4 de marzo de 2012

Trabajadores para los campos del Señor







El mes de marzo se caracteriza por ser aquel en el que se celebra, muy especialmente, que hay jóvenes que han decidido entregar su vida a Dios y al prójimo de una manera muy especial como es siendo sacerdotes.

Apóstoles de hoy

Es bien cierto que el apostolado sacerdotal, hoy día, no es nada fácil.

Para empezar, escuchar la voz de Dios entre el ruido que el mundo produce requiere una predisposición no escasa.

Para continuar, una vez se ha colocado el oído del corazón en la posición adecuada tampoco ha de ser fácil perseverar en el“fiat” dado cuando, en realidad, Dios lo había requerido.

Sin embargo, la siguiente oración manifiesta el exacto sentido del mismo y la necesidad de que sean muchos los trabajadores que labren los campos del Señor.

Dios, Padre nuestro,
que enviaste a tu Hijo Jesucristo
para salvar el mundo:
Él sigue llamando hoy
y eligiendo a algunos de sus discípulos
para convertirlos en apóstoles de su Iglesia.
Suscita, con la fuerza del Espíritu Santo,
generosas y abundantes respuestas
a sus llamadas en las familias,
en las comunidades cristianas
y en la vida de los seminarios.
Se cumpla así la promesa,
‘os daré pastores según mi corazón’:
sacerdotes, ministros fieles de la Palabra,
de la Eucaristía y del Perdón.
Que vivan siempre identificados con Cristo
y sientan ardientemente
la pasión por el Evangelio.
La santísima Virgen, Madre sacerdotal
y estrella de la evangelización, los acompañe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.


Se habla de llamada... y se habla de seguimiento... de testimonio de amor; de apostolado, al fin y al cabo.

Gracia de Dios

Es el Creador el que escoge a aquellos que van a trabajar en sus campos. Ante la llamada sólo cabe aceptar o, al contrario, hacer como si la misma no fuera con ellos.

Dice Sto. Tomás de Aquino que “la gracia y la gloria son del mismo género, porque la gracia no es otra cosa que el comienzo de la gloria en nosotros y la gracia que poseemos tiene en germen todo lo que es necesario para la gloria, como la semilla del árbol contiene todo lo necesario para llegar a ser árbol perfecto”. 

Por eso la gracia de Dios se derrama sobre aquellos que la aceptan y que bien pueden responder con aquello dicho por San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios: “No es que nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios” (2 Co 3-5) o, también, como escribiría a los Filipenses, “Dios es el que obra en vosotros, el querer y el obrar” (Flp 2, 12)

Por eso la gracia de Dios conforma la fe con la que se acepta sembrar y labrar los campos del Señor, llena la esperanza con la que se dice “sí” y aumenta la caridad que no dejará, nunca ya, de ser libertad aceptadora de la voluntad de Dios.

Aquellos que aceptan la voluntad de Dios en tal sentido han de comprenderse y entenderse de la forma con la que San Josemaría caracteriza a los hijos de Dios: “La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles, seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa” ( “Es Cristo que pasa”, 103)

Pero, en realidad, todos somos responsables de hacer lo posible para que aquellos que escuchen la voz de Dios que los llame a ser sacerdotes, se decidan a serlo. Y lo somos de lo siguiente:


Responsables de suscitar: no impidiendo que se manifieste la voluntad de Dios.

Responsables de animar: cada cual en nuestro particular ambiente.

Responsables de acompañar las vocaciones al sacerdocio: apoyando a las que puedan surgir en nuestros círculos de conocimiento.

En realidad, hacer otra cosa no es, precisamente, comportarse como cristianos e hijos de Dios.

Y otra cosa no se espera, además, de nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital



No hay comentarios:

Publicar un comentario