29 de abril de 2012

El gran consuelo de nuestra vida







No podemos negar que la situación por la que pasa el mundo, aparte de crisis económicas temporales, no es la mejor que el ser humano podía esperar a estas alturas de la civilización. Las guerras, las muertes violentas y las menos violentas, pero muertes al fin y al cabo, como por ejemplo, el aborto, pueden hacer pensar que el Mal se ha adueñado de la tierra y que la llegada de Cristo en su Parusía debería ser cuanto antes para juzgar a vivos y muertos.  


Por eso, el mundo duele al cristiano porque en él vive y en él transmite la Palabra de Dios y, por eso mismo, lo que le pasa le importa mucho.

Y, sin embargo, también hay algo que produce malestar espiritual a los cristianos y es la persecución que se sufre por ser discípulo de Cristo. A este respecto son muchos los casos que hoy día se conocen en los que la vida de quien cree en Dios y tiene a Jesús como hermano se ve afectada por intromisiones inmerecidas cuando no por la pérdida de la misma.

Sin embargo, a pesar de todo lo que, a este respecto, pueda sufrir el hijo de Dios, tiene refugio en Quien todo lo puede y todo lo conoce y sabe porque es Cristo quien consuela al afligido y a quien tiene que dirigirse quien así se siente y tenga puesta su confianza en el Hijo de Dios.

En realidad el gran consuelo de nuestra vida es Cristo porque en Él ponemos nuestra confianza. Por eso decimos, con la oración

“Expiraste, Jesús, pero Tu muerte hizo brotar un manantial de vida para las almas y el océano de Tu misericordia inundó todo el mundo. Oh, Fuente de Vida, insondable misericordia divina, anega el mundo entero derramando sobre nosotros hasta Tu última gota.

Oh, Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, manantial de misericordia para nosotros, en Ti confío”.

Si Cristo, por lo tanto, murió de una muerte terrible, muerte de cruz, y resucitó para la vida eterna, ilumina nuestra vida y en la suya nos fijamos para que, como espejo, refleje en la nuestra el amor, la misericordia y el perdón hacia aquellos que persiguen a sus discípulos.

Cristo, en la cruz, perdonó y, por eso mismo, nos sirve de consuelo y en tal consuelo nos refugiamos, amor de los amores donde reposa quien se siente perseguido por su causa y a los que determinó como bienaventurados.

Bien conocía San Juan Crisóstomo lo referido a la tribulación y al consuelo. Así lo deja escrito en una homilía:

“Dos cosas nos anunció Jesucristo: la tribulación y el consuelo, los trabajos y las coronas, la tristeza y la alegría. Y para que los hombres vean que no pretendió engañarnos, envía primero los trabajos, y deja para el otro mundo lo agradable; bien que disminuyendo el peso de los males que primero sentimos con la esperanza de los bienes que les han de suceder”.

Según lo dicho por Crisóstomo es la esperanza lo que sostiene nuestra vida. Y es la esperanza sostenida en el consuelo de saber que Cristo dio su vida por nosotros y que en tal donación gozosa se encuentra el fin de nuestra existencia y, al fin y al cabo, el consuelo ante lo que pasamos. En ella nos sostenemos porque en ella vivimos.

Y, sin embargo, resulta misterioso tal consuelo. Y lo es porque no es fácil comprender que Quien podría librarnos de la tribulación nos la ponga en nuestro camino para que seamos capaces de salir de ella apoyándonos en su voluntad. Por eso el Beato Juan Pablo II en una alocución de noviembre de 1979 dijo que

“La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo intimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo… ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!”

Nos dice mucho en este corto texto. Por ejemplo, que no podemos refugiarnos en la tristeza ante la tribulación sino que, teniendo en cuenta de quién somos hijos, de Dios, y de quién somos hermanos, de Cristo, la fe en el Salvador ha de servirnos para dar testimonio de nuestra fe y, como diría San Pedro, de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3, 15)

Y, lo que es mejor, que tenemos que tener nuestro gozo como algo normal, como algo ordinario porque tener a Cristo como nuestro consuelo es dejar que el corazón rebose de amor y manifieste el mismo sin las limitaciones del egoísmo.

Entonces… perdonar es lo que corresponde a quien así se sabe.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

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