Domingo IV (B) del tiempo ordinario
Mc 1, 21-28
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús, entonces, le conminó diciendo: ‘Cállate y sal de él’. Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen’. Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
COMENTARIO
Aquellos que ven lo que hace Jesús quedan estupefactos porque no se esperan que una persona como ellos, de su misma nación judía, pueda ser capaz de dominar los demonios inmundos de la manera como lo hace el hijo del carpintero.
Jesús manda obedecer a los espíritus inmundos que dominan a la persona poseída porque es Dios hecho hombre y es Todopoderoso. Por eso aquellos le reconocen y se acaban marchando de quien tenían dominado por el terror y el miedo del Mal.
La doctrina que enseña pero que, sobre todo, muestra Jesús con aquellos actos, es muy extraña para sus semejantes. Tiene más autoridad que todos los supuestos maestros que les enseñan lo que dicen que es su fe. Jesús domina el mal y eso era, en verdad, muy grande.
JESÚS, dijiste a los espíritus inmundos que dejaran de martirizar a aquel hombre poseído por el Mal. Tú tienes todo el poder y lo ejerces siempre en beneficio de quien está perjudicado. Y eso extrañaba entonces y, también, ahora.
Eleuterio Fernández Guzmán
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