2 de febrero de 2011

Tener fe

Mc 5,21-43

“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: ‘Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva’. Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: ’¿Quién me ha tocado los vestidos?’. Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’’. Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’.

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?’. Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: ‘No temas; solamente ten fe’. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: ‘¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: ‘Talitá kum’, que quiere decir: ‘Muchacha, a ti te digo, levántate. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.



COMENTARIO

Si había un aspecto que era esencial en la relación que las personas de su tiempo establecían con Jesús era el de la fe. No era poco importante, para el Maestro, que una persona demostrara tener fe porque era el camino más directo hacia el corazón de Cristo.

Muchas veces le demuestran que creen en Él y que le reconocen como el Hijo de Dios. Al menos, o por lo menos, tenían la suficiente confianza en aquella persona que demostraba cosas muy importantes como para dirigirse a Él, de las más diversas formas, para requerir su atención.

Tanto la hemorroísa como el Jefe de la sinagoga saben que Jesús puede. La fe que tienen la demuestran confiando en su intervención y consiguen, digamos, lo que en tal momento necesitan. Y Jesús,  que ama más que nada el amor de Dios sabe que el Padre le concederá lo que le pida porque también Él cree en sí mismo.



JESÚS, tu quieres que demostremos,  con hechos y no sólo con teorías, que te amamos y que creemos en ti. La fe la demostramos, en efecto, sabiendo que la tenemos y que, sobre todo, confiamos en Él porque es voluntad de Dios que creamos y que demostremos que creemos.





Eleuterio Fernández Guzmán

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