7 de diciembre de 2018

Ver, poder ver






Mt 9,27-31

“Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: ‘¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!’. Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ‘¿Creéis que puedo hacer eso?’. Dícenle: ‘Sí, Señor’. Entonces les tocó los ojos diciendo: ‘Hágase en vosotros según vuestra fe’. Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: ‘¡Mirad que nadie lo sepa!’. Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.



COMENTARIO


Aquellos hombres que seguían a Jesús eran ciegos. Eso, hoy día, pudiera no significar mucho por la consideración que se tienen de tales personas pero en tiempos de Jesús era lo mismo que condenarlos a una lenta muerte social.

Aquellos hombres que eran ciegos confiaban mucho en Jesús. Seguramente habrían escuchado lo que hacía y estaban más que seguros que sólo el Maestro podría curarlos. Y tal es su confianza que lo llaman Hijo de David que es lo mismo que decir que era el Mesías.

Y Jesús, que nunca se puede resistir a quien tiene fe los cura. Pero les pide un imposible: que no digan nada. Ellos, al contrario, sólo puede agradecer tal merced y tan gran gracia proclamando a los cuatro vientos qué había pasado y Quién los había curado.




JESÚS, ayúdanos a ver, sé Tú nuestros ojos del corazón.

Eleuterio Fernández Guzmán


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