16 de febrero de 2011

Ciegos voluntarios


Mc 8,22-26
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: ‘¿Ves algo?’. Él, alzando la vista, dijo: ‘Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan’. Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: ‘Ni siquiera entres en el pueblo’”.


COMENTARIO

Los que siguen a Jesús saben que puede hacer cosas extraordinarias y que rogándole con fe se apiada, siempre, de ellos. Si, además, piden no para sí mismos sino muestran misericordia por el prójimo es, como suele decirse, miel sobre hojuelas o, lo que es lo mismo, el querer exacto de Cristo.

Ciegos lo podemos ser de muchas formas. No queremos ver lo que Dios quiere, por ejemplo, para nosotros, y volvemos el corazón para otro lado. Pero siempre puede haber quien interceda por nuestra actitud para que cambie.

Y poco a poco podemos ver la luz. Estábamos, si es el caso, en la oscuridad más absoluta de no querer ver a Dios y, claro, a su Hijo Jesucristo pera la intercesión del Amor del Creador puede hacer lo posible de lo imposible.




JESÚS, tú nos das la vista a los que estamos ciegos. A veces es ceguera impuesta por el mundo, por sus atracciones y cosas que nos propone. Pero otras veces la ceguera es buscada por nosotros porque nos interesa no mirar de cara a Dios. Es mejor, esos creemos, hacer como si Dios no se dirigiese a nosotros.





Eleuterio Fernández Guzmán

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