31 de enero de 2011

Ser hijos de Dios

Mt 5,1-12

En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.



COMENTARIO


Las personas que se saben hijos de Dios tienen, en su corazón, la Ley que el Creador les puso cuando les creó. En ella reconocen cuál ha de ser su comportamiento en el mundo y, en general, hacia dónde deben caminar con paso recto.

Bienaventurados son aquellos que comprenden la voluntad del Padre y la llevan a su vida y, así, hacen lo que les corresponde; bienaventurados que se reconocen pobres de espíritu y buscan la justicia... la de Dios y no, exclusivamente, la de los hombres.

Somos, así, hijos que sabemos lo que quiere nuestro Padre del Cielo y buscamos, con una forma de ser lo más cercana las bienaventuranzas, el bien en este valle de lágrimas que tiene el nombre de Dios: Elohim, Abbá, Yahveh.





JESÚS, cuando pronunciaste el Sermón de la Montaña querías, para tus discípulos, un mundo mejor. Así, con aquellas palabras traídas al mundo por la boca de Dios hecho hombre, nos entregaste una forma limpia de ser hijos de Tu Padre. Ayúdanos a acercarnos, lo más posible, a las bienaventuranzas.





Eleuterio Fernández Guzmán

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