No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!
Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.
No obstante, con el Salmo 138 también se pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”
Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.
Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.
Orar, amistad, amor… son formas de expresar nuestra filiación divina y, de paso, de lanzar las redes para que, como pescadores de hombres, caigan en el Amor de Dios aquellas personas que, por decirlo así, quieren ser iguales nuestros pero con una cercanía al Padre impagable con bienes humanos pero remunerable con una remuneración espiritual que llena el corazón de dicha y de gozo.
Dice san Pedro, en su primera epístola (1, 22-25), que “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y duradera”. Y responder a la llamada de Dios, orando si es necesario para darse cuenta de la misma, es hacerlo con un fin claro: ser trabajadores de la mies del Señor.
Dice Jesús en el evangelio de San Mateo (9, 37-38) que “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.
Orar, entonces, tanto para escuchar sobre uno mismo como para reclamar, para los demás, lo que Dios quiere para ellos y que sea recibido con gozo y con un corazón preparado para ser quien labre los campos del Señor porque orar también es responder al Creador.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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