2 de marzo de 2012

La verdadera Ley de Dios



Viernes I de Cuaresma

Mt 5, 20-26

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado", será reo de la gehenna de fuego.

‘Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo’".

COMENTARIO

Es bien cierto que los contemporáneos de Jesús decían cumplir la Ley de Dios y que estaban más que seguros que lo hacían de la mejor manera. Sólo así puede entenderse que acusasen, por ejemplo, a Jesús, de no cumplirla y de mantenerse lejos de la misma.

Jesús sabe que, muy al contrario de lo que hacían los que vivían en su tiempo, la voluntad-Ley de Dios era otra cosa muy distinta: encolerizarse lo equipara a matar e insultar a un hermano se tiene gran pecado.
Jesús va, sin embargo, más lejos porque nos pide algo que muchas veces no es fácil de llevar a cabo y la mayoría de las veces no cumplimos. Nos pide que perdonemos a quien tiene algo contra nosotros y que nos arreglemos de la mejor manera posible.


JESÚS, eras portador de la voluntad de Dios y la misma no es, como solemos pensar, como nosotros queremos que sea sino como es. Por eso, en muchas ocasiones, obramos a sabiendas de que no hacemos lo que debemos porque el Mal se ha apoderado de nuestro corazón.



Eleuterio Fernández Guzmán


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