12 de enero de 2014

La Paz de hoy

ELEUTERIO 







El pasado 1 de enero, primero de este nuevo año 2014, se celebraba la Jornada Mundial de la Paz y, como suele ser habitual, el Santo Padre dirigió el Mensaje que, para tal Jornada, hace desde Roma. Ahora, claro está, ha sido el Papa Francisco quien, con el título de “La fraternidad, fundamento y camino par la paz” ha querido sostener y defender la idea según la cual la paz tiene mucho que ver con factores como el amor entre hermanos. Y, recordando que todos somos hijos de Dios, es fácil deducir que el citado Mensaje iba a destinado, en cuanto eso pueda ser, a toda la humanidad.  

Por eso dice, ya desde el punto 1 del Mensaje que “quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza” pues bien sabe el Papa argentino, como otras veces ha dado a entender de forma clara y explícita, que la filiación divina acoge a toda la humanidad.

Muchas ocasiones pudiera entenderse que la paz tiene todo que ver con la ausencia de conflictos y que la misma, por tanto, sería cosa, más bien, de Naciones que, entre ellas, acuerdan no proceder unas contra otras. Es como si se tratase de un devenir que podría quedar muy lejos de lo que la persona, como sujeto activo de la paz, llevaría a cabo en su vida ordinaria.

Sin embargo, partiendo desde la pregunta planteada por Dios a Caín (¿Dónde está tu hermano?) en Gn 4,9 nos dice el Santo Padre que “Para comprender mejor esta vocación del hombre a la fraternidad, para conocer más adecuadamente los obstáculos que se interponen en su realización y descubrir los caminos para superarlos, es fundamental dejarse guiar por el conocimiento del designio de Dios, que nos presenta luminosamente la Sagrada Escritura”.
En realidad, la paz tiene mucho, todo, que ver con lo que Dios quiere para nosotros, creación suya de la que dijo que había sido “muy buena” tras haber creado al ser humano. Por eso, como dice en el punto 2 del Mensaje,  “Hemos de preguntarnos por los motivos profundos que han llevado a Caín a dejar de lado el vínculo de fraternidad y, junto con él, el vínculo de reciprocidad y de comunión que lo unía a su hermano Abel”.
Sin embargo (punto 3) “la fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos” y es en y a partir de Jesucristo, conociendo qué hizo y qué debemos, pues, hacer nosotros mismos, en quien debemos fijar nuestra atención en aras, también, de la paz universal.
Por tanto, la fraternidad es instrumento de paz porque (punto 4) “es fácil comprender que la fraternidad es fundamento y camino para la paz. Las Encíclicas sociales de mis Predecesores aportan una valiosa ayuda en este sentido. Bastaría recuperar las definiciones de paz de la Populorum progressio de Pablo VI o de la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II. En la primera, encontramos que el desarrollo integral de los pueblos es el nuevo nombre de la paz. En la segunda, que la paz esopus solidaritatis”.
¿Qué pasa cuando la fraternidad no se abre paso entre la indiferencia del mundo?
En realidad, no es muy difícil darse cuenta de que sin fraternidad, sin amor entre los hermanos e hijos de Dios, el mayor fracaso de la humanidad se puede producir como, tantas veces y por cierto, se ha producido en los grandes conflictos mundiales en los que millones de seres humanos han sido masacrados y, yendo a lo inmediato, en la falta de conciencia que, sobre la pobreza a nivel mundial, muchas veces se tiene. Por eso en el punto 7 del Mensaje nos dice el Papa Francisco, exhortándonos a llevarlo a cabo, esto: “Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la esperanza.”
Y, poco más abajo, en el mismo punto, que “Un auténtico espíritu de fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, hoy tan capilarmente difundidas, como en la formación de las organizaciones criminales, desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala global, que, minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de la persona”.
La fraternidad, el sentido fraterno que ha de anidar en el corazón de cada hijo de Dios, no deja de ser, a lo mejor, una gozosa esperanza porque (punto 10) “La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad”.
Seamos, pues, fraternos y, así, colaboraremos a la que la paz, la Paz con mayúscula, sea posible.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

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