3 de febrero de 2012

Eutanasia, no gracias






Parece que en las instituciones europeas la eutanasia no tiene buena prensa porque la resolución 1859 de 2012, adoptada el pasado 25 de enero por el Consejo de Europa ha dejado dicho que la eutanasia, como acto intencional de matar, ha de “ser siempre prohibida”. 

Tal forma de expresarse es, a tenor del Centro Europeo por la Ley y la Justicia, es la más clara y contundente que se ha dado hasta la fecha.

La eutanasia, pues, no debería ser nunca legislada como posible en el ámbito de la Unión Europea.

Es bien cierto que esta noticia es una muy buena noticia. Sin embargo, es de esperar que la misma sea vinculante para las naciones y sus legisladores y que no se trate de una mera recomendación porque, para alguien que se diga católico, no puede estar bien visto que una persona decida matar a otra para, es de suponer, librarle de sus dolores.

A este respecto, el Beato Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Evangelium Vitae, dejó escrito que se hace necesario respetar “el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término” y que cada ser humano tiene derecho a “ver respetado totalmente este bien primario suyo” (EV 2).

Por eso siempre tenemos obligación de decir no a la propuesta que pueda hacerse, en su día, acerca de la eutanasia.

De aquí que ese “homicidio por compasión” (en palabras contenidas en el documento “La eutanasia. 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”, del Comité para la Defensa de la Vida, de la CEE), es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere” no cabe ser admitido por quien se dice cristiano y se entiende hijo de Dios, dador de vida.

Por otra parte, el arzobispo de Barcelona, cardenal Lluís Martínez Sistach, dejó dicho (en la Carta de 5 de marzo de 2006) que “La eutanasia no se puede considerar un progreso, sino un paso que abre las puertas a otras consecuencias gravísimas. Una sociedad que no valora debidamente la vida humana, no construye una cultura de la vida, sino de la muerte” (en expresión del Beato Juan Pablo II).

Y dice algo que es, creemos, muy importante y que hay que tener en cuenta. Esto es que:”La experiencia muestra que las campañas a favor de la eutanasia siempre se han iniciado asegurando sus promotores que, en todos los casos, tiene que ser voluntaria, es decir, querida y solicitada expresamente por quien recibirá la muerte por este procedimiento. Sin embargo, también la experiencia acredita que el paso siguiente, es decir, pedir la eutanasia para quien no está en condiciones de expresar su voluntad, es sólo cuestión de tiempo, porque se ha roto el principio del respeto al derecho fundamental a la vida”.
Al respecto de lo hasta aquí dicho, vale la pena recordar esto: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” del Salmo 26. E, incluso, de su continuación “El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré?”, que son razones más que suficientes para no adoptar posturas derrotistas sino todo lo contrario, en la seguridad de que vencerá su voluntad que no puede ser, nunca, contraria a la vida creada por Él.
Cabe, pues, decir, desde ahora y para siempre, no a la eutanasia como forma inhumana de comportamiento humano y, por eso mismo, también vale la pena repetir, aquí, eso que el Comité para la Defensa de la Vida, en el documento citado arriba, dice sobre que “Los cristianos deben ver la muerte como el encuentro definitivo con el Señor de la Vida y, por lo tanto, con esperanza tranquila y confiada en Él, aunque nuestra naturaleza se resista a dar ese último paso que no es fin, sino comienzo”. Al fin y al cabo “la antigua cristiandad denominaba, con todo acierto, al día de la muerte, ‘dies natalis’, día del nacimiento a la Vida de verdad, y con esa mentalidad deberíamos acercarnos todos a la muerte”.
Quizá por eso, y con eso, deberíamos quedarnos y no con sospechosos intentos de ingeniería social contrarios (por la eutanasia que viene), sobre todo, al valor de la  caridad cristiana (al amor, al fin y al cabo) como primera ley del Reino de  Dios porque, como muy bien ha dicho el obispo de Huelva, monseñor José Vilaplana, “Debemos estar a favor de los últimos, de los débiles, de los incapacitados, para hacer valer sus derechos y, sobre todo, el derecho a la vida”.
Y comprender tan gran verdad es propio, sobre todo, de aquellos que se dicen hijos de  Dios y saben que la vida es del Creador y no nuestra; menos aún del prójimo.

 Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

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