donde podemos entresacar las gracias que contiene tal oración católica y a donde podemos dirigirnos en busca de la misma: la Carta Apóstolica Rosarium Virginis Mariae que el beato Juan Pablo II dio a la luz pública el 16 de octubre de 2002.  Allí se dice, por ejemplo, que  “el Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira” (RVM 26).
Pero también dice que “si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: ‘Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia’ (Flp 1, 21). Y también: ‘No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’ (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad”.
Añadió, además, como sabemos, a los Misterios ya conocidos, los luminosos centrados muy especialmente en la evangelización que Cristo vino a traer al mundo.
Por eso, cada cuenta del Santo Rosario, nos trae a la memoria el devenir de una Madre y todo lo que con su hijo tuvo que ver que es, no por casualidad sino por voluntad divina, es como la vida de cada uno de los creyentes que ponemos en tal oración nuestra propia vida, nuestra esencia como hijos de Dios y, sobre todo, la creencia firme y fiel en lo que es la Verdad.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

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