3 de febrero de 2011

Enviados

Mc 6,7-13

En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: ‘Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas’. Y les dijo: ‘Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos’. Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

COMENTARIO

Dios provee lo que sus hijos necesitan. Por eso Jesús conminó a sus apóstoles a que no se preocuparan de lo material. Sólo importaba la labor que tenía que llevar a cabo y, así, la transmisión de una doctrina santa.
Jesús proponía la Palabra de Dios y lo mismo hacían sus apóstoles. Libres eran de aceptar, quienes los oían, lo que les ofrecían. Si no aceptaban tampoco se les podía obligar a hacer nada al respecto.
Los apóstoles cumplieron con la misión encomendada. Enviados al mundo, por decirlo así, a contar lo que habían visto y oído de parte del Maestro, fueron fieles porque era la voluntad de Jesucristo. Y así convirtieron a muchos, aquellos primeros nosotros.


JESÚS, enviaste a tus apóstoles a predicar y a transmitir la Buena Nueva: había llegado el reino de Dios. A nosotros, hoy día, tantos siglos después pero, tan solo, un instante para el Creador, también nos corresponde hacer lo mismo y llevar, a quien no la conozca o haya olvidado, la Palabra de tu Padre.


Eleuterio Fernández Guzmán

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