16 de junio de 2012

San Pedro Poveda y la defensa de la Fe


 









Quizá pueda pensarse que ser santo es estar alejado de la realidad. Nada de esto es cierto sino muy al contrario: para ser santo, para que se entienda que se cumplen esos, digamos, requisitos de espiritualidad, el contacto con el mundo ha de ser bastante cumplido. Digamos que los santos han estado, antes de ostentar tal cargo divino, llenos de mundo en el que han vivido a pleno corazón y de plena gana. Así, bien dijo Benedicto XVI que “la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que así se vuelve luminosa incluso para los otros, y también para el mundo”. Y esa realización la llevó a cabo, plenamente, San Pedro Poveda: para los otros, para nosotros y, así, también, para el mundo.

Por eso, para confirmar todo lo dicho hasta ahora, el que fuera canonizado por el Beato Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003, era, sobre todo, un anunciador del Evangelio y, por tanto, un defensor de la Fe. Desde que el 3 de diciembre de 1874 naciera en Linares (Jaén) hasta que el 28 de julio de 1936, recién comenzada la Guerra Civil, muriera habiéndose confesado “sacerdote de Jesucristo”, la vida de este fundador de la Institución Teresiana, tuvo un objetivo fundamental: hacer de la Fe un escabel desde donde situarse en el mundo porque, según él mismo entendía “Creer bien y enmudecer no es posible”

Él mismo dijo que “si hay que morir se muere, pero se muere con Cristo, en nombre de Cristo y para gloria de Cristo”. Estas palabras, llenas, en sí mismas, de una esperanza espiritual notable, nos muestran el camino a seguir en determinadas ocasiones como, por ejemplo, por la que pasamos en España, nación en la que a lo católico tratan de hacerlo pasar por retrógrado y pasado de moda, peligroso y alienador de las personas que se acogen a tal creencia.
Si hay un texto de San Pedro Poveda en que puedan apreciarse, claramente, unas pautas a seguir en el caso, necesario, de tener que salir en defensa de la Fe, éste es el titulado “Vivir como los primeros cristianos” en el que el santo andaluz destila una serie de pensamientos entorno a unos temas concretos (Hombres y mujeres de fe, Cristianos sin fingimiento, Llenos del espíritu de Jesús, Hermanos de todos, Tolerantes y alegres, Pacíficos y humildes, Diligentes y audaces para el bien y Perseverantes en la oración y en la fracción del pan) de una forma muy similar a la que, por ejemplo, siguiera otro santo de reciente subida a los altares, S. Josemaría, fundador del Opus Dei en libros suyos como, por ejemplo, Camino, Forja o Surco, pues debe tratarse de una forma de predicar muy propia de la época y de la que se obtiene, eso es seguro, un fruto vital de notable importancia.

Concretamente en el capítulo, ya citado, “Llenos del espíritu de Jesús” ofrece instrumentos verdaderamente notables para ser utilizados, por quien corresponda en católico entender, cuando sean necesarios.

Veamos, pues, esto dicho y que cada cual tome nota de lo que entienda útil.

Es sabido que, como dice San Mateo (11,12) “El reino de los cielos padece violencia y es necesario hacerla para ganarlo” aunque, evidentemente hay que entender el sentido exacto de la violencia a la que se refiere el que fuera recaudador de impuestos para Roma. Sin embargo, sí que es bueno reconocer que existe ese padecimiento y que nos corresponde a todos tratar de aminorarlo.
Por eso, dice San Pedro Poveda que “De paz y de guerra habéis de necesitar para santificaros. Paz con Dios, con vosotros mismos y con el prójimo; guerra con los enemigos del alma”.
Pero, como no podía ser de otra forma, San Pedro Poveda no se queda en, simplemente, fijar cuál es el problema sino que, además, plantea cuál es la solución o, incluso, si se puede escoger entre varias pues la defensa de la Fe requiere, digamos, de imaginación en el esfuerzo.
Así, “para conseguir las virtudes, plantarlas y hacerlas fructificar, es necesario trabajo continuo, vigilancia exquisita y no pocos desvelos”. Sin embargo, resultaría fácil argumentar sobre los obstáculos personales de los que podemos hacer uso para no enfrentarlos a la situación por la que pasa, hoy día, la catolicidad en España (no tengo tiempo, tengo otras cosas más importantes que hacer, qué dirán si hago algo, etc.)
Ante esto “no excusa la edad, ni la bondad del terreno, ni el cansancio; pues sin el trabajo, no se obtiene el fruto”. Trabajo que consiste, o puede consistir en múltiples acciones: no abandonar a los hijos, por ejemplo, a Educación para la Ciudadanía que tanto insisten en seguir estableciendo como asignatura obligatoria y adoctrinadora; reclamar nuestros derechos como cristianos donde corresponda sin temor alguno a ser considerados de la forma más despectiva; plantear, en los medios de comunicación, cuestiones tendentes a defender nuestras creencias cuando éstas sean zaheridas o menospreciadas, etc.
También amonesta, con gravedad, San Pedro Poveda, a aquellos que no se dan cuenta del momento por el que están pasando (por considerar “un síntoma de orgullo”, por ejemplo, ser “tan despreocupados que no nos damos cuenta de nuestra situación”), a aquellos que se creen, nos creemos, “que somos tan santos que vivimos confirmados en la gracia, seguros de la gloria” sin recordar la parábola del hombre rico que acumulaba riquezas sin saber que esa misma noche le iban a reclamar su alma (Lc, 12,20) o, para terminar, a aquellos que son, somos, “tan ignorantes que no” se “dan cuenta de lo que debemos ser y de lo que somos”.
Aquí esta el centro del problema, por así decirlo: “lo que debemos ser y lo que somos”. Tenemos que tener en cuenta lo que, como cristianos, tenemos que llevar a cabo porque, como diría San Pablo en la Carta a los Galatas (2,20) “Y vivo, ya no yo, más vive Cristo en mí” y eso debería suponer, para nosotros, sus hermanos, algo que arraigara en nuestras vidas de tal forma que nos obligara a hacer lo que nos corresponde hacer, sin temor alguno.
Existen, por otra parte, una serie de peligros en el diario vivir en los cuales hemos de procurar no caer: “pensar que somos una raza privilegiada a quienes nuestro Señor va a llevar al cielo de un vuelo, sin negarnos a nosotros mismos, sin tomar la cruz y seguir a Cristo, es negar la palabra infalible de Dios y hacer una religión a nuestro modo”.
Una religión “a nuestro modo”. Ese peligro es, hoy mismo, tan obvio como el hecho de que prevalezca, por ejemplo, el tener sobre el ser. Esa prevalencia nos aleja de Dios porque el Padre no es compatible con cualquier pensamiento que nos venga bien ni puede ser utilizado a nuestro antojo de forma caprichosa. Es bien cierto, por otra parte, que Dios perdona siempre pero no es menos cierto que reclama, de todos nosotros, ése no caer en la tentación, como pedimos, diariamente, en el Padre Nuestro que nos enseñó Cristo.
Por eso, cuando San Pedro Poveda intuyó la necesidad de la Institución que fundó habló de “santa firmeza, en todo lo que debemos creer y practicar” Eso es lo que, ahora mismo, se reclama de nosotros, los que decimos que somos, por considerarnos así, hijos de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

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