2 de septiembre de 2011

Odres y corazones

Viernes XXII del tiempo ordinario


Lc 5,33-39


“En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: ‘¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días’.


Les dijo también una parábola: ‘Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’’”.


COMENTARIO

El cumplimiento exacto de la ley que había llegado a elaborar el pueblo elegido por Dios suponía una carga muy difícil de soportar por aquellos que componían al mismo. De la letra de la ley había desaparecido la misericordia y el corazón tierno y en su lugar un corazón de piedra había sustituido a la Ley del Creador.
Jesús había venido a que se cumpliera hasta la última sílaba de la Ley de Dios. Mientras estuviera con ellos los preceptos humanos quedaban derogados para sus discípulos porque Él era Dios mismo hecho hombre y su norma prevalecía sobra la de su descendencia.

La ley nueva, siendo la de siempre de Dios, necesitaba corazones nuevos, odres nuevos donde depositar el nuevo vino de la fe en el Creador. Pero teniendo valor la antigua Ley de Dios lo que tenía que cambiar era el corazón de sus hijos porque no podía contener la sustancia del Amor de Dios uno que lo fuera de piedra.


JESÚS, el corazón que no comprende ni perdona ni tiene en cuenta, de verdad, al prójimo, es uno que lo es que no puede contener la Ley de Dios. Es necesario venir a ser otro tipo de personas, dejar de llevar en nuestro odre viejo la ley vieja porque la nueva que, en realidad, es la antigua Ley de Dios, no tiene cabida en lo que se ha carcomido por la polilla del mundo.





Eleuterio Fernández Guzmán

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