20 de enero de 2011

Duros corazones


19 de enero de 2011



Mc 3,1-6


En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: ‘Levántate ahí en medio’. Y les dice: ‘¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?’. Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: ‘Extiende la mano’. Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.


COMENTARIO

El cambio del corazón. Tal era el pensamiento que Jesús trajo el mundo. Y tal mudanza en la forma de hacer y de pensar no era fácil para sus contemporáneos ni tampoco hoy día entre nosotros lo es.

Son duros aquellos corazones que no admiten el bien para el prójimo a sabiendas de la situación por la que pasan; duros los que no tienen misericordia.

Jesús predicaba acerca de lo que era mejor para cumplir la Ley de Dios pues ya había recogido el profeta Ezequiel aquellas palabras de Dios que decían: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas”.


JESÚS, tú quisiste que nuestro corazón fuera blando y no duro, que supiéramos abrirnos a las dolencias ajenas para tratar de mitigarlas y que las vidas de nuestros semejantes mejoraran si es que estaban bajo alguna mala situación. Para eso, ayúdanos a escribir los errores ajenos en agua y los aciertos en piedra para que siempre recordemos lo mejor de los demás.





Eleuterio Fernández Guzmán

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