29 de julio de 2012

Principios irrenunciables del catolicismo

 






La sociedad que nos ha tocado vivir, la del siglo XXI, parece abocada a la perdición moral y al abismo del que tanto escribió, y puede leerse, el salmista. Al parecer, Dios no importa y el ser humano puede valerse de sí mismo y de sus propias fuerzas para avanzar por el mundo sin tener que recurrir a Quien, en verdad, lo creó. 

Sin embargo, aquellos que nos consideramos hijos de Dios y sabemos que las cosas no son de tal jaez, estamos en la seguridad de que la voluntad de Creador no puede ir por determinados caminos que no son, seguramente, nada buenos ni benéficos para quien quiere acudir ante su Padre con el corazón limpio. Es más, son exactamente contrarios a lo que debe ser una existencia basada en el Amor de Dios y en lo que ha de querer para nosotros.

Por eso sabemos que existen unos principios que son irrenunciables para un católico y de los cuales no puede apearse nadie que se considere hijo de la Esposa de Cristo. No son, sin embargo, nada extraños para quien cree en Dios sino expresión exacta de lo que ha de ser y ha de ser porque así lo quiere el Todopoderoso que sea.

En el número 83 de la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis deja escrito Benedicto XVI algo muy importante acerca de los tales principios irrenunciables que son, por tanto innegociables porque no se puede hacer con ellos y de ellos objeto de transacción o de tejemaneje.

Y dice lo siguiente:

“Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe.
Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales como:
- el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural,
-la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer,
-la libertad de educación de los hijos y
-la promoción del bien común en todas sus formas.”

Por lo tanto:
“Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.”

Por lo tanto, no es posible no tener en cuenta, para y en la vida de un católico, la familia, la libertad de educación de los hijos y, antes que nada, la defensa de la vida y el respeto a la misma desde que el ser humano es ser humano (desde la concepción) hasta que la muerte, natural, le lleva a la definitiva Casa del Padre, al infierno o, incluso, al Purgatorio.

En realidad, puede llegar a pensarse que defender la tesis de los cuatro principios innegociables (también llamados valores) supone hacer política, digamos, al revés de la política existente en la actualidad. Sin embargo, no es más que el planteamiento de una base católica sobre la que dirigir nuestras vidas de manera que no hagamos el Don Tancredo cuando se ataquen determinados valores sin ver en ello intención de asentar determinada política dentro de la sociedad política que nos tocado vivir.

Es bien cierto que el ser humano es político por el excelencia o, lo que es lo mismo, que al vivir en sociedad tiene que relacionarse con la sociedad en la vive porque una cosa es que el católico sepa que no es de este mundo y otra, muy distinta, que crea que por el hecho de no serlo tenga que dejar que el mundo lo agobie de tal manera que, en efecto, lo eche de este mundo.

Los principios innegociables son principios porque son la base de la idea católica del mundo; son innegociables porque no se puede hacer dejación de ellos en cualquier negociación que en el mundo pueda darse para salir beneficiado en algo aplicando el principio según el cual el fin sí justicia los medios. Sabemos que no es así y, por eso mismo, no se puede negociar con lo que es innegociable.

Independientemente de las consecuencias que pueda acarrearnos tal tipo de actuación, nadie ha podido demostrar (a lo mejor decir, desde la ignorancia, sí) que ser católico sea fácil. Quien así lo crea es que, en verdad, debe haber negociado con los principios que son innegociables más de una vez.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

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