Lo mejor, sin duda, para un discípulo de Cristo, es comprender y entender que lo bueno para su espíritu y, así, para su vida, es tener, en el camino, un empedrado gozoso donde cada paso sea, en verdad, una iluminación para nuestra vida.
Antes que nada hay que decir que es más que probable que muchos católicos puedan sentir angustia por la situación por la que pasa su fe. Diversas pueden ser las causas de tal situación: no se conoce bien la fe que se tiene, la doctrina de la Santa Madre Iglesia se tiene como algo lejano, no se lleva una vida de piedad profunda, se prefiere actuar de forma políticamente correcta o según el respeto humano, etc.
Sin embargo, algo de razón sí pueden tener en la forma de pensar que tienen porque no es poco cierto que los ataques que sufre nuestra fe hacen muy difícil sentir gozo por aferrarnos a unas creencias que, siglo tras siglo, nos han ido unión al Creador.
Sin embargo, tampoco es poco cierto que la esperanza que tenemos puesta en nuestra fe debería erradicar, de nuestro corazón, los pensamientos de pesimismo al respecto de la misma porque, al fin y al cabo, Dios es nuestro Pastor y a nadie ni nada podemos temer.
Por eso el camino que recorremos ha de ser uno que lo sea gozoso.
En primer lugar siempre surgen, o mejor, deberían surgir, aquellas grandes preguntas que sólo las personas con visión escatológica suelen hacerse: ¿Cuál es el sentido de la vida y de la muerte? O ¿Qué es del más allá?; incluso por todo aquello relacionado con nuestra naturaleza humana creada a imagen y semejanza de Dios o, también, la relación horizontal que debemos mantener con nuestro común Padre.
Pues para responder a estas preguntas no resulta de poca importancia la fe que decimos seguir, que decimos tener y que, de hecho, practicamos.
¿Qué papel juega la fe en todo esto?
Resulta, del todo esencial, porque, a partir de la misma se descubren implicaciones para nuestra vida que, llevadas por la voluntad de Dios, nos sitúan ante nuestra vida, ante nuestros semejantes y, también, ante Dios, de una forma, digamos, mejorada para nuestro espíritu y comportamiento. Y esto lo que, en resumidas cuentas, quiere decir es, que encontramos en la fe cumplida respuestas a las preguntas arriba planteadas y que la respuesta llena nuestro corazón de gozo.
También nos ha de producir gozo saber que tenemos una visión particular de la vida que, como cristianos, hace que la veamos de forma diferente al resto de hijos de Dios que, a lo mejor, no conocen tal filiación o si la conocen no la quieren llevar a la práctica de sus vidas.
Así, tal visión de las cosas nos hace alegrarnos de sentirnos hijos de Dios porque tal situación nos permite administrar nuestra vida de una forma distinta a como lo hace otra persona que no tenga tal fe ni tal visión de la realidad de lo que nos rodea.
Por ejemplo, si sabemos, como cristianos, que es mejor dar que recibir o, en este sentido, servir a ser servido (tal cosa ya la dijo el Maestro y Mesías Jesucristo) nada mejor para nosotros que llevar, a la vida ordinaria, tal idea y transformarla en comportamientos adecuados a una doctrina que es buena porque es santa.
Y, también, los problemas que nos encontramos en la vida no deberían fuente de amarguras aunque es entendible que nos pueden resultar preocupantes porque, sobre todo, confiamos en la Providencia de Dios con la que nos reconocemos serenos de cara al presente y seguros de tener un futuro adecuado a la voluntad del Creador.
Y eso ha de ser más que suficiente para nosotros. Nada más nos falta ni nos hace falta porque de la seguridad en la fe ha de resultar confianza en nuestro ser y estar.
Pero el gozo supone, también, responsabilidad.
Gozar con el hecho de ser cristianos y, por lo tanto, hijos de Dios, y tener en nuestro camino tal sentimiento de corazón va más allá de lo que es el mero disfrute con tal realidad porque no ha de ser voluntad de Dios que escondamos la fe bajo el celemín sino que, al contrario, la hagamos patente en nuestra vida común.
Ser responsables con nuestra fe y, por tanto, gozar con ella, ha de ser, por ejemplo, ejercer con generosidad nuestra existencia de cara a nuestros semejantes que, a lo mejor, tienen necesidad de ella.
Ser responsables con nuestra fe y, por tanto, gozar con ella, ha de ser, por ejemplo, tener en cuenta conceptos y realidades como la familia, la fidelidad, la honradez o la ejemplaridad.
Ser responsables con nuestra fe y, por tanto, gozar con ella, ha de ser, por ejemplo, sabernos en mundo difícil (también, por eso, lo llamamos valle de lágrimas) que, por eso mismo, necesita de la esperanza del cristiano y de la misericordia de Dios.
Y es que, al fin y al cabo, debemos reconocernos, en nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios, en uno que lo es empedrado de lo mejor que el Creador puede darnos y que no es otra cosa que una voluntad que, con gozo, hemos de cumplir.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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