22 de junio de 2019

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- La felicidad de la Cruz





 “Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”
Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.
Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.
Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.
             
Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

“Saber Esperar” – La felicidad de la Cruz

¡Ah!, ¡si yo supiera decir al mundo dónde está la verdadera felicidad! Pero el mundo esto no lo entiende ni lo puede entender, pues para entender la Cruz hay que amarla, y para amarla hay que sufrir; mas no sólo sufrir, sino amar el sufrimiento…, y en esto, qué pocos, Señor, te siguen al Calvario...”. (“Saber esperar”, punto 314)
  
Al parecer, el hermano Rafael no sabe decir al mundo dónde está la verdadera felicidad. En realidad, lo que pasa es que, como reconoce él mismo, es el mundo el que carece de cierta capacidad de entendimiento…
En realidad, San Rafael Arnáiz Barón sabe más que bien dónde se encuentra la verdadera felicidad. Y es que hay dos tipos de felicidad: la que procede de la vivencia humana y de nuestros gozos cotidianos y la que procede de Dios, así, dicho, así de simple de decir.
Entender la Cruz… Es un tema algo más que complicado para un ser humano que vive en el mundo pero que, al parecer, no acaba de discernir lo que supone ser hijo de Dios, descendencia del Todopoderoso y Creador.
Para entender la Cruz, sí, hay que tener preparado el corazón… ¡para sufrir!
Aquí encontramos un escollo no pequeño sino, al contrario, grande y bien grande. Y es que el hermano Rafael nos habla de amar la Cruz y, ¡vaya!, no es fácil amar el sufrimiento… como bien sabe cualquiera.
Ya vamos dando pasos hacia la felicidad: está la Cruz… y amarla está también.
Sin duda hay que sufrir para amar la Cruz. Y aquí, creemos, ya no se refiere a la de Cristo (que se entiende comprendido el cómo y todo lo demás que afecta a la misma y al Mesías) sino a la que cada cual llevamos. Y es que no hay dudad que llevamos, como poco, una, cuando no más de una…
Pues bien, para amar el hecho mismo de sufrir, de cargar con nuestra/s cruz/ces y, así, estar más cerca de comprender a la de Cristo, hay que tener más que claro qué fe tenemos y en qué se apoya la misma. Y entonces, sólo entonces, seremos capaces, al menos, de comprender algo de lo que todo esto supone. Y ya podemos imaginar que la cosa no es fácil tan como somos muchos…
El hermano Rafael ama la Cruz, la de Cristo y, por extensión, la que él mismo pueda llevar a cuestas, en su corazón, cargándola. Y eso le permite dirigirse a todo aquel que quiera escucharlo para decirle que la verdadera felicidad, la que lleva a la vida eterna tiene todo que ver con eso, con la santísima Cruz del Hijo de Dios, con la Sangre que allí quedó vertida y, en fin, con todo lo que supone la misma para un discípulo suyo.
Sobre la incapacidad general que tenemos de seguir a Cristo al Calvario baste decir que entonces, apenas unas pocas mujeres (tres, que sepamos) y un discípulo, Juan, el más joven de entre los Apóstoles tuvieron el valor y el amor como para estar allí presentes. ¡Qué decir, de nosotros, que a tantos siglos de distancia estamos…!
San Rafael Arnáiz Barón sabe que es crucial, para nosotros, no sólo creer en la Cruz sino tenerla como importante en nuestra vida. Y mirarla bien de cerca para, así, ver que allí está colgado nuestro hermano Jesucristo. Y que él nos mira, aún hoy nos mira, porque no somos capaces de ser como quiere que seamos.


Eleuterio Fernández Guzmán 

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