11 de junio de 2012

Bienaventurados...





Lunes X del tiempo ordinario


Mt 5,1-12

“En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: ‘Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros’”.

COMENTARIO

Es posible que el evangelista San Mateo recogiera lo que Jesús dijo en diversas ocasiones y lo fijara por escrito con lo que ha llegado a denominar “Sermón del Monte”  y que, en general, se entiende por las bienaventuranzas.

Jesús pone sobre la mesa aquello que es importante para un discípulo suyo y, por lo tanto, un hijo de Dios. Apenas son una serie de manifestaciones de cómo se ha de comportar un hermano suyo que quiere hacer patente que es, en efecto, hijo de Dios.

Lo que dice Jesús, de cumplirlo, no se puede decir que no tenga consecuencias para quien así actúe. Muy al contrario es la verdad porque le espera, precisamente, la salvación eterna a quien lleve, en su vida, una actitud como la que se puede entrever de las bienaventuranzas.



JESÚS,  en las bienaventuranzas nos dices qué es lo mejor para nosotros y, en realidad, qué es lo que debemos tener en cuenta en nuestra vida. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, actuamos como si las hubiéramos, siquiera, escuchado.




Eleuterio Fernández Guzmán


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