21 de junio de 2012

Vacaciones por Dios y con Dios









Ahora que casi todo el mundo o ha empezado las vacaciones o está a punto de empezarlas (al menos en España que es tiempo de verano) sería bueno recordar (por si lo hemos olvidado) que este período de tiempo no puede suponer, para el cristiano, un espacio temporal en el que nos olvidemos de lo verdaderamente importante, un espacio temporal en el que nos hacemos más mundanos y preterimos nuestra verdadera esencia y lo que nos conforma como verdaderos hijos de Dios: el Padre y Su voluntad.

Nosotros, los que nos sabemos creyentes y, como se dice de forma un tanto extraña, practicantes, no podemos caer en eso que dice Chesterton y es que se ha demostrado que el hombre moderno no es que no crea en nada, es que cree en todo. Ese creer en todo encierra, aunque pudiera parecer lo contrario, un claro subjetivismo pues pone, a quien así crea, en la tesitura de, ante la realidad, aceptar cualquier cosa, perdiendo de vista lo único que vale la pena: Dios.

Unas vacaciones por Dios ha de ser un periodo de tiempo vivido según unos principios que los cristianos tenemos como fundamentales y como la base de nuestro comportar y hacer. Por eso, tener, hacer, cumplir, unas vacaciones por Dios ha de suponer, en primer lugar, el disfrute con el hermano (todos somos sus hijos)  y eso, en un tiempo en el que vivimos tan dado a la falsa compañía y a la real soledad, es, por decirlo pronto, realidad francamente difícil. Darse al otro es vivir por Dios; acompañar al que, en este ahora, pueda sufrir, es vivir por Dios.

Confirmando lo dicho antes, este es un tiempo  apto, según dijera Monseñor García Gasco (en su Carta pastoral “Las vacaciones de hoy”) que fuera Arzobispo de Valencia y que subió a la Casa del Padre el 1 de mayo de 2011, “para renovar lazos y relaciones personales, tanto con nuestra familia nuclear, como con la familia más amplia y con nuestra comunidad de origen” porque vivir por Dios es hacerlo como a Él le gusta que lo hagamos, sin olvidos voluntarios o dejaciones de nuestra amada fraternidad.

Unas vacaciones con Dios son, también, unas vacaciones disfrutando de la naturaleza creada por el Padre Eterno reconociendo, en ella, la divinidad de su actuar y darle gracias por la bondad y misericordia que mostró hacia la obra cumbre de su creación, el hombre, con la que manifiesta esa especial gracia y que sitúa al principio antrópico (según el cual todo lo creado está hecho para bien del hombre y con relación al hombre) entre las razones de nuestra creencia en Dios.

También, en nuestras vacaciones con Dios debemos hacer rendir los talentos que nos fueron dados en nuestra concepción y que no pueden quedar aparcados en este tiempo de descanso. No hay, ahora, excusa de falta de tiempo para esconder eso que sabemos que podemos hacer por  lo que sabemos que, ahora, nos sobra.

Además, podemos, por estar con Dios, llevar a cabo alguna labor de tipo humanitario como expresión de llevar al Padre allí donde sean necesitadas nuestras manos y maneras, allí donde el testimonio de un cristiano sea necesario.

Podemos, también, hacer de este tiempo vacacional un tiempo de oración. Aprovechar para incrementar esta especial relación con Dios y llevar a la práctica aquello que durante el resto del año, por los quehaceres que nos ocupan, no podemos cumplir (oración contemplativa, oración de petición, Santo Rosario, etc.)
Aprovechar, en la medida de nuestras reales posibilidades, el silencio que nos puede proporcionar el lugar donde estemos para meditar el Evangelio, tratar de conocer, mejor, lo que nos dice Dios a través de Su Palabra, huir del mundanal ruido (nunca mejor dicho) para adentrarnos, como si fuéramos un personaje más, en la narración por la que tantas veces pasamos muy por encima.

Podemos, y debemos, también:

En primer lugar, vivir nuestra condición de cristianos como corresponde, es decir, no avergonzándonos de serlo ante el mundo que, quizá, se manifieste, en vacación, de una forma, digamos, más desenvuelta y eso no debería hacernos seguir la corriente sino, como ha de pasar casi siempre con un discípulo de Cristo, saber que estamos en este mundo pero no somos de él y no nos dejamos llevar por él.

En segundo lugar, dar gracias a Dios por el bien que nos hace, cada día, al poder disfrutar, en su plenitud, de este paso por el mundo como el camino que nos lleva a su Reino eterno y en el que, en sus praderas, podremos contemplar  la naturaleza en su plena verdad.

Pero sobre todo, sobre todas las consideraciones que podamos hacer entorno a este tiempo de vacación (quien disponga de él, claro está) hay algo que nunca debemos olvidar, algo que nos ha de elevar, del marasmo de la vida actual en el mundo actual: debemos recordar, más que nada, que este tiempo lo es de Gracia de Dios y, por eso, desaprovecharlo, en el actuar contrario a lo dicho antes, es hacer de menos esa voluntad amorosa del Padre.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina

No hay comentarios:

Publicar un comentario