9 de febrero de 2012

Una fe así de grande




Jueves V del tiempo ordinario







Mc 7, 24-30





“En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. Pero ella le respondió: ‘Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños’. Él, entonces, le dijo: ‘Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija’. Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido."




COMENTARIO





Era difícil que Jesús pasase por algún sitio y no se diesen cuenta de que estaba allí. Era muy conocido por el bien que hacía y eso nadie podía olvidarlo. Lo buscaban porque lo necesitaban, incluso, más de lo que los buscadores podían pensar.





La fe era muy querida por Jesús. Aunque el Hijo de Dios no tuviese fe (porque supone creer en lo que no se ve y Él era Dios mismo hecho hombre y no tenía que creer en sí mismo) lo bien cierto es que sabía que era muy importante para el Creador: creer, confiar en Quien creó.





Salva Jesús a la niña por la fe de la madre. Quien intercede por alguien necesitado ha de tener el favor de Dios pues muestra misericordia y caridad hacia tal persona. Pedir por el prójimo ha de ser visto por el Creador como expresión de conocer su verdadera voluntad.







JESÚS, aquella niña estaba poseída por un demonio, hijo del Mal. La fe de la madre la salva. No se trata de que no la hubieses salvado de igual forma sino de que quien quiere, pida y, pidiendo, se le dé.







Eleuterio Fernández Guzmán







No hay comentarios:

Publicar un comentario