11 de noviembre de 2015

Que tengamos fe

Miércoles XXXII del tiempo ordinario
Lc 17,11-19
Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ‘¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: ‘Id y presentaos a los sacerdotes’.
Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’. Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’”.

COMENTARIO

En tiempos de Jesús había muchas enfermedades que incapacitaban socialmente. Es decir, no sólo se debía soportar el sufrimiento de estar enfermo sino que, además, las mismas suponían el apartamiento de la sociedad.

Jesús sabe que aquellos leprosos lo están pasando muy mal. Y ellos confían en Él y le llaman Maestro. Piden compasión. Saben que la única persona que les puede ayudar es Aquel que, por los caminos del mundo, va transmitiendo la Verdad.

Era, de todas formas, muy importante darse cuenta de lo que se había hecho por ellos. Agradecer a Jesús la curación era lo mínimo que se podía esperar. Pero sólo uno volvió para dar las gracias. Su fe lo había salvado.


JESÚS,  que nos salve nuestra fe; que nunca nos falte.


Eleuterio Fernández Guzmán

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