El día 22 del presente mes de febrero es miércoles de ceniza: miércoles de penitencia, sobre todo, de los hijos de Dios.
En el Mensaje que Benedicto XVI dirigió al pueblo creyente para la Cuaresma de 2009, destacó tres “prácticas penitenciales” que conviene no olvidar ni luego, en plena Cuaresma, ni ahora, que estamos tan cerca de la misma: “La oración, el ayuno y la limosna”.
Pero, incluso sobre tales expresiones de entrega espiritual, dos vocablos destacan por sobre los demás porque encierran, en sí mismos, el significado Pascual: Ceniza y Cuaresma.
Ceniza
Cuando el sacerdote, al imponer la ceniza, nos dice “Convertíos y creed en el Evangelio” , está haciendo, por nosotros, algo más de lo que, en principio, parece.
La conversión, para un católico, no deja de ser, sino, una confesión de fe que nos procura sanación espiritual por los males y daños inferidos a Dios o al prójimo; al fin y al cabo, a nosotros mismos.
Por eso, convertirse, a tenor de lo dicho por el presbítero, no deja de ser importante, necesario y vital para las personas que nos consideramos hijos de Dios. Supone esta confesión de fe:
1.-Abrirse a los demás.
2.-Abrirse a Dios.
A partir de acercarse al prójimo y a Dios partiendo de la demanda de perdón podemos hacer de nuestra vida o trazar, para ella, un camino nuevo que se aleje de los errores cometidos.
Reconociendo en la ceniza, en el miércoles de Ceniza, el inicio de un período de penitencia que durará 40 días (número, por cierto, altamente simbólico en las Sagradas Escrituras) nos sirve, también, para enderezar el camino de nuestra vida y orientarla, en tal tiempo de conversión, hacia el definitivo Reino de Dios gozando, en el mundo, de un glorioso anticipo del mismo.
Por otra parte, el hecho mismo de la ceniza, la ceniza misma, nos trae, al presente lo que será nuestro futuro: moriremos y seremos polvo; lo material, que tantas veces nos agobia y posee, dejará de ser importante, vital, para nosotros.
Ceniza… penitencia… conversión son palabras que, al fin y al cabo, contra nuestra vida de cristianos en Quién vino para darse: Jesucristo.
Cuaresma
Viene a ser el tiempo de Cuaresma de purificación. Pero sabemos que purificarse no resulta fácil sino, al contrario, difícil y, a veces (por nuestra mundanidad) imposible.
Dejó dicho San Josemaría, en la Homilía del I Domingo de Cuaresma (2 de marzo de 1952) que “La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?” ( “Es Cristo que pasa” 58)
Así, la purificación puede ser procurada contestando a cada una de una tales preguntas, de la forma que Dios espera de nosotros:
1.-¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?
Demandado como esencial en nuestra fe, alcanzar un grado de fidelidad mayor, es, para nosotros, no sólo importante sino básico. Ser fieles es sinónimo de haber comprendido lo que significa creer en Dios.
2.-¿Avanzo en deseos de santidad?
Ser santos, en tiempo de Cuaresma, es identificarnos, más que nunca, con un comportamiento recto y obligatoriamente cristiano: amor, perdón, servicio…
3.-¿Avanzo en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?
Ser apóstoles en un mundo como el que nos ha tocado vivir (tan descreído…) no es fácil. Sin embargo, se requiere de nosotros un apostolado tal que, en el tiempo de purificación que supone al Cuaresma, sirva al prójimo de acercamiento exacto a la comprensión de lo que suponen los 40 días más importantes del año cristiano.
Por eso ahora, que tan cerca estamos de la Cuaresma, bien podríamos tratar de reflexionar sobre las preguntas aquí planteadas para que el tiempo de purificación que, otro año más, nos regala Dios sirva, efectivamente, de momento de pureza espiritual importante, de raíz, para nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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