19 de noviembre de 2012

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Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Lc 18,35-43

“En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’. Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’. Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ‘¿Qué quieres que te haga?’. Él dijo: ‘¡Señor, que vea!’. Jesús le dijo: ‘Ve. Tu fe te ha salvado’. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.”

COMENTARIO

En el tiempo de Jesús determinadas enfermedades separaban a las personas que las padecían de la sociedad. Como el caso de hoy del evangelio de San Lucas, aquel ciego pedía limosnas fuera de la ciudad. Pero tenía algo que no todo el mundo tenía.

En muchas ocasiones Jesús tiene muy en cuenta qué cree la gente acerca de lo que se le pide. No hace, por decirlo así, cualquiera cosa por nada sino, siempre, cuando concurre la confianza en su persona o, por decirlo más claramente, la fe. Y el ciego la tenía.

Sabía aquel hombre enfermo que Jesús lo curaría. Tan seguro estaba que se atreve a pedirle nada más y nada menos que la vista que era, además, una forma directa de entrar en la sociedad que le había apartado de su lado. Y se curó. Y siguió a Cristo alabándolo por lo que había hecho. Reconoció lo hecho por el Mesías.

JESÚS,  cuando haces algo a favor de alguien, es posible que no se te reconozca lo que has hecho. No le pasó eso al ciego pero sí, muchas veces, nos pasa a nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán


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