Cuando el Cardenal Xavier Nguyen Van Thuan (que retornó a la Casa del Padre el 16 de septiembre de 2002, escribiera en su libro “Mil y un pasos en el Camino de la Esperanza” aquello de “¿Te vas a unir a varias Iglesias?/ ¿Te vas a acomodar a todas las morales y vas a ajustarte a todas las conciencias?” puso en evidencia un asunto de no poca importancia: podría parecer que cuando hablamos de Fe todo vale o, también que tanto da una creencia como otra.
Un buen punto de partida para reconocer la Fe que verdaderamente nos asiste es lo que dejó dicho San Pablo en la Primera Epístola a los Tesalonicenses (5,21) cuando manifestó una gran verdad: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” . Lo que no dijo es, por ejemplo, quedaos con todo porque, acto seguido (5,28) bendijo a los cristianos de Tesalónica con “la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros” • Por tanto, desde entonces queda claro que no todo es igual; en cuestiones de Fe no todo es igual.
Cuando Cristo dijo aquello de que nos debíamos “cuidar de los falsos profetas” (Mt 7,15) bien sabía a lo que se refería, pues muy conocida es, sobre todo hoy día, la proliferación de grupos que se dicen religiosos porque manifiestan algún tipo de creencia, pero que en realidad, son, por dentro, “lobos feroces” (Mt 7,15). La ferocidad que muestran es, a veces, poco vistosa, porque recurren a la adulación del ego humano o a vestir de divinidad sus proyectos cuando, en realidad, no son, sino, meros adalides de la mundanidad y del nihilismo, cuando no falsos interpretadores de las Sagradas Escrituras que abusan del desconocimiento, por parte de los católicos, de la misma Palabra de Dios e incluso de la más terrible preterición de la voluntad del Padre.
A veces, se zahiere a la fe con aviesas intenciones poco santas.
Seguramente lo que se pretende es contradecir aquello que dijera Jesús, y que recoge San Mateo en su Evangelio (7, 13-14) y que viene referido a la forma que tenemos de entrar en el Reino de Dios y en su salvación. Como sabemos, la, digamos, “receta” dada por el Hijo del Dios es bien sencilla: “Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! Y qué pocos son los que lo encuentran” .
Difícil panorama el que nos pinta Cristo.
Sin embargo, si se nos facilita una puerta de acceso a la vida eterna que sea ancha, sin sacrificios y sin entregas al otro, con los egoísmos que, al fin y al cabo, van con nuestra naturaleza y ante los cuales no nos recomiendan objetar; si se nos abre un camino hacia la eternidad que sea mundano, sin trabas, sanguíneo y primitivo pero que responda a los instintos más bajos de la especie humana y que eso nos deleite los sentidos dando gusto a nuestro gusto y capricho a nuestro parecer y necesidad momentánea; si se nos ofrece la posibilidad de alcanzar la riqueza de la materia sin, por eso, dejar paso a la bondad del espíritu y a la verdadera naturaleza que nos conforma…
Esto dicho, arriba, sería como un, a modo, de ejemplo de lo que sería la puerta ancha de la que habla Jesús en el texto de Mateo. Sin embargo, nosotros sabemos que no es así, que lo que nos conviene no es aceptar cualquier propuesta que se nos haga de cualquier clase de presunta “creencia”. Nosotros sabemos que la Verdad, en mayúsculas, no reside, ni está, ni siquiera pasa, por adoptar, para nuestro corazón, un supuesto bien que es más llevadero que hacer cumplir, en nuestras vidas, la voluntad de Dios. Es más, como dice San Pablo en su Segunda Epístola a Timoteo (2,19) “Tus palabras deben fortalecer la sana doctrina” . No es, éste, un consejo vano ni alejado de lo que, en realidad, debemos hacer, sino que resulta conveniente evitar “las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad, y su palabra irá cundiendo como gangrena” (2 Tm 2, 16-17)
Por eso no nos conviene seguir cualquier doctrina ni atenernos a lo que cualquiera pueda decirnos en materia de Fe y de creencia. Sabemos que en Cristo está la Verdad, y que esa Verdad nos ha de hacer libres. Y que dio a Pedro las llaves del Reino de Dios y que, a través, de los siglos, le han llegado a Benedicto XVI. Y, sobre todo, sobre todo, que “a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2 Tm 2, 24-26)
Y por eso no todo en la Fe es lo mismo, porque sabemos, los creyentes en Dios, Hijo y Espíritu Santo y tenemos por Madre a María Virgen que los lazos del diablo de los que habla, en su misiva a Timoteo, Pablo, de Tarso y converso, pretenden rodearnos para asfixiar, si es posible, el verdadero aliento que, en nuestra concepción, nos insufló Dios.
Por eso, ni todo es igual ni todo lo podemos tener por igual. Al menos por lo de ser agradecidos.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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